Asquerosa, el pueblo en el que Federico García Lorca vivió y creó a Bernarda Alba

El 15 de agosto de 1943 esta localidad de la vega de Granada pasó a llamarse Valderrubio. Al poeta tampoco le gustaba el nombre original, pero no conoció el nuevo porque lo asesinaron siete años antes.

Una cortina de yute. Eso es lo primero que se ve y se lee en La casa de Bernarda Alba. Ni a la señora de negro, ni a las hijas destruidas, ni a las criadas. Una cortina de yute, no una sábana ligera, ni un adorno de ganchillo blanco, crudo o hueso sobre la mesa camilla ni una cortinilla gruesa, quizás de esparto, cáñamo o lino, de las que evitan que se cuelen bocanadas de calor o los mosquitos. Una cortina de yute, textura exótica que Federico García Lorca coronó de “madroños y volantes” para darle un aire andaluz que viene a confirmar que nada de lo que intuyó fue solamente local.

Tampoco Asquerosa, el pueblo en el que se inspiró para contar esa historia y donde vivió de chiquito. Allí compró su padre, con el dinero heredado tras quedar viudo de su primera esposa, el cortijo de Daimuz y una casita en el centro, a la que se mudó desde Fuente Vaqueros con su segunda mujer, Vicenta Lorca, cuando Federico tenía alrededor de ocho años.

Fue allí donde el poeta conoció a Frasquita, la vecina en la que se basó para crear a Bernarda, eficiente castradora de alegrías, no solo de sus hijas. Pero decir eso es decir poco, pues Bernarda es, como Asquerosa, un recipiente: no hay que ver en ella a una mujer, sino a todas las bernardas y bernardos que conoció Federico, a esas alturas ya de vuelta por el mundo. Bernarda es un rosario, un destilado, de todos los tipos de estrechez de miras, un rasgo inabarcable para quien como él las tenía anchas. “Está lleno de malicia y de mala voluntad”, le dijo a su hermano sobre ese enclave, que a la vez consideraba el más bonito de la vega granadina. Un decorado perfecto para la mezquindad, un lugar en el que todos se saludan sin falta a cualquier hora del día, la misma frecuencia con la que se juzgan y se condenan.

Una primera intentona

Federico podría haber usado el nombre de Asquerosa para ubicar a Bernarda, pero prefirió una casa, espacio aún más reducido que una pedanía, perfecto para la asfixia, y tan protagonista, que está en el título. Pero es que a él tampoco él le gustaba ese nombre y por eso, en el remite de sus cartas enviadas desde allí, ponía “Apeadero de San Pascual, Pinos Puente”, el pueblo del que dependía Asquerosa.

Que el nombre no le hacía justicia a un entorno tan hermoso también lo pensaba el pueblo en su conjunto, por eso pidieron cambiarlo por primera vez en 1930. Así consta en las actas de la Real Sociedad Geográfica en las que se recoge la petición para rebautizar a Asquerosa como María Cristina, por la madre de Alfonso XIII, entonces rey de España. La Sociedad designó un comité para analizar la propuesta, redactó un documento y lo firmó el secretario, José María Torroja, tío abuelo de la cantante Ana Torroja, quien trazó con esa firma un hilo histórico y burocrático entre el mejor de los poetas españoles y las rimas consonantes de Mecano.

El empeño en cambiar de denominación era fruto del hartazgo de los asquerosos, a quienes ya no servía de nada recurrir a la etimología para explicar que no se llamaban así por ser sucios, zafios o, como Bernarda Alba, mala gente. Por eso contaban que el nombre viene de Ascorosa, nombre que aparece en la Bula de fundación de la Santa Iglesia Catedral de Granada, que “se transforma en la historia por esos giros que la vida imprime en los pueblos”. 

Pero de nada sirve que haya honra si los demás no la ven. ¿O no se explicaba perfectamente en La casa de Bernarda Alba la diferencia entre ser y aparentar? Por eso hasta los periódicos intentaban borrar esa manchita: “No es solo de los [pueblos] más limpios, sino también de los más ricos, de los paisajes que más alegran la raya verde de la vega”, decía la prensa local para refutar las chanzas y las maledicencias de las aldeas vecinas. “Asquerosa, que ha vivido centenares de años siendo bella, sintiéndose llamar fea, quiere cambiar su nombre (…) El denominativo Asquerosa es como un lienzo que ocultara un paisaje excepcional”, seguía diciendo el diario, que reclamaba el derecho de los asquerosos a otra oportunidad.

La caída en desgracia del cultivo de la remolacha, del que el padre de Lorca había llegado a obtener buenos ingresos, había dado paso a algo tan americano como un empezar de nuevo: plantaciones de tabaco. Así, a golpe de Virginia (rubio) y Burley (negro), arrancó una industria en la zona que llegó a producir el 70% del tabaco del país. Relacionado con ese éxito está el nombre que eligieron para su nueva etapa: Valderrubio, por ser el valle del tabaco rubio. Así se rebautizaron el 15 de agosto de 1943.

Lorca ya no pudo verlo: cuando su pueblo cambió de nombre llevaba siete años muerto y enterrado aún no se sabe dónde. Tampoco había visto la luz su última obra, La casa de Bernarda Alba, que se estrenó gracias a Margarita Xirgu en 1945 muy lejos de aquellos campos de hoja para cigarro, en Buenos Aires. Años más tarde, el Burley y el Virginia se secaron, incapaces de luchar los granadinos con la competencia tabaquera que surgió en otras regiones españolas. Para reverdecer la economía llegó el turismo, y algo que Rafael Sánchez Ferlosio afeó en su día: que se hiciera de Lorca otro bien de consumo para la marca España. Por eso ahora en la antigua Asquerosa se puede visitar el cortijo de Adamuz, la casa de Frasquita o recorrer los caminos que alguien imagina recorrió Lorca, que por su parte, dejó su obra. Esa sí, suya e imperecedera.

por Silvia Cruz Lapeña

FOTO: Lorca frente al cortijo de Adamuz, en la antigua Asquerosa.

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