La Paz no está en el centro de Granada, ni allí viven las fuerzas vivas, ni los que mueven el dinero de la ciudad.

Hay semanas en que pareciera que Granada limitara al sur con la desidia y al norte con la vergüenza. Lo digo a cuenta de la situación que viven en la barriada de La Paz, que sigue anclada en el negror de los cortes de luz sin que se alcancen soluciones que dejaron de ser urgentes hace años para pasar a la categoría de indispensables. En el siglo veintiuno, donde todo funciona mediante electricidad no se debería poder dejar a medio distrito a oscuras sin que tenga consecuencias.

Lo que pasa es que La Paz no está en el centro de Granada, ni allí viven las fuerzas vivas, ni los que mueven el dinero de la ciudad. Si así fuera, tal vez otro gallo cantaría. En La Paz habitan familias trabajadoras que se levantan al amanecer para ir al tajo catorce horas, ancianos que tienen las manos gastadas de tanto luchar con la vida para sacar adelante a los hijos y ahora no quieren abandonar la humilde casa que tanto trabajo les costó ganar, niños que en invierno van al colegio con frío en los ojos y, como en casi todas partes, unos cuantos maleantes que se dedican a la marihuana y tienen enganchada ilegalmente la luz. Pero ya aclaró la Subdelegada del Gobierno Inmaculada López Calahorro que son una minoría, un seis por ciento. Lo cual que no hay justificación para los cortes constantes, máxime para esa gran mayoría que sí paga la factura puntualmente y que no se merece este trato falto de humanidad, de decencia y de honestidad empresarial. Es imposible que una zona progrese sin herramientas para avanzar, si sus gentes padecen situaciones extremas como ésta desde hace años sin que se le ponga remedio más allá de las buenas palabras. Porque la ciudadanía necesita menos sonrisas y más hechos, contundencia en la reacción y dar un puñetazo en la mesa ya. Hay que frenar el desamparo, la angustia, la frustración y la rabia porque hemos sobrepasado cualquier límite de paciencia. De terrorismo social y de atentado contra la salud lo califica Manolo Martín, el Defensor del Ciudadano, y yo lo suscribo. Esta semana la noticia se centra en torno a Pepa, que con noventa y siete años, se pasó la noche en el suelo porque, sin luz, tampoco funciona el botón de teleasistencia. Hoy, magullada aún, su alta dignidad y su rostro coronado por un pelo de nieve blanquísima hacen visible otra vez el fracaso institucional que supone no dejarles claro a los ejecutivos de la eléctrica que, o aumentan los transformadores y suben la potencia, o se les va a poner una querella inmediatamente donde corresponda desde el Ayuntamiento, desde la Junta, desde el Gobierno central, o unidos frente a la injusticia, que es como debiera procederse. Se han reído de Granada y eso debe tener un coste que le duela tanto a la empresa eléctrica como nos duele a nosotros ver cómo se apaga lentamente todo un barrio.

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