La lógica de las modas se apodera de las consignas que lucen en los estantes de las grandes superficies. Pero lo natural, lo ‘light’ o lo tradicional muchas veces son reclamos cuyo único aporte extra reside en su coste

EL COMBUSTIBLE de una dieta pésima lo componen tanto la necesidad como el desinterés. Productos económicos de calidad contrastada los hay en los mercados y tiendas de alimentación, y muchos principalmente en temporada. Aunque, como todos sabemos, requieren dedicación y tratamientos para ser mutados en elaboraciones apetecibles y variadas. Pero si no queremos, o no podemos, cocinar nosotros, la industria alimentaria, como un caracol al acecho, toma el relevo apoderándose del recetario tradicional para mantener en alto lo que en algún momento fue memoria colectiva. Hurgando en el vacío dejado por el anhelo de bienestar, se revela el producto promocional acicalado con el maquillaje de la tradición, la salud o la comodidad, para agradar al paladar general.

La lógica de las modas se apodera de las consignas que lucen en los estantes de las grandes superficies comerciales brindándonos productos a la medida de nuestra preocupación puntual. Si nuestra dificultad es económica, ahí están las ofertas y los mensajes promocionales con lemas como Pack ahorro”.

Si el problema es de falta de tiempo, las empresas nos brindan las IV y V gamas (vegetales procesados y platos preparados) listas para abrir y consumir.

Si la inquietud fuera por el lado del cuidado del cuerpo, a la altura de los ojos estarán los estuches con los mensajes de “bajo en calorías”, “light, “sin azúcar añadido” o “bajo en sal”, y en la versión quimifóbica, los tarros y paquetes con señuelos del tipo “sin colorantes ni conservantes”, “100% natural” o “sin aditivos”, disimulando en muchos casos dentro de su composición emulgentes, espesantes, gelificantes o reguladores de pH, indispensables para que estén ahí a ese precio.

Si nuestra dificultad es económica, ahí están las ofertas y los mensajes promocionales con lemas como Pack ahorro”

Para los entusiastas de la imprecisa cultura de la comida “tradicional” también hay un repertorio de reclamos enlazados en una ristra de eslóganes como “receta de la abuela”, “casero”, “artesano”, “original”, “campesino” o “de churrería”, aunque todos sabemos que se fabrican en líneas de producción industriales. La moraleja es que todas las ideologías caben en el carro de la compra, desde la conciencia medioambiental del “kilómetro 0” o lo “eco” hasta los aristocráticos alimentos “premium”, en una permanente mutación de las empresas alimentarias y los reclamos publicitarios.

El intríngulis de la cuestión está en que el ensimismado consumidor o no sabe o no quiere saber lo que adquiere en realidad, y el marketing, en un ejercicio que desacraliza y devalúa la sinceridad, incorpora mensajes ambiguos e ideas aderezadas con dosis de ficción.

Un ejemplo son las llamadas del tipo “ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario”, “fuente de proteínas” o “reduce los niveles de colesterol”, que también se podrían asignar a un plátano, un aguacate o un flan de huevo. De este modo, enriquecidos con una pequeña cantidad de vitaminas, minerales, antioxidantes, ácidos grasos, probióticos o fitoquímicos que se encuentran de manera habitual en una dieta equilibrada, los nuevos alimentos funcionales incrementan hasta en un 200% su coste en relación con un alimento convencional con características similares, quedando en muchos casos el valor añadido en el coste y no en los atributos que se le presuponen. También en el ámbito de la alimentación, la educación —o la ausencia de ella— es una fuente de desigualdad.

 https://elpais.com/elpais/2017/11/24/eps/1511539464_196275.html?rel=str_articulo#1512993165025
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