Cien años de comunismo
La revolución rusa y el sistema soviético esculpieron el siglo XX y, aunque su vigencia actual es residual, legaron la creencia en una alternativa al modelo dominante
La revolución rusa cambió la historia y fue determinante para el siglo XX. El eminente historiador Eric Hobsbawm, quién desgranó rigurosamente la historia de la Unión Soviética en lo que denominó el “corto siglo XX”, decía que ya en su momento la noticia de la revolución rusa tuvo tal impacto que se extendió entre los pastores de Australia y los mineros de Minnesota. Estaba por emerger un estado completamente nuevo con un modelo completamente diferente ante el cual nadie quedó indiferente.
Tanto para sus defensores como para sus detractores, la revolución rusa tuvo un efecto dominó. De ella surgieron partidos comunistas en Europa y movimientos nacionalistas reivindicativos en la descolonización de Asia y África. También generó reacciones como el fascismo, el anticomunismo y una contrarrevolución neoliberal, a la vez que impulsó el estado de bienestar en Europa y la integración europea.
Hoy en día, lo que queda del sistema comunista soviético es residual. El sistema estalinista que derivó de la Revolución de Octubre fue rechazado y duramente criticado por la violencia y el coste social que comportó. Los partidos declarados comunistas en Europa casi han desaparecido y las formas de comunismo de estado vigentes, como el caso de China, Corea del Norte o Cuba, se alejan de la idea marxista-leninista del comunismo. Sin embargo, lo que queda de la revolución rusa es la vigencia de unos valores y derechos comunes y la esperanza de que un mundo alternativo es posible.
En lo que coinciden la mayoría de los historiadores es que la revolución rusa determinó la historia del siglo XX y tuvo un impacto mundial. Se podría llegar a afirmar que casi todos los sucesos posteriores del siglo XX tienen alguna conexión con aquella Revolución de Octubre inspirada en las ideas comunistas de Marx. “El siglo XX es el siglo del comunismo”, sostiene Josep Puigsech Farràs, historiador, profesor de la UAB y autor de varios libros sobre comunismo en España y Cataluña como La Revolución Rusa y Cataluña.
La revolución rusa otorgó al movimiento comunista la posibilidad de ser y de aplicarse políticamente, algo a lo que habían renunciado los socialistas con la I Guerra Mundial. Aparecieron partidos comunistas en occidente, que en algunos países como Francia e Italia consiguieron un seguimiento masivo.
A partir de 1945, el modelo soviético se aplicó en muchos otros países, “a menudo de forma original y a veces de forma sorprendentemente creativa para adaptarse a las realidades nacionales”, apunta Giaime Pala, profesor de Historia Contemporánea en la UAB y la Universitat de Girona y autor de numerosos estudios sobre el comunismo catalán e internacional.
“Hubo un momento en que los países con un sistema comunista dominaron medio planeta”, comenta Alberto Pellegrini, profesor asociado al Departamento de Historia Contemporánea de la UB. “Se crea un modelo que tiene un indudable atractivo para millones de personas”, añade.
Igual que generó simpatías entre la clase trabajadora, la posibilidad de que una revolución comunista se extendiera a otros países occidentales generó una respuesta hostil y permanente
Pero de la misma forma que generó sus simpatías entre la clase trabajadora, la posibilidad de que una revolución comunista se extendiera a otros países occidentales generó una respuesta “hostil y permanente” por parte de sus adversarios, en palabras de Puigsech, que comenzó con la sangrienta Guerra Civil rusa en la cual participaron otros países. Cualquier huelga o inquietud social que se opusiera al pleno desarrollo de la economía capitalista se tachaba de comunista. La respuesta soviética fue crear un control estricto sobre la economía y la sociedad para mantenerse en el poder.
Poco después surgió el fascismo, en esencia, otra reacción ideológica a la revolución rusa, que también provocó un cambio en el discurso anticomunista. Ante la emergencia de la invasión nazi, los dos modelos en competencia unieron fuerzas para derrotar el enemigo común. “Tanto el capitalismo liberal y el socialismo son hijos de la revolución francesa y de sus principios”, argumenta Alberto Pellegrini. “Tan enemigos y radicalmente opuestos no son si los dos herederos llegaron a un acuerdo para hacer frente al mal encarnado”.
El fascismo fue otra reacción ideológica a la revolución rusa, que también provocó un cambio en el discurso anticomunista: ante la emergencia de la invasión nazi, los dos modelos en competencia unieron fuerzas para derrotar al enemigo común
Finalmente, la respuesta al comunismo desde el recuerdo fresco de las atrocidades de la II Guerra Mundial propició la creación del estado de bienestar. Josep Fontana, uno de los historiadores más influyentes en España y Latinoamérica, teoriza que el miedo a la revolución comunista forzó a los gobiernos de occidente a desarrollar proyectos reformistas sin recorrer a la violencia.
Así, se adoptaron algunos de los principios del comunismo como la creación de bienes comunes (sanidad, educación, seguridad social) gracias a los cuales, apunta Fontana, se llegaron a unos niveles de igualdad nunca vistos. Sin embargo, con la degradación del sistema soviético, desapareció el miedo a la revolución y, en consecuencia, el capitalismo volvió a recuperar las concesiones sociales que había hecho.
Aunque la revolución rusa se basaba en los ideales de igualdad de clases, su aplicación política a la soviética generó un sistema en el que había algunos “más iguales que otros”, como denunció Orwell en su libro Rebelión en la granja. La renuncia de esos ideales para hacer frente a la realidad política hizo que la propuesta comunista fracasara. Para Fontana, el miedo a la disidencia hizo que se renunciara a avanzar en la construcción de un estado socialista y salir del estado transitivo de la dictadura del proletariado. Por ende, “algo que había nacido para acabar con la tiranía de estado se convirtió en tirano”, afirmaba el emérito catedrático durante la conferencia El siglo de la Revolución en el Born CCM de Barcelona.
Un claro ejemplo de ello fue la Primavera de Praga, en la que se intentó dejar espacios de libertad (de prensa, expresión y circulación) para desarrollar “un socialismo con rostro humano”, como lo describe Fontana. Unir la máxima de libertad con la máxima de igualdad. Sin embargo, la propuesta fue “aplastada por los tanques”, concluye Pellegrini.
El sistema soviético también fracasó porque “los indicadores económicos no funcionaban”, según el historiador Pellegrini. “Que la URSS tuviera que importar trigo de EE.UU. cuando antes era el imperio ruso el que lo exportaba dice poco de su agricultura”. Sobretodo, teniendo en cuenta que “hicieron la revolución para dar la tierra a los campesinos”.
El dinero obtenido de la producción en el campo se dedicaba en gran parte a la carrera armamentística. “Si no hubieran seguido con la obsesión del progreso industrial, hubieran salido adelante. Se equivocaron en hacer la guerra contra Estados Unidos, hubiera sido mejor un mundo con los dos sistemas”, defiende Santiago Zabala, filósofo especializado en la reinterpretación del comunismo y profesor de la Universitat Pompeu Fabra. El sistema soviético, una vez renunció al ideal comunista, cayó por su propio peso.
“La revolución rusa fue una revolución social como la francesa, y de ella pervive la necesidad, el espíritu y el deseo de hacer una revolución social”, sostiene Andreu Mayayo, catedrático de Historia Contemporánea y director del Centro de Estudios Históricos Internacionales (CEHI) de la UB. La revolución rusa puso sobre la mesa valores como la emancipación sociopolítica de las clases bajas y la necesidad de construir, y luchar, por una sociedad más justa. Al fin y al cabo, apunta el experto en comunismo Giaime Pala, “los mismos valores que predica la izquierda real de hoy”.
Para los académicos consultados, es importante recalcar que la revolución rusa abrió la llave a que una alternativa era posible. “Debemos recordar estas revoluciones para abrir espacios para pensar”, comenta el filósofo Santiago Zabala. Los avances del neoliberalismo, el deterioro del estado de bienestar a raíz de la crisis económica y los problemas de recursos naturales a los que se enfrenta el mundo global, hacen que “la necesidad de crear un mundo mejor persista”, recalca Fontana.
En la Europa occidental se adoptaron algunos principios del comunismo como la creación de bienes comunes (sanidad, educación, seguridad social), lo que propició llegar a unos niveles de igualdad nunca vistos
Sin embargo, ¿es posible una revolución hoy en día? Para Zabala, una revolución entendida como un sistema totalmente alternativo no es posible porque vivimos en “democracias enmarcadas”, un modelo de pensamiento unificado por la globalización en el que estamos fuertemente controlados por sistemas de vigilancia, especialmente a través de las redes sociales. Para Zabala, se necesitarían 20 Snowden -el espía estadounidense que filtró secretos de Estados para Wikileaks- para empezar una revolución y ni así les creeríamos. Lo que sí es posible, comenta, es una “alteración” del sistema.
Andreu Mayayo es algo más optimista y cree que lo que persiste es una “revolución democrática”, es decir, “que todo aquello que ha significado un avance en las libertades de las personas se incorpore en un sistema social redistributivo”. “Igualdad y libertad no son conceptos antagónicos como nos han hecho creer con la Guerra Fría”, añade.
Sin embargo, Mayayo coincide con Zabala en que hoy en día no existe “una utopía social colectiva” necesaria para engendrar una revolución como la rusa. “La victoria del neoliberalismo no fue la privatización del sector público sino la privatización de la utopía”, argumenta Zabala. “Se dilata el presente, no hay ni pasado ni futuro, y en este eterno presente solo hay la posibilidad de conseguir una mejora material e individual”, añade Mayayo.
Aún así, para Josep Fontana, una revolución es difícil de predecir ya que su “primera característica es que se produce cuando nadie la espera y de forma que nadie la espera”, comentó frente la audiencia del Born de Barcelona a finales de octubre. “Si se plantean en el marco de las normas establecidas, se sabría como evitarla”, añadió.
El comunismo se atribuye a una idea del pasado que, sobre todo, fracasó o derivó en sistemas autoritarios y de concentración de poder, como en Corea del Norte, y que, además, se han adaptado a la economía de mercado como China y Cuba. En la historia, hubo algunos intentos de gobiernos comunistas elegidos democráticamente –como en la Francia de 1981, la Indonesia de Sukarno (1945-1967), o la victoria de Salvador Allende en Chile (1970)-, aunque “la mayoría acabaron frustrados por golpes de Estado derechistas y sangrientos”, explica Giaime Pala.
“Lo que queda hoy día de comunismo en Europa es el recuerdo”, sentencia el historiador Josep Puigsech. “La gran mayoría de los partidos comunistas han abandonado la creencia de poder ser autosuficientes y han pasado a ser una pieza de un más amplio y plural movimiento democrático”, añade Pala.
El comunismo se atribuye a una idea del pasado que fracasó o derivó en sistemas autoritarios y de concentración de poder, como en Corea del Norte, o que se han adaptado a la economía de mercado como China y Cuba
Con el surgimiento de movimientos anticapitalistas que buscan una alteración del sistema, hay quienes identifican los viejos ideales comunistas. Aunque no es el caso de Puigsech, quien cree que el ser “anticapitalista no es un eufemismo de comunista, sino la identificación de aquello que se quiere eliminar pero sin concreción alguna de aquello que se quiere construir”.
Por su parte, Zabala asegura que la corriente del comunismo ha vuelto entre varios filósofos liderados por el esloveno Slavoj Zizek que están reinterpretando, como Zabala, la idea de comunismo. “Comunismo hoy significa una lista de problemas comunes derivados del capitalismo, de derechos perdidos como el espacio público o el acceso al agua”, comenta. “El comunismo vuelve cuando hay problemas existenciales que nos obligan a cambiar la dirección para trabajar juntos”, concluye.
Mayayo identifica el comunismo de hoy con el concepto de los “comunes”, surgidos en movimientos como el 15-M y los partidos políticos derivados. Para Zabala, las formas más próximas de comunismo han sido las revoluciones en América Latina, empezando por la salida de Brasil del FMI durante el mandato de Lula, la llegada al poder de Evo Morales en Bolivia o el chavismo en Venezuela. Hasta la injerencia de la palabra socialismo de Bernie Sanders en el espectro político estadouniden