El adiós a Rubalcaba desata un torrente emocional de llanto por la política que se fue y reúne -con su rastro de dolor- al PSOE de González, de Zapatero y de Sánchez

Pasadas las dos de la tarde de un caluroso sábado de mayo, Alfredo Pérez Rubalcaba descendió dentro de un féretro por las escalinatas de la puerta de Los Leones del Congreso. Lo portaban miembros del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil. En la acera oficial, despidieron al cadáver y a Pilar, su viuda, la presidenta del Congreso y el presidente del Gobierno, con toda su familia socialista. En la acera ciudadana, miles de personas aplaudían y aplaudían sin parar al féretro de Rubalcaba, al mismo tiempo que le gritaban al secretario general del PSOE para que lo oyera: «¡Ánimo, Pedro, ánimo Pedro!». Y a la viuda: «¡Ánimo Pilar!». Y al que ya no podía oírles: «No te olvidaremos».

La escena -que dejó paralizados de emoción a todos los presentes- fue la última de una capilla ardiente oficial en la que todo fue inesperado, a la par que conmovedor, extrañamente íntimo para tratarse de un lugar oficial, y por momentos muy impresionante. Inesperadamente y a destiempo expiró el gran hombre socialista. Inopinadamente su velatorio se convirtió en una catarsis del Estado – «hemos descubierto que todavía nos queda Estado», dijo Felipe González-, del PSOE, del PP, de la política y del estado -con minúscula- de ánimo ciudadano. Una catarsis de España. Una purificación.

De forma insospechada, la muerte de un hombre retirado de la política desde hace cuatro años desató un torrente emocional que incluyó la expiación de las culpas por las peleas internas del PSOE, el saludo de enemigos íntimos, las lágrimas de estatuas que por lo general no lloran, los aplausos de los funcionarios que nunca aplauden a nadie, el llanto por la política de antes, el lamento por la política de ahora, las imponentes coronas oficiales y las modestas rosas sueltas de la gente a los pies del féretro. Totalmente inesperada fue la reacción del pueblo de Madrid y de otras ciudades que en número de ocho mil -la puerta se cerró, que si no hubieran sido más- desfilaron por delante del cadáver con respeto, emoción y afecto sincero en los ojos hacia una persona que sólo conocían a través de los medios. Algunas personas se santiguaban y rezaban, otras -las menos- levantaban el puño y rozaban con los dedos la bandera del PSOE que cubría el ataúd. Lo mismo que hizo el Rey Don Juan Carlos: tocar el féretro en la bandera socialista para despedirse de un líder político al que la Monarquía le debe mucho. La respuesta espontánea de la gente del común -mayores, jóvenes, familias con niños y amigos que guardaron la fila como cualquiera- fue el mayor impacto que recibió la política mientras lloraba a uno de los suyos. La España que reza y la que levanta el puño. La España plural existe y acudió a despedirse de Rubalcaba, dijeron algunos. «Esto dignifica a la política», reflexionó Guillermo Fernández-Vara. «Esto demuestra que la gente sí cree en la política como espacio de entendimiento y diálogo», concluyó el presidente del Gobierno.

Miles de personas aplaudían al féretro mientras gritaban: «Ánimo, Pedro»

Todo esto y mucho más se pudo ver en la capilla ardiente de Rubalcaba. La penúltima vez que el ex líder socialista visitó el Salón de los Pasos Perdidos fue el 6 de marzo pasado. Allí se sentó en una silla en primera fila para asistir a la entrega del primer premio de periodismo Josefina Carabias que el Congreso le concedió a quien escribe estas líneas. Le invité, acudió, y departió, tan cariñoso como siempre, con sus colegas políticos y con sus amigos periodistas. Ana Pastor le dijo a su viuda, con el escalofrío dentro y fuera, que la silla en la que se sentó su marido aquel día ocupaba el mismo lugar físico en el que ahora se asentaba su féretro. La entereza de Pilar Goya, la mujer al lado de Rubalcaba desde que era una adolescente, puso inmensidad en el velatorio. «No voy a derrumbarme aquí, él no lo querría, cuando vuelva a casa ya me quedará el tiempo de la pena y el dolor. Lo tengo que pasar allí».

Aquí, sin embargo, a ambos lados del cadáver de su marido se sentaron las dos historias. La historia familiar y la historia política. Varias décadas frente a frente. La familiar sólo la conoce ella. La política la conocemos todos. Años convulsos de peleas internas, amistades rotas, complicidades traicionadas, culpas sin expiar. El PSOE en carne viva velando a uno de sus líderes más inteligentes bajo la Presidencia de Pedro Sánchez. Algo totalmente imprevisible. Como la propia muerte de Rubalcaba. «Si él pudiera hablar». «¡Cuánto lo maltrataron!». «Las cosas que tenemos que ver y escuchar». «Es una sobreactuación que viene muy bien en campaña». Salvo lo de la campaña, se oyeron las mismas cosas que en los funerales de cualquier familia.

Los Reyes Juan Carlos y Sofía pasan junto al féretro de Rubalcaba, al lado de su viuda, Pilar Goya.EFE

Con los reencuentros de qué pena, sólo nos vemos en estas ocasiones. A las nueve de la mañana, nada más abrir, Pedro Sánchez se acercó a saludar a Antonio Hernando, el portavoz que le abandonó para defender la abstención. Hacía dos años que no se hablaban. Hernando, muy cercano a Rubalcaba, fue el que dijo primero: «Y ahora, ¿a quién vamos a llamar?». Después le siguió Susana Díaz: «¿Quién va a escucharme?». También la líder andaluza se fundió en un abrazo con Pedro Sánchez. Parece mentira, pero fue verdad. Rubalcaba obró este milagro y otros. Felipe González y Alfonso Guerra se saludaron. Como Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. Como el presidente del Gobierno y Albert Rivera. Como Pedro Sánchez y Alfonso Guerra. Como Soraya Rodríguez -que acudió a la capilla ardiente acompañando a Albert Rivera– y José Luis Ábalos. Como Elena Valenciano -ex vicesecretaria excluida de las listas- que saludó al secretario de Organización con un: «Hola, jefe».

El velatorio de Rubalcaba fue la fotografía de España y sus partidos

El PSOE de González, el PSOE de Zapatero y el PSOE de Pedro Sánchez. El PSOE de Iceta y el de Rodríguez Ibarra. Cuando Rosa Conde entró en el Salón de los Pasos Perdidos al frente de los ministros pata negra de Felipe González -todos juntos tras su ex presidente-, un socialista de la época pensó en voz alta: «Éstos se van a encontrar ahí dentro a otro Gobierno en el que a lo mejor no se reconocen, pero que también es del PSOE, dos realidades bajo unas mismas siglas». La realidad pasada de Rubalcaba y la realidad presente de Pedro Sánchez. El PSOE ha vuelto al Gobierno. «Ánimo, Pedro». Y final del viaje.

En este ambiente de emociones encendidas en torno a quien fue mucho durante mucho tiempo, algunos expresaron la idea o el deseo de que lo sucedido con Rubalcaba aún presente acabe siendo cierto. Que de verdad se cierren las heridas del partido, ahora que los españoles han revalidado al presidente, Pedro Sánchez. Un presidente que sólo se movió del lado del féretro para recibir a los Reyes. Sánchez se arrancó con un gesto de arrojo también inesperado. Un hombre de mediana edad se paró delante del féretro y en voz alta advirtió que no se movería de allí hasta ser atendido por el presidente del Gobierno o el director del CNI. Antes de que llegaran los agentes de Policía, Sánchez se levantó de su silla, tomó del brazo al alborotador y le dijo: «Soy el presidente del Gobierno, venga conmigo».

Es poco probable que la reconciliación interna -forzada por el dolor de la pérdida- acabe siendo una realidad y que un ministro de Pedro Sánchez pueda llegar a nombrar secretario de Estado a Antonio Hernando o Elena Valenciano. Pero en el aire del duelo -que siempre tiene algo de incienso sagrado- flotó durante día y medio la idea de que la política no puede ni debe ser lo que es ahora. La gente de la fila lo expresaba con sus palabras. El llanto no sólo era por el hombre. También se lloraba por la política que ya no existe. La de antes. La del diálogo. La del acuerdo.

El llanto no era sólo por el hombre, también por la política que se fue

Por los cuatro costados de esa política lloraba el artículo de Mariano Rajoy publicado por todos los diarios. El ex presidente no se limitó a escribir una oración fúnebre de homenaje a un «rival». Lo que hizo es poner por escrito -palabra por palabra- el testamento político que no puede expresar en público para no ahondar más en la profunda sima en la que ha caído el PP después del 28-A.

Rajoy ha encontrado en algunos dirigentes PSOE el consuelo, el aliento y el alivio que no halla en los jóvenes que mandan en Génova, dedicados al derribo de su recuerdo. Para que él y su sucesor, Pablo Casado, se saludaran personalmente ha tenido que morirse Rubalcaba. Para que el PP se reconociera como partido de Estado hizo falta que existiera Ana Pastor, siempre en su sitio institucional no por obligación sino por convicción, y al lado de la viuda.

Para que Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se saludaran fugazmente en una esquina ha tenido que morirse Rubalcaba. Para saber el respeto que un partido como Vox le tiene a los hombres de Estado ha tenido que morirse Rubalcaba. Ni uno de ellos pasó por el Congreso.

La llamada «nueva política» – «ya es más vieja que ninguna», decía Rubalcaba- se sumó al homenaje. Podemos y Ciudadanos visitaron la capilla ardiente, con discreción pero también con sincera admiración hacia el político fallecido.

Rubalcaba nunca pudo imaginar que su capilla ardiente acabaría siendo el resumen y la fotografía de la situación de un país y de sus partidos políticos. Como tampoco que 8.000 ciudadanos acudieran a rendirle sus respetos. Para la política, Rubalcaba era un hombre de Estado. Para la gente, así lo dijeron con palabras sencillas, era «una buena persona», «un hombre sencillo, inteligente y honrado que quería a su país».

Elena Valenciano y Susana Díaz, ayer, en el Congreso.BERNARDO DÍAZ

El PSOE siente la orfandad

Muchos hombres y mujeres del PSOE se declararon «huérfanos» tras la muerte de Rubalcaba. Así lo manifestó el presidente extremeño Guillermo Fernández-Vara. Aunque la lista es larga y empieza por Gregorio Martínez, su ex jefe de Gabinete, el ex secretario de Estado, Jaime Lissavetzky -su íntimo amigo- o el ex dirigente vasco Rodolfo Ares. Huérfanas se declararon asimismo Elena Valenciano -convaleciente de una operación de hombro- que acompañó a Rubalcaba en Ferraz en sus años más duros y hasta el final. Valenciano era eurodiputada y no ha sido incluida en las listas para las elecciones del 26-J. La dirigente valenciana estuvo primero en el hospital y después en el Congreso -sin esconder su tristeza y desolación- hasta que cerró la capilla ardiente.

También la ex presidenta andaluza, Susana Díaz, se mostró muy afectada por la muerte de Rubalcaba, y tampoco escondió sus lágrimas. Díaz recordó con dolor que hace poco más de dos años falleció también de forma repentina Carme Chacón, a quien ella apoyó en el Congreso de Sevilla de 2012, frente a Rubalcaba. «Yo me podía llevar bien con los dos. Los dos se me han ido», lamentó. «España te recordará siempre; yo te echaré de menos cada día. Has dedicado tu vida a los demás y al país que tanto has amado. ¡Cuánta tristeza!», escribió en su cuenta de Twitter.

El PSOE colocó a última hora de la tarde del sábado una pancarta gigante en la fachada de su sede central en Madrid, con una foto de Rubalcaba en un mitin llevándose la mano al corazón y la leyenda: «Gracias Alfredo». Numerosos dirigentes nacionales y de todas las federaciones acudieron a firmar en el libro de condolencias que la dirección socialista ha abierto también en Ferraz.

FOTO:
Policías y guardias civiles portan el féretro de Alfredo Pérez Rubalcaba tras su velatorio en el Congreso. BERNARDO DÍAZ

https://www.elmundo.es/espana/2019/05/12/5cd73028fdddffa83f8b4586.html

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