La democracia, esa libertad que tanto lucharon nuestros padres y nuestros abuelos, no pueden manosearla ahora. No tienen derecho porque es obsceno y la Historia con mayúsculas acabará por demandárselo.

Madrid y el gris en la escalera que lleva a los despachos de alcaldes con pecho de escarcha, hijos de la carcundia que quiere cerrar en falso aquello que debió quedarse en el pasado y construir encima un puente de esperanza, de futuro y de estrellas que representen las ausencias. Las de aquellos que se fueron inocentes a una fosa con un tiro en la frente, los que duermen en ribazos cubiertos de amapolas sin nadie que les lleve una flor o una palabra. Hermanos contra hermanos y fusiles y bombas y horror en cada esquina. Para todos, paz. Y restauración. Y memoria. Por eso hay que decirlo, que no se olvide la verdad de los muertos y puedan descansar.

Y por tanto yo lo nombro, digo su gesto de cobardía; que Martínez Almeida haya negado que en La Almudena se esculpan en piedra unos versos de Miguel Hernandez como instrumento de concordia sólo muestra la falta de altura ética, la ausencia de talla intelectual de quien rige los destinos de los madrileños tratando de armonizar su discurso con el de Vox para seguir gobernando. Es un error colosal que el Partido Popular se aleje del centro y se convierta en una comparsa de la ultraderecha, no sólo en Madrid: en cualquier lugar de España. La democracia, esa libertad que tanto lucharon nuestros padres y nuestros abuelos, no pueden manosearla ahora. No tienen derecho porque es obsceno y la Historia con mayúsculas acabará por demandárselo. No hará falta decir nada, sólo mirarnos a los ojos y sabremos que el silencio habrá hecho bien su trabajo. José Luis Martínez-Almeida en diez años no será más que una sombra, un olvido, ni una nota a pie de página. Un vacío elíptico. Como tantos otros que han pasado, y que pasarán, por la política española buscando dinamitar los valores esenciales que nos unen.

Sólo la grandeza moral, ese saber estar de los estadistas verdaderos, de los intelectuales, de la gente sencilla de corazón noble y mano tendida al porvenir ha de quedar ondeando al viento, cual bandera, cuando las miserias de cada instante desaparezcan. Ya debieran saber estos personajes que llevan más tiempo sentados en poltronas que cotizando a la Seguridad Social que sólo el tiempo hace justicia, da y quita razones y, cuando la palabra vuela alto, como la de Miguel Hernández, como la de Antonio Machado, como la de Federico, no puede herirla ni siquiera las tormentas. Menos unos individuos con risa de chacal que son granizada perniciosa, pero momentánea. Porque luego llegará la primavera y dará sus frutos en forma de unión ciudadana ante la infamia y el daño innecesario a la memoria que es de todos porque, ahora, una mayoría somos conscientes de aquello que decía con rotunda claridad el inolvidable poeta de Orihuela: “decid quién no fue el herido”. Para la libertad, camino de plata, de laurel y de ilusiones. Para los desalmados, el desprecio, porque España sigue siendo un país cargado de decencia.

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