Es fácil explicar, desde una tribuna académica o mediática, que, en política, en lugar de elegir entre lo bueno y lo malo, lo más frecuente es tener que optar entre lo malo y lo peor. Sé que es fácil explicarlo porque lo he hecho en mis clases en la Universidad y en mis artículos en la prensa. Mucho más difícil que explicarlo es tener que hacerlo. Esto también lo sé, porque en más de una ocasión, durante mis años de diputado, tuve que elegir entre lo malo y lo peor. Y de todas las veces en que tuve que tomar esa decisión, la abstención para permitir la investidura del presidente Rajoy en 2016 fue, sin duda, la que más difícil me resultó. No solo porque estuviera en desacuerdo con sus políticas, que lo estaba, sino, muy especialmente, porque estaba convencido de que su permanencia en la presidencia del Gobierno, después de conocerse sus mensajes de ánimo a un colaborador corrupto, producían un grave daño a la democracia. Porque la virtud del presidente del Gobierno no es para la democracia, en términos sistémicos, lo mismo que la de un alcalde. Echar la corrupción sobre las espaldas de la democracia, ya dobladas por la crisis económica, tuvo consecuencias sistémicas. No fue a raíz del 15M, después del 15M el PP tuvo dos aplastantes victorias, fue durante la mayoría absoluta del PP cuando emergieron las nuevas fuerzas políticas en nuestro país. La crisis y los errores del PSOE en la legislatura de 2008 abrieron la puerta al PP, y eso formaba parte de la lógica de nuestra democracia. Los errores del PP en la legislatura de 2011 dieron lugar al bloqueo que todavía padecemos. En esas condiciones, en 2016, tuvimos que elegir los socialistas entre dos males, permitir un gobierno de Rajoy o bloquear la democracia, sin que siempre apareciera evidente cuál era el menor de ellos. Elegimos, no sin dudas ni desgarro, desbloquear la democracia. Lo hicimos para que España tuviera un gobierno, aunque ese gobierno no nos gustara, y a sabiendas del alto precio que pagaríamos.

Es posible que alguien piense ahora que nos equivocamos al abstenernos ante una derecha que, en lugar emularnos, ha hecho lo imposible para hacer depender de los secesionistas la investidura del presidente Sánchez y después reprochárselo. Y no lo han hecho porque piensen que es el mal menor, sino porque piensan que es el mal mayor. Negándole cualquier alternativa de investidura, los líderes de la derecha obligan así al PSOE a asumir un riesgo muy importante en esta investidura, aunque menor del que asumen ellos mismos. Porque hay una derecha que necesita que España se hunda para poder salvarla, y no escatima esfuerzos para verla hundida. Esa sí que es una estrategia de riesgo para España. Pues bien, no creo que los socialistas estuviéramos equivocados al abstenernos ante Rajoy, es la derecha la que se equivoca al no abstenerse ante Sánchez, y harían bien sus líderes en no usar el nombre de España en vano, del mismo modo que estaría muy bien que ningún socialista les siguiera el juego, sino que todos lo denunciáramos hasta el último día que lo jueguen.

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

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