CONCHA MEDINA Y VANESA AIBAR, treinta y ocho cuerdas en clave jonda abren el Estival Flamen

  • La Casa Pemán acogió el inicio de la cita con la original propuesta de Ana Crismán

«La primera vez que escuché en directo un arpa -asegura Ana Crismán-, sentí que era flamenca». Tan segura estaba la intérprete jerezana de su intuición que se dispuso a aprender a tocar un instrumento que no es, digamos, común por estos lares -y aun cuando su dedicación profesional y musical venía determinada, desde su infancia, por el piano-. El esfuerzo, que realizó además de forma autodidacta, no fue pequeño. Pero su convicción de que el arpa y los palos flamencos podían forjar una feliz alianza terminó eclosionando en un proyecto, Arpa jonda, que Crismán ha ido desarrollando en los últimos años. Una iniciativa a la que se han sumado también la cantaora Concha Medina y la bailaora jiennense Vanesa Aibar. Todas ellas llenaron anoche la azotea de la Casa Pemán (Fundación Cajasol), en la primera cita de esta edición del Estival Flamenco.

Arpa jonda ofreció a los asistentes un repertorio que demostró la enorme versatilidad que, en efecto, llega a presentar el arpa aplicada al compás flamenco. Crismán abrió la noche con sus dos palos favoritos, soleás y seguiriyas, pero el repertorio incluyó tientos, granaínas, tangos, rondeñas, alegrías, guajiras y fandangos… adaptados todos por la propia artista. Pasando por las 38 cuerdas, los aires flamencos adquieren un deje acuático, mientras que el arpa nos descubre una asombrosa capacidad para llegar a los registros más hondos.

Asociamos el arpa de pie con una ejecución algo estática. En las manos de Ana Crismán, el arpa pasa a ser una criatura maleable, manejable, hecha para ser balanceada y para saltar de un registro a otro, de lo cristalino a los rincones roncos y umbríos.

Vanesa Aibar, por su parte, utilizó una rondeña como tarjeta de presentación de un baile elástico, que cerraría el encuentro junto al al cante y el toque de Concha y Ana, en dos actuaciones finales con forma de guajira y bulería.

Mientras, ambas artistas ofrecieron un completísimo muestrario en el que se recurrió a la creación de clásicos de más allá del mundo del flamenco, como la rima becqueriana de El arpa olvidada -que, rescatada en requiebro de tiento, no resulta cursi ni manida sino tremenda-; pero en el que también se llamó a Camarón por alegrías (A dibujar esta rosa), y se trajeron temas de la tradición antigua: Fui piedra y perdí mi centro -la voz de Concha Medina reinando en las soleás- o Se fue perdiendo la Alhambra, siendo precisamente granaínas y alegrías las composiciones en las que las escalas del arpa parecían encontrar su lecho natural.

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