¿Sabías que en la calle Elvira existía un pozo al que se le atribuía el poder de reducir el impacto de los terremotos que asolaban Granada? En este fascinante reportaje el escritor y periodista Gabriel Pozo Felguera redescubre la historia del Pozo Airón y su contribución a la historia milenaria de Granada, plagada de anécdotas y vicisitudes. No te lo pierdas, si quieres conocer un poco más el pasado de nuestra tierra.

POSTAL DE ROMÁN FERNÁNDEZ. Zona del Pozo Airón (estaba tras la casa de la derecha, fachada a Callejón de las Góngoras), durante los derribos para construir la Gran Vía (finales del siglo XIX). Detrás, la iglesia de San Andrés; al fondo, San Cristóbal y el Carril de la Lona.

  • A esta sima de origen antiquísimo (ibero o árabe) se le atribuía el poder de minorar la fuerza destructiva de los sismos al permitir que la tierra eructase por ella
  • En 1778, en una ola de terremotos, el pueblo exigió reabrirlo para calmar la furia del subsuelo; el arzobispo del momento también cerró los teatros por pecaminosos
  • Estuvo situado en el Postigo de la Casa-Cuna, una placeta escondida con entrada por la calle Azacayas

Hubo en Granada un pozo llamado Airón. Fue cegado definitivamente con la construcción de la Gran Vía. Su origen se perdía en la noche de los tiempos, quizá abierto por los iberos de Iliberri o por los primeros musulmanes; allí moraría el dios/demonio prerromano Airón, guardián de las aguas, ríos y simas. Pero también exigía su parte en forma de sacrificios animales y humanos. En la etapa musulmana se cuidaron de mantenerlo abierto para que por él eructase la tierra, expulsara sus gases, y minimizar los terremotos. Hasta que los cristianos de principios del XVII comenzaron a cegarlo y se dispararon los temblores. Los terribles terremotos de 1778 abrieron un debate entre la sociedad granadina que, en su mayoría, se pronunciaba por abrirlo de nuevo e incluso horadar algunos más en la zona para calmar las fuerzas del inframundo.

Voy a empezar por el final de esta historia: ¿dónde estaba y qué fue del Pozo Airón de Granada? La mayor parte de las referencias históricas hablan el Pozo Airón de la calle Elvira, e incluso algunas también de que estaba frente a la puerta de Elvira en su parte exterior (donde se dice que había una especie de sima para guardar el ganado por las noches). A partir de agosto de 1895 comenzaron las demoliciones del barrio de Santiago-San Andrés para levantar la Gran Vía actual. El callejero medieval intrincado que había en ese barrio de la medina desapareció para dar paso a la cuadrícula que le ha sucedido. Han desaparecido la mayoría de callejuelas y postigos, excepto la hondonada del Postigo de la Cuna, en cuyo centro aún hoy se marca el lugar donde estuvo el Pozo Airón. La calleja en cuestión ha sido denominada de varias formas a lo largo de la Historia: calle Coca, de los Cocas, Postigo de la Casa-Cuna y Postigo de la Cuna.

Calle Postigo de la Cuna. En el medio, Placeta actual de la Cuna. La fachada de enfrente es de la antigua Inclusa, hoy reconvertida en casa de vecinos. Debajo, especie de brocal en ladrillo que recuerda el lugar donde estuvo el Pozo Airón desde tiempo inmemorial.

Se trata de una callejuela sin salida, deprimida unos cuatro metros con relación al nivel de la calle Elvira y con entrada por escalinata desde la calle Azacayas (la antigua calle de la Azacaya). Hoy es una placita muy angosta y sombría, rodeada de edificios de varias plantas. Pero en el pasado fue algo más amplia y flanqueada por casas de uno y dos alzados. Este lugar se anegaba regularmente con las escorrentías de la ladera del Zenete; esa fue la causa de que, en 1614, la ciudad decidiera drenarla con la construcción del Darro del Boquerón, que conducía las aguas directamente al boquete (o boquerón) abierto en la muralla a la altura de la puerta del mismo nombre (llamada Batrabayón en tiempo musulmán). Allí había un aljibe, pilar o azacaya para dar de beber a los animales cuando regresaban del campo, por lo cual tomó el nombre de Azacayas, entre la puerta del Boquerón y la calle Elvira.

El Pozo Airón tenía una profundidad aproximada a 72 pies y una gran boca, quizás por proceder de un agujero natural. A finales del siglo XVIII se le describe como “de grandes proporciones y buena fábrica de ladrillo”

Pero el drenaje de la zona no acabó con la insalubridad del barrio. Aguas limpias de acequias y fuentes convivían con detritus de animales y personas. Recuérdese que esa zona de la medina tenía muy mal sistema de evacuación de aguas, de forma que se mezclaban las de acequias de suministro y las fecales; fue el barrio en el que hubo mayor número de víctimas mortales en la epidemia de cólera de 1885 (murió el 10% de la población). Precisamente uno de los argumentos para justificar la apertura de la Gran Vía fue el de sanear la red de alcantarillado por motivos sanitarios evidentes.

El Pozo Airón tenía una profundidad aproximada a 72 pies y una gran boca, quizás por proceder de un agujero natural. A finales del siglo XVIII se le describe como “de grandes proporciones y buena fábrica de ladrillo”.  

El edificio que tenía delante, con fachada a la calle Elvira, 119 (actual 85), era propiedad de la comunidad capuchina a comienzos del XVII; en 1770 fue adquirido por la Junta Municipal de Beneficencia para hacer su casa-cuna y liberar al Hospital Real de este cometido (en realidad en Granada había por entonces más de 20 lugares para dejar expósitos, la gente los abandonaba en cualquier torno de convento o puerta de iglesia). La placeta de Coca empezó a conocerse entonces como Postigo de la Casa-Cuna, porque una puerta secundaria comunicaba a la zona del Pozo Airón.

En 1810, el general francés Horace Sebastiani constituyó una junta de diez mujeres para regir esta casa-cuna. La Inclusa siguió funcionando en la calle Elvira hasta 1838, en que se trasladó al Convento de Santa Inés y después, de nuevo, al Hospital Real. El edificio de la casa-cuna se fue deteriorando al estar sin uso, de forma que la guardia municipal denunció su deplorable estado en 1868. Desde principio del siglo XX era propiedad de particulares; en 2012 fue sometido a una profunda remodelación que ha recuperado su interesante patio interior.

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En la Plataforma de Ambrosio de Vico (impresa en 1611) dibujó una especie de pozo en la parte trasera de un edificio marcado con el número 27 (propiedad de monjas Capuchinas). El lugar está casi equidistante entre las iglesias de San Andrés (K) y la de Santiago (L). El Darro y Puerta del Boquerón está situado en la parte baja (49), adonde desaguaba esta zona mediante una tubería subterránea.

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Plataforma de Dalmau (1796). La flecha indica dónde estaba el Postigo de la Casa-Cuna a los pocos años de construir la Inclusa.

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Proyecto fallido de alineaciones de 1859, del arquitecto José María Mellado. La flecha amarilla señala la entrada al Postigo de la Cuna; la circunferencia roja la Placeta del Pozo de Santiago, hoy coincidente con la calle Vicente Arteaga.

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En el plano de aguas de mediados del siglo XIX se marca el Postigo de la antigua Casa-Cuna, con salida a Azacayas, pero no hay dibujado ningún pozo ni acequia.

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En este plano de Giménez Arévalo, el arquitecto Torres Balbás marcó (1923) los edificios artísticos desaparecidos al hacer la Gran Vía. Con círculo amarillo he marcado la ubicación del Postigo de la Cuna.

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Plano de la Gran Vía al finalizar su construcción. En naranja, la placeta de la Cuna (tal como está en la actualidad); en azul, lugar aproximado donde estaba la Placeta del Pozo de Santiago.

¿De origen ibero o musulmán?

Airón o Ayrón es un término utilizado en castellano para referirse a una deidad ibera. Existen sus correspondencias en otros idiomas: Agró en catalán; Aiyrón, Aigrós en provenzal; Aghirone en italiano; Aigron, Aigueron, Hegrón, Hairon, Herón… También se le relaciona con el sonido Heigir ibero y el godo Heigro. Y del árabe Hauron. En todas sus acepciones viene a significar pozo profundísimo. Este término incluso está recogido en la Biblia, como lugar al que se echaban las cosas o personas de las que se deseaba prescindir para siempre.

Los pueblos ibéricos y provenzales dieron el nombre de Airón a una deidad de la naturaleza que se encargaba de las aguas, los ríos, los pozos, las simas… en cuyo entorno viviría. Incluso en su vertiente más diabólica exigiría de sacrificios animales, también personales, para aplacar su ira.

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Mapa de los principales pozos/lagunas del tipo Airón que existen en España (Fuente: libro Airón, dios prerromano de Hispania, de Manuel Salas Parrilla)

Entre el casi centenar de pozos que existen en la Península ibérica con igual o parecida terminología se han encontrado restos de ceremonias votivas, pero no restos humanos. En cambio, en algunos del sur de Francia sí se encontraron esqueletos humanos de la antigüedad. Los pueblos prerromanos ibéricos practicaban rituales en beneficio de su dios Airón, ceremonias que fueron permitidas por los conquistadores italianos después de su plena toma  de la Bética (s. II a. C.) Este pozo se situó al lado de la calzada romana que discurría por lo que hoy es la calle Elvira, más o menos, para llegar hasta la zona de la Alcaicería y subir al cerro por la senda de San Juan de los Reyes.

Lo primero que cabe pensar sobre el origen del Pozo Airón de Granada es que se trató de una sima natural o un pozo abierto por los habitantes turdetanos de Iliberri (que significa ciudad nueva). Aquellas primitivas tribus ya habitaban el opidum o poblado en la colina del actual promontorio albaicinero, por lo menos diez siglos antes de que llegaran los romanos, hace más de 3.000 años

Lo primero que cabe pensar sobre el origen del Pozo Airón de Granada es que se trató de una sima natural o un pozo abierto por los habitantes turdetanos de Iliberri (que significa ciudad nueva). Aquellas primitivas tribus ya habitaban el opidum o poblado en la colina del actual promontorio albaicinero, por lo menos diez siglos antes de que llegaran los romanos, hace más de 3.000 años. El pozo estaba  situado en el piedemonte de su aldea; no obstante, también debía haber chozas muy cerca de este pozo, ya que aparecen varias en las excavaciones de los alrededores (se pueden ver algunas en el hall del hotel situado en el número 20 de Gran Vía).

Las noticias más abundantes sobre la existencia y función del Pozo Airón de la calle Elvira son ya de etapa cristiana, pero referidas a tiempos pasados de los musulmanes. En 1431, con motivo de la batalla de la Higueruela, existe la certeza de que este pozo estaba abierto y enladrillado hasta gran profundidad. Su función aparente era permitir la corriente de aire caliente que emanaba desde las profundidades de la tierra, de tal manera que se liberasen por ahí las tensiones y evitar los terremotos de grandes magnitudes.

La teoría musulmana emanaba, seguramente, de los escritos romanos recogidos por Plinio el Viejo. Éste había observado la existencia de infinidad de pozos de este tipo en Grecia, Sicilia, Egipto y sur de Italia. El cometido era descargar por ahí las tensiones de las fuerzas telúricas que se retorcían en las profundidades. De hecho, los antiguos de Granada apreciaban que el Pozo Airón exhalaba una corriente de aire caliente.

No podemos precisar cuándo comenzó el proceso de cegado de aquel pozo. Es muy probable que en 1594 continuase semi-abierto, ya que en esa fecha estuvo Miguel de Cervantes en Granada y debió verlo; hace referencia a su existencia en su obra Adjunta al Parnaso (publicada en 1614), con la siguientes palabras: “Guardaos, niños, que viene el poeta fulano, que os echará con sus malos versos en la sima de Cabra o a el Pozo Airón”.

Por el contrario, para el ciclo de terremotos que sacudió Granada en 1526 (durante la estancia de Carlos I en la ciudad) asegura el historiador Bermúdez de Pedraza que ya estaba cegado. De ahí que la emperatriz Isabel de Portugal se asustara mucho y quisiera irse lo antes posible. B. de Pedraza escribió (Historia Eclesiástica de Granada, parta 4ª, capítulo 48) que “aún subsiste cegado este pozo, llamado comúnmente el Pozo Airón. El vulgo le atribuye la repetición de los terremotos a la providencia de haberle cerrado”.

La teoría musulmana emanaba, seguramente, de los escritos romanos recogidos por Plinio el Viejo. Éste había observado la existencia de infinidad de pozos de este tipo en Grecia, Sicilia, Egipto y sur de Italia. El cometido era descargar por ahí las tensiones de las fuerzas telúricas que se retorcían en las profundidades

En 1633 el fraile Lorenzo de San Nicolás describió cómo era la parte que se veía del Airón, asegurando que se encontraba tapado. Escribió lo siguiente sobre él: “Tuvo antiguamente la ciudad de Granada un pozo en la calle de Elvira de notable anchura y profundidad, todo labrado en ladrillo, que llamaban Pozo-Airón, por donde expelían los vientos sin que causaran temblores, el cual está hoy tapado, y los ancianos que habitan en aquella ciudad afirman por relación no haber habido temblores mientras duró el estar abierto; daño que han experimentado después de cerrarlo”. Añadía el miedo que tenían los vecinos al oír ruidos en su interior por salida de aire.

Para 1726 ya se aseguraba el completo cegado del Pozo Airón (Miguel Herrero, pág. 572 de su “Pozo Airón”).

El Diccionario de Autoridades (1776) tiene una entrada referida al famoso Pozo Airón de Granada. Dice lo siguiente: “Caer en el Pozo Airón. Phrase con que se da a entender que alguna cosa que se ha perdido no es fácil de hallarla o sacarla de dónde está; y viene de que en Granada había un pozo a quien llamaron Airón, porque siempre echaba de sí bocanadas de aire, y era tan profundo, que costó muchos años de tiempo y trabajo para cegarle”.

Esta expresión de “echar en el Pozo Airón” fue muy utilizada entre los políticos del siglo XIX (el Diario de las Cortes está repleto de ellas) y en la prensa de la época. Se indicaba con ella que el gobernante metía en el pozo de Granada todo lo que quería ocultar o no deseaba hacer. También a los dineros públicos que se perdían y nadie sabía adónde habían ido a parar (No vendrían mal recuperar esta expresión para calificar la actitud de ciertos gobernantes actuales).

El político y escritor granadino Martínez de la Rosa se refirió a este histórico pozo en su libro Dª Isabel de Solís (1837). Decía que “el remedio contra estos terremotos, dice Plinio, es hacer muchos pozos y cuevas hondas, por donde exhale y respire el viento metido en las venas de la tierra. Y los moros, como filósofos, tenían en la calle de Elvira un pozairón; llamábanle así por ser muy profundo y ancho, que servía para este efecto; y le cegó nuestro mal gobierno, pensando que pozo sin agua estaba ocioso”.

La expresión de ‘echar en el Pozo Airón’ fue muy utilizada entre los políticos del siglo XIX (el Diario de las Cortes está repleto de ellas) y en la prensa de la época. Se indicaba con ella que el gobernante metía en el pozo de Granada todo lo que quería ocultar o no deseaba hacer. También a los dineros públicos que se perdían y nadie sabía adónde habían ido a parar 

Pero no debió ser del todo cierto que en el siglo XVIII estuviese completamente cegado y sin agua. Este hecho lo desmienten dos documentos que existen en el Ayuntamiento de Granada por los cuales el alcaide de aguas ordena el repartimiento de trabajos para limpieza de la madre del Pozo de Airón y sus ramales, en  la calle Coca de San Andrés (ladera del Zenete); uno de estos documentos es de 1719 y el otro de 1742.

Proyecto de reapertura en los terremotos de 1778

Ya para el devastador terremoto de Lisboa (1755) se alzaron voces en Granada pidiendo que fuese reabierto y limpiado hasta el fondo el Pozo Airón. Aquel devastador terremoto sólo causó algunos daños en Granada y sólo una víctima mortal por caída de cascotes. Pero sirvió de pretexto para que el populacho reabriese de nuevo el debate sobre la conveniencia de dejar salir por esa oquedad la furia de las fuerzas infraterrenales. No obstante, no fue hasta noviembre de 1778 cuando la zona de Granada sintió un verdadero enjambre de terremotos que asustó al vecindario y echó a la gente a dormir al raso. Las edificaciones de entonces se desmoronaban con cierta facilidad. Se comenzaron las tradicionales rogativas y rezos a todos los santos, las procesiones y demás encomiendas a poderes sobrenaturales. La ciencia no había avanzado por entonces mucho más que cuando campaban los iberos por su opidum en el cerro del Albayzín: todo era –decían- consecuencia del castigo divino por los muchos pecados cometidos por los desenfrenos de las gentes.

Lo más inmediato fue ordenar el cierre de todos los teatros y espectáculos públicos de la ciudad. Verdaderos nidos de pecado a base de bebidas, palabrotas, conversaciones lascivas, ruidosas carcajadas de mujeres de mala vida e, incluso, abundante fornicio desenfrenado en el centenar de mancebías repartidas por la Manigua. Esa fue la tesis mantenida por el arzobispo Antonio Jorge y Galván (1776-1787); le secundó el Concejo municipal prohibiendo toda manifestación festiva, a ver si así se aplacaba la ira de los terremotos.

El aterrorizado pueblo se dirigió a la casa consistorial exigiendo que fuese abierto el Pozo Airón. El corregidor pidió a los expertos y al maestro de obras municipal que examinasen las distintas minas, cuevas y el Pozo Airón, con el fin de abrirlos y calmar la imaginación del populacho. El maestro de obras hizo un informe favorable a la apertura del Pozo Airón, ya que sostuvo su demostrada utilidad en tiempos de moros.

Se pidió consejo de la Universidad Literaria y de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los regidores se echaron en mano del alcalde del crimen para decidir según su sabio consejo. Aquel hombre se llamaba Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán y Manrique; pasaba por ser uno de los mayores juristas e intelectuales de Granada, además de aficionado a la ciencia. Se encontraba enfermo y en cama, pero accedió a estudiar el tema y pronunciarse en el menor tiempo posible.

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Portada del Dictamen del alcalde del crimen de Granada en el que descartó reabrir el Pozo Airón para calmar los terremotos.

Conocemos el resultado de su estudio y consejo a través de una publicación de 86 hojas que hizo la recién creada Sociedad Económica de Amigos del País, bajo el título “Dictamen sobre utilidad, o inutilidad, de la excavación del Pozo-Airón, y nueva abertura de otros pozos, cuevas y zanjas para evitar los terremotos”. En realidad, la petición del asustado vecindario lo que deseaba era horadar el entorno de Granada para que los humos de la tierra respirasen por ellos. No sólo reabrir el Pozo Airón.Gutierre J. Vaca de Guzmán rebatió con argumentos científicos -bastante adelantados a su tiempo- la idea de que el Pozo Airón, u otros similares, fuesen remedio contra los terremotos. Decía que la Vega de Granada está repleta de ellos y, sin embargo, es la tierra que más sufre los movimientos; en cambio, Víznar no tenía ningún pozo y los terremotos eran imperceptibles. Incluso en el monte Potosí se daban muchos terremotos y estaba completamente horadado de minas de plata. Los terremotos se producían –decía el alcalde del crimen- por dilatación de gases eléctricos o enrarecidos; para expulsarlos y aliviar la presión de la tierra, habría que ahondar miles de pies hasta llegar a “los profundísimos senos que conservan el fuego o hasta cavernas en que se mantienen las materias inflamables”. Sería algo así como hacer un volcán en el Pozo Airón: “poner una oficina a Vulcano en la calle Elvira”.

Sus argumentos no convencieron del todo a la población, pero sí vinieron muy bien al Ayuntamiento para no tener que reabrir el Pozo Airón y hacer otros más en los alrededores de la capital. Sus arcas estaban vacías. Hubo cierta suerte, porque aquel ciclo sísmico se acabó pronto. Los empresarios teatrales consiguieron abrir sus espectáculos, la gente volvió a divertirse y se olvidaron del Pozo Airón… hasta los terremotos de 1806, en que volvieron a hablar del asunto, pero ya con menos convicción.

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Ejemplar de El Defensor de Granada (26 de agosto de 1895) que da noticia de la inauguración de los trabajos de demoliciones para la Gran Vía.

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Acopiadero de materiales de derribo en la zona del ábside de la Catedral, en los primeros años del siglo XX. (Archivo Miguel Giménez Yanguas).

Fin del Pozo Airón y del barrio

El fin del Pozo Airón se anunció la tarde del 25 de agosto de 1895. El arzobispo Moreno y Mazón, con un matillo de plata, dio los primeros golpes simbólicos para el comienzo del derribo de más de trescientas casas cuyos solares se destinaban a construir la Gran Vía de Colón. Y lo hizo a escasos metros de donde se encontraba el Pozo Airón, en la cercana calle Santiago. En los siguientes años comenzaron a caer edificios antiguos por debajo de la calle Elvira, en una cala de casi 80 metros de ancho por 800 metros de longitud. No obstante, desaparecieron infinidad de callejuelas milenarias, pero el Postigo de la Casa-Cuna logró salvarse, aunque encajonado entre enormes edificios que jamás le dejan ver la luz.

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Solar vallado de Gran Vía, 40, antes de iniciarse su construcción. El Pozo Airón lindaba con el fondo de esta enorme parcela (984 m.). Se trató del edificio levantado por Gregorio Fidel Fernández Osuna, en 1920 (bajos comerciales más 8 viviendas), según proyecto de Ángel Casas Vílchez.

La antiquísima trama medieval fue dando paso, poco a poco, a la retícula rectilínea imperante en el momento de las reformas urbanísticas interiores. La manzana donde estuvo otro pozo cercano, el Pozo de Santiago, iba a ser realineada en un primer momento (según un proyecto de 1869 del arquitecto José María Mellado); pero finalmente fueron demolidos todos los edificios (a excepción de la mayor parte de la iglesia de Santiago) y fue partida por una calle recta de nuevo trazado: Vicente Arteaga (hacendado empresario y filántropo). También fueron realineadas algunas fachadas de la calle Elvira, que hasta entonces había sido la principal de la ciudad. Pero tras ser sustituida por la Gran Vía, la calle Elvira ha vivido casi olvidada en el último siglo. Hoy, pocos granadinos conocen la existencia del Pozo Airón en esta hondonada tras la calle Elvira y su contribución a la historia milenaria de Granada.

Gabriel Pozo Felguera

http://www.elindependientedegranada.es/cultura/pozo-airon-calle-elvira-morada-dios-ibero-apaciguador-terremotos

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