Parece que nos hemos acostumbrado a los muertos: los de las pateras del Estrecho, los de Alepo, los de los campos de refugiados… Cada telediario es una inmensa necrológica que nos adormece y nos insensibiliza por acumulación.

Pero los muertos están ahí: ancianos, mujeres, hombres, jóvenes… y miles de niños. Una masa que podría poblar un gigantesco cementerio. Pero Europa no reacciona, ni nuestro (des)gobierno, ni nuestra clase política, ni nosotros mismos, ocupados en separar la basura que han generado nuestros regalos navideños, o en cómo van nuestras acciones, o en probar un nuevo vino o visitar el último restaurante de moda. Somos seres humanos.
Como esa otra masa en la que cobra sentido, tanto en el contenido como en el título, ese gran relato de Ángel Olgoso llamado La pequeña y arrogante oligarquía de los vivos (Las frutas de la luna, Editorial Menoscuarto, 2013) en que alguien contempla un mar formado por cadáveres.
Imagen del fotógrafo Visar Kryeziu, tomada de El Periódico (Enero de 2016) en que una mujer migrante protege a su hijo con una manta mientras camina cerca de Miratovac (Serbia)

Imagen del fotógrafo Visar Kryeziu, tomada de El Periódico (Enero de 2016) en que una mujer migrante protege a su hijo con una manta mientras camina cerca de Miratovac (Serbia)

Estas reflexiones me llevan a incluir hoy un poema de César Vallejo en la sección Antología de este blog. Ni siquiera sé por qué vuelve a mi conciencia este poema, pero las bajísimas temperaturas de los Balcanes me han hecho recordarlo en una primaria asociación de ideas que deseo compartir por si os sirve para algo. O por si me sirve a mí.

MASA

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar.
(César Vallejo, España, aparta de mí este cáliz, 1937)

Alberto Granados
https://albertogranados.wordpress.com/

A %d blogueros les gusta esto: