Dicen los analistas políticos de toda la vida que lo de Ciudadanos, esta debacle electoral que ha herido con dureza al partido naranja, se veía venir desde que se produjo el giro a la derecha de Albert Rivera (a la diestra de la derecha, tras la foto de Colón).

Aseguran, también, que el grado de ambición del dimitido Rivera los ha llevado al desastre, a la situación de desconcierto orgánico y de abandonos en caída libre que implica la verificación que hay que reconstruir la estructura desde abajo, volviendo a ilusionar a la militancia que auspició su éxito. Porque España siempre necesita un grupo político de centro, capaz de aglutinar a las personas que no votan a la derecha que representa el PP (de Vox no hablamos porque su programa no es de derechas: es, simplemente, un insulto a la inteligencia y a la dignidad de la ciudadanía) o que creen que el PSOE ha ido perdiendo por el camino el ideario del puño y la rosa.

Es decir, que en su primera época, el Ciudadanos de Rivera, desnudo e impoluto de corrupción, representó al españolito medio cansado de mandamases con buenas palabras y malos hechos y se convirtió en heredero de UCD y, de alguna manera, del UPyD de Rosa Díez que vino a autodestruirse por una circunstancia similar: la avaricia desmedida de su entonces lideresa. Pero, al final, acabó cayendo en los mismos errores que son no saber ocupar con perspicacia su hueco, ese espectro de electores de centro que, al final, resultan el perfil de votante mayoritario.

Lo cual que, tras la dimisión de Rivera (un gesto de alta dignidad infrecuente del que pocos hablan), se antoja evidente que necesitan a alguien que ejerza un liderazgo moderado capaz de volver a ilusionar ahora que la moral anda por el subsuelo. Y esa persona parece ser Inés Arrimadas, la joven brillante que desde Barcelona fue capaz de poner los puntos sobre las íes al independentismo, la que no se callaba en el Parlament, la mujer que estaba llamada a representar el constitucionalismo catalán con elegancia y claridad. Pero sucede que le ofrecieron un puesto en Madrid, alejarse del cuerpo a cuerpo diario con las huestes radicales y pudo con ella la presión; eso, para mucha gente, significó que la jerezana había cedido a los cantos de sirena de las intrigas cortesanas sin acordarse de lo escribió Fernández de Andada: “Fabio, las esperanzas cortesanas/ prisiones son do el ambicioso muere/y donde al más astuto nacen canas”.  Es por eso, que en estos últimos meses, la sucesora ‘in pectore’ ha perdido bastante del prestigio ganado a pulso, pero ahora tiene otra oportunidad -seguramente inesperada-  de demostrar la dimensión de su capacidad al frente de un grupo minoritario que muchos dan ya por amortizado (en cinco años ha pasado del cielo al infierno) porque, en demasiadas ocasiones, se acaba por identificar al patrón con el barco. Es posible que, si utiliza un poco la mano izquierda en su estrategia, logre que resurja de sus cenizas un partido renovado, capaz de acordar equilibrios con la izquierda del PSOE y la derecha del PP para que España tenga la estabilidad que necesita. Ésa que todos hemos pedido a una clase política que se hace la sorda y silba mirando al cielo esperando a ver si, por ensalmo, cae el milagro.

Remedios Sánchez publicado en IDEAL el 25/11/2019

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