Padres desorientados.Se inician tan jóvenes en el porno que no lo ven como una ficción, sino como una realidad

“Hija, yo llegué virgen al matrimonio. Y espero que tú también”. Esa fue la única vez que hablé de sexo con mi madre. Lo poco que aprendí fue en el ‘Vale’ y el ‘Superpop’.

Estallan en carcajadas al recordar la vergüenza que han pasado cuando sus hijos les han preguntado sobre sexo. Cuando su hija mayor le pilló desprevenido y su madre y su suegra tuvieron que echarle un capote. Cuando tuvo que improvisar la respuesta a la abrupta “mamá, ¿qué es follar?”. Cuando han tenido que apresurarse a buscar en Internet de-qué-les-estaban-hablando para poder balbucear una explicación. Los padres y madres del AMPA del instituto público La Magdalena de Avilés no recibieron ningún tipo de educación sexual. Forman parte de las generaciones y generaciones de españoles que, como resume el sexólogo Iván Rotella, vienen del “apañarse”: en casa no se hablaba de sexo y cada uno hacía lo que buenamente podía —filosofía que, por cierto, sigue vigente—. Ahora respiran aliviados porque sus hijos sí reciben clases y ellos mismos organizan periódicamente talleres para formarse. Es la única manera, coinciden, de desempeñar su papel también en el ámbito de la educación sexual. De evitar que la historia se repita. “Son tan importantes sus charlas para los chavales como para nosotros. Mi hija, que tiene 15 años, nunca quiere venir a las actividades que organizamos en el AMPA, pero si viene Iván [Rotella], se apunta. Y eso es muy importante porque significa que les transmite conocimientos que les llegan y les resultan útiles. Y a nosotros esas charlas nos permiten continuar la conversación en casa”, señala Noelia.

Padres de adolescentes y preadolescentes, les preocupa enormemente el tiempo que sus hijos pasan —o quieren pasar— pegados a la pantalla, desconocer qué hacen exactamente en Internet y los contenidos inapropiados a los que puedan acceder. “A mí ni se me ha pasado por la imaginación que mi hija vea porno, pero no me preocupa excesivamente. Tiene 17 años y creo que la he llevado bastante bien, pero a partir de ahora pienso que tengo que ir dándole margen. Quiero que tenga la confianza de venir a mí y preguntarme lo que necesite. Es lo único que puedo hacer: trabajar nuestra relación para que acuda a mí en caso de duda”, esgrime Carmen.

“¿Le habéis contado lo que hacéis a vuestras hijas?”. Esa era la pregunta que muchos padres de su entorno les planteaban recurrentemente a Erika Lust y su marido, Pablo Dobner. Ambos dirigen Lust Films, una productora de cine adulto que abandera un porno distinto: ético, feminista, diverso y de vocación artística. “Nosotros se lo explicamos de forma muy natural porque somos personas abiertas y no nos da miedo hablar de sexo. Pero creíamos que esa conversación no nos atañía exclusivamente a nosotros por formar parte de la industria, sino a todos los padres. La única diferencia era que nosotros jugábamos con ventaja: la mayoría no sabe cómo plantear esa conversación, y nosotros sí”, relata Lust. En realidad, la ventaja de Lust es doble, pues ella es sueca y podría decirse que el suyo es el país que más en serio se ha tomado la educación sexual. “En el colegio, en torno a los 10 u 11 años, teníamos clases de biología y reproducción, pero también el apoyo de sexólogos y ginecólogos con quienes hablábamos de relaciones sexuales, de sentimientos, de consentimiento…”, explica. “Pero vivo en Barcelona desde 1997 y mis hijas están creciendo aquí, y me pone triste ver que siga habiendo tanta resistencia. Necesitaríamos un pequeño ejército de educadores sexuales. Y no se trata ni de pornificar ni de sexualizar a los jóvenes, tan solo de darles herramientas para que entiendan su sexualidad”. Ella ya ha puesto de su parte: en 2017 lanzó el proyecto The Porn Conversation, una web —solo disponible en inglés— con recursos destinados a padres y educadores.

Con una buena educación sexual hoy no hablaríamos del porno como un problema

En una popular charla TED de 2014, Lust ya reivindicaba que era hora de que el porno cambiara. Ese porno mainstream “sexista y, muchas veces, racista de amas de casa cachondas y niñeras desesperadas, de mujeres como objeto satisfaciendo los deseos de los hombres”. Desde los inicios de su carrera, se propuso dirigir el cine X que ella quería ver, explorar la belleza del sexo desde otra perspectiva. Y sí, existe un porno indie y de pago que atiende a la diferencia, pero el mayoritario y gratuito, es decir, el que Lust define como “la principal fuente de conocimiento de la mayoría”, no muestra señales de mejoría. “En los sesenta y setenta había auténticas películas cinematográficas con narrativa, personajes, historia. En cambio, en el porno actual vemos a dos personas en un determinado lugar follando a tope. Nada más. No sabes quiénes son ni qué deseo tienen. No hay contexto. Y los chavales toman esto como real y entran en escena como si fueran porn stars. Muchas chicas jóvenes me cuentan que han intentado hacer choking [asfixia] en las primeras veces y yo no creo que estas prácticas eróticas que experimentan con los límites sean recomendables sin apenas experiencia. Hay una distorsión tremenda en su mente”, denuncia.

Chico caliente se folla a su madrastra, el vídeo más visto en Pornhub, la web de contenido adulto gratuito, profesional y amateur líder en España, tiene una duración de 16 minutos. Casi el doble de lo que los usuarios españoles —hombres en un 71% y mujeres en el 29% restante (ellas ven, fundamentalmente, vídeos de contenido lésbico)— invirtieron, como media, en cada visita: 9 minutos y 20 segundos, según los datos que publica anualmente esta web, que reúne todos los días a 92 millones de visitantes procedentes de todos los rincones del planeta. ¿Las categorías más demandadas por los españoles? Maduras, lesbianas, anal, MILF (del acrónimo inglés mother I’d like to fuck, es decir, madre a la que me tiraría) y tríos.

En opinión de Lust, la industria no va a cambiar o tan solo lo hará para adaptarse a las demandas de sus consumidores, así que está en manos de los educadores —padres y profesionales— dejar de mirar para otro lado y hablar de pornografía de una vez por todas. “Tratar de poner freno a la tecnología no sirve de nada. Sé por experiencia que los controles parentales no funcionan. Tan solo funciona la comunicación, la información y la conversación. Y el porno es una conversación tan esencial como lo es la del tabaco y el alcohol cuando llegan las primeras salidas nocturnas”, defiende. “Les damos tecnología sin instrucciones, y con 9, 10 u 11 años utilizan los ordenadores sin supervisión y a veces les aparecen o buscan contenidos que no son apropiados. Si escribes ‘polla’, Google no te va a dirigir a Wikipedia, sino a una web de porno. Habrá niños que se asusten y se sientan mal con lo que han visto, y otros a los que les despertará la curiosidad”.

Precisamente proporcionar instrucciones a padres e hijos para que hagan un uso seguro y responsable de la Red es la misión de Cristina Gutiérrez, de Internet Segura For Kids (IS4K), una iniciativa del Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe). Sin todavía haber cumplido los dos años de existencia, Gutiérrez asegura que aún queda mucho trabajo por hacer. ¿La buena ­noticia? “Por fin estamos empezando a entender que no podemos dejar a los denominados nativos digitales solos ante smartphones, tabletas u ordenadores. Está claro que saben utilizarlos, pero otra cosa es que lo hagan de forma correcta. La tecnología avanza muy rápidamente y nos hemos subido al carro sin pararnos a pensar, pero ha llegado la hora de la reflexión”. IS4K dispone de líneas de ayuda para menores, padres y profesores y de más de 600 voluntarios que recorren los colegios dando charlas y repartiendo hasta un Contrato familiar para el buen uso del móvil —se puede descargar en su web—, que padres e hijos deben negociar, cumplimentar y firmar. “Casi 3 de cada 10 consultas que nos llegan proceden de progenitores preocupados porque no saben cómo poner límites entre sus hijos y la tecnología. Hay situaciones verdaderamente descontroladas”.

Virginia Collera

  • https://elpais.com/elpais/2019/02/05/eps/1549359489_090898.html
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