En una trance como este no vale todo: os necesitamos unidos, arremangados, diciéndonos la verdad.

Sí, yo, una ciudadana normal, de las que pagan hasta el último céntimo de los impuestos sin rechistar. Yo misma, que doy mis clases telemáticas a mi alumnado en esta época de angustia y desamparo porque es lo justo. Yo, que llevo dieciséis años en esta columna sin faltar un lunes, llueva o haga sol. Ésa y mis dos manos para trabajar, para forjar un futuro que ya nunca será igual en mi casa, donde todo es pérdida porque hay un silencio ensordecedor, es la autoridad que tengo para exigiros a vosotros, políticos profesionales, decencia.

Mientras escribo, hemos superado ya los once mil muertos en un país del llamado primer mundo al que le roban los respiradores en Turquía. Y no pasa nada. Pero no voy a culpar a nadie ahora, eso sería una cobardía indigna en época de penumbra. No siento rabia, siento impotencia. Mi problema, el problema de España, es que, vosotros, los políticos elegidos democráticamente, no estáis a la altura; estáis haciendo política barata con nuestro dolor y eso es inadmisible. Y aquí no entran los gestores públicos de proximidad, de una ideología o de otra, los que comparten nuestra desolación. Con ellos no va esto; ellos sí están en el día a día del sufrimiento ajeno, casi sin herramientas, porque esto los supera.

Me refiero a vosotros, los líderes que, desde Madrid, os lanzáis los muertos a la cara como cifras, y una de ellas es mi madre. No digo más. Ninguno habríais podido parar al virus y por eso conviene que sepáis algo: no vais a sacar ni un puñetero voto de esto. Ninguno, porque os estáis comportando como unos irresponsables. Cuanta más sensatez y generosidad tiene la ciudadanía, más defraudáis vosotros. Y exigimos que salgáis ya de esa burbuja para empezar a construir puentes de entendimiento donde tenéis trincheras de guerra. Pero no guerra contra el virus con el que batalla un personal sanitario sin medios suficientes (a ése al que no les habéis hecho aún las pruebas del COVID-19 ni les dais suficientes mascarillas o trajes protectores), sino entre vosotros, que ya hay que ser torpe y obsceno para eso.

No voy a hablaros de febrero, ni siquiera de marzo. No. Os hablo de hoy, porque, para lo demás, habrá tiempo. A ti, Pedro, y a tu equipo, que estáis tomando decisiones sin llamar a la oposición o a los sectores sociales o empresariales concernidos. Todos te hubieran apoyado, Pedro, incluso en lo errático de las decisiones, porque nadie quiere más muertos. Llevas doce días sin hablar con Casado, y eso es una estupidez. Y de Casado, Arrimadas, Rufián, Esteban o Abascal digo lo mismo: levantad el teléfono, hablad y poneos al servicio de España. Todos a una. Pactad una tregua ideológica, dejaos de soberbia. En una trance como este no vale todo: os necesitamos unidos, arremangados, diciéndonos la verdad. Respetadnos siquiera en este momento de abatimiento infinito, maldita sea, sumad para salvar gente y dejad de hacer el ridículo de una santa vez.

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