España se acostó monárquica y se levantó republicana. Así, del tirón, que es como hacemos las cosas los españoles cuando estamos motivados. Lo que pasa es que aquí nos motivamos poco; el calor, la pereza y tal nos baldan el alma, y de ahí que Franco aguantara cuarenta años y se les muriera (porque servidora no había nacido) en la cama. Luego, después de que varios millones de paisanos honraran debidamente al Generalísimo -no hay más que ver los documentales, que ahora parece que todo el mundo era monárquico desde los Reyes Católicos-, se cumplió la voluntad franquista y tomó posesión del cortijo Juan Carlos, que había venido de Estoril a educarse, a pasear en Vespa y a borbonear, que es algo que siempre se les da bien a los monarcas campechanos.

Pero hete aquí que los militares del régimen moribundo, se percataron de que, entre borboneo y borboneo, Juan Carlos estaba por convertir en país en una democracia auténtica y aprovechó la Constitución del 78, ésa que votaron nuestros padres y abuelos, para que la forma de gobierno, según su artículo primero, fuese una monarquía parlamentaria dentro de un Estado social y democrático de Derecho. Lo cual que, indignados porque Juan Carlos seguramente hizo el juramento franquista con los dedos cruzados (y eso ya sabe cualquier niño que no vale), algunas mesnadas del ejército sacaron los tanques a la calle el 23-F y tomaron el Congreso de los Diputados al grito de “quieto todo el mundo” y “se sienten, coño”, con música de disparos y fondo de bigote con tricornio. Ahí estaba la cosa fea, con lo que, si se descuida Juan Carlos en dar un discurso televisado reafirmando su compromiso democrático, se van Felipe, Guerra, Suarez y Carrillo de Madrid al cielo con un pistoletazo en la frente y volvemos al régimen preconstitucional, por muy chulos que ahora se pongan algunos. Exactamente eso es lo que se le debe: que supo estar a la altura en el momento oportuno.

Luego, en los últimos años, se ha producido la degeneración cañí de un Juan Carlos que ha pasado de representar a una institución-árbitro modélica a ser un problema con sus entrañables amistades femeninas y sus gustos de nuevo rico. Tuvo la oportunidad de irse dignamente cuando la abdicación en Felipe VI, pero ya era tarde, el daño estaba hecho y el escándalo de los primos de Arabia a punto de caramelo. Porque 65 millones de euros -no declarados- son complicados de justificar, pero España se merecía al menos una explicación, no salir por la puerta de atrás dejando esta sensación de decepción y fracaso. Si además se constata, como dicen en ABC, que se ha ido a Abu-Dabi mientras se calma el enfado generalizado, la cosa tiene difícil arreglo. Ya avisaba Lakoff cuando escribió ‘No pienses en un elefante’ de que ni las palabras ni los gestos son inocentes jamás. Y el emérito ha hecho exactamente lo único que no debía hacer: recordarnos su pecado original regresando al escenario de su vergüenza.

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