La inapetencia sexual se puede combatir con pequeños gestos, desde cuidar más nuestro aspecto a dejarnos llevar por la fantasía.

Si una persona aspira a tener un nivel de  deseo sexual estable y frecuente, con independencia de los cambios de pareja, del paso de los años, de las alteraciones producidas por la convivencia, o del estado de ánimo o de salud, es que alberga unas expectativas poco realistas.

Por falta de deseo se puede entender la ausencia o disminución de interés por iniciar un encuentro erótico, incluso en presencia de estímulos externos que hasta ese momento se mostraban eficaces. Suele estar relacionado, aunque no siempre, con la reducción o falta de fantasías sexualesahora ya no excita lo que antes nos ponía a cien. Ante esta situación, lo primero ha de ser la asunción de que no es algo obligatorio, ni forzoso. Todo fluctúa, y tan sensato puede ser vivir una temporada con mucho apetito erótico y muy variado como otras con poco o nulo.

 Hablamos de algo que está afectado por muchos factores. Algunos tienen un origen más fisiológico, como los trastornos hormonales, el consumo de medicamentos y los efectos de algunas enfermedades crónicas – diabetes, insuficiencia renal–. Otras causas, en cambio, son de carácter más complejo y personal: la inapetencia puede hundir sus raíces en problemas de pareja, dificultades eróticas previas, la desmotivación, un bajón en el estado de ánimo o un periodo de dificultades laborales o familiares. La falta de deseo es una situación en la que intervienen múltiples elementos y, lo que es más importante, juega un papel clave en la forma en que los vive cada persona.

Dando por bueno que se puede ser muy feliz con niveles bajos o nulos, también resulta legítimo querer más y tratar de activar ese impulso en un intento de recuperar cotas anteriores o, sencillamente, incrementar el actual.

Un error común consiste en forzarlo, pero otro es quedarse de brazos cruzados. Esa apetencia hay que cultivarla, ir a por ella. Se pueden trabajar las fantasías sexuales, potenciar la intimidad de la pareja y recuperar espacios y tiempos perdidos, cambiar las costumbres que parece que ya no funcionan e introducir algún cambio –en otras parejas puede pasar por dejarse de variaciones y volver a la rutina–. También hay que recordar que la piel está por todo el cuerpo, que disponemos de cinco sentidos y que las relaciones sexuales se pueden iniciar antes de estar desnudos y en la cama.

La falta de ganas no debe ser excusa para no quererse, abandonar el cuidado personal o para no sentirse deseable. Que haya inapetencia en ningún caso convierte a quien la tiene en menos hombre o mujer. Y del mismo modo que las relaciones eróticas empiezan estando vestidos, el deseo también se cultiva mimando el aspecto externo, regalándose un baño relajante, un paseo agradable, una lectura o música, o con cualquier otra actividad que haga sentirse bien.

Tirar de pastilla

Luego está el recurso a los medicamentos para tratar la disfunción eréctil. Viagra (sildenafilo), Cialis (taladalafilo) y Levitra (vardenafilo)– funcionan de modo parecido, inhibiendo la acción de la enzima fosfodiesterasa 5 (PDE5A). Esto permite que los músculos lisos de los cuerpos cavernosos del pene se relajen y faciliten la entrada de sangre en el órgano, lo que da lugar a la erección. Para que este proceso se desencadene son necesarios dos requisitos: el deseo previo y la estimulación adecuada. Por tanto, los fármacos representan un recurso que posibilita la respuesta sexual, pero no resuelve la falta de impulso erótico.

Las llamadas viagras femeninas o rosas –Addyi– sí que pretendían paliar el problema actuando en el cerebro, pero su eficacia parece muy limitada. Si el deseo ha desaparecido por más de una causa, parece improbable que se reactive a través de un único factor. Las sustancias que ha arrojado la investigación farmacológica son bienvenidas, pero no representan una solución mágica.

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