Comprar una vivienda resulta ahora mismo prohibitivo para un amplio sector de la población y el precio de los alquileres se ha disparado de tal manera que un alquiler puede comerse casi la mitad del sueldo

No tengo ni idea de si la nueva burbuja inmobiliaria que algunos expertos ya dan como cosa hecha acabará explotando o no. Esperemos que no, porque los efectos del anterior estallido todavía duran, pero lo que sí está claro es que la vivienda en España se ha convertido al mismo tiempo en un problema para unos y en el último refugio para otros.

Me explico; de entrada es un problema, y un problema muy serio, cuando comprar una vivienda resulta ahora mismo prohibitivo para un amplio sector de la población, y porque al mismo tiempo el precio de los alquileres –sobre todo en grandes ciudades– se ha disparado de tal manera –un 9% sólo en el último año– que a menudo un alquiler puede comerse pues casi la mitad del sueldo; ayer nos daban este dato, por ejemplo, en toda el área metropolitana de Barcelona; o sea que ese panorama es realmente preocupante. En cuanto a lo del último refugio viene a cuento de que cada vez se venden más casas en España… ¡con inquilino incorporado! ¿Qué significa eso? pues que una persona, mayor, con unos recursos, con una pensión que no le alcancen para vivir dignamente –o como él quiera– pues vende la casa, pero el comprador no podrá ocuparla hasta que él –o ella– muera.

Esta práctica, que está muy extendida en otros países europeos, ha llegado aquí fruto de la necesidad, de la dichosa crisis, pero sirve al menos para sacarle provecho, para justificar esa fiebre compradora que se extendió por todo el país en época de vacas gordas y que vienen de muy atrás, es algo cultural.

Fíjense, hay un dato muy significativo: ahora mismo, nueve de cada diez pensionistas españoles residen en su propia casa en régimen de propiedad. Pero, claro, al ritmo que llevan las pensiones me da que esto de la vivienda como último recurso, no es que vaya a convertirse en tendencia, es que puede ser en pocos años un auténtico tsunami. Ya después a lo que puedan agarrarse los hijos, o los nietos, de esos pensionistas cuando tengan su misma edad… ahí ya no me atrevo a pronosticar nada. Me da miedo sólo imaginarlo, pero es lo que hay.

Carles Francino

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