Granada tiene que ser ahora la ciudad de las ideas, reinventarse para no morir de un ataque de nostalgia.

Granada, septiembre y una brisa en los cristales como advertencia del otoño presentido en un año sin verano, como aquel que vivieron en 1816 los ciudadanos de un mundo asolado por el clima y la miseria. A nosotros nos ha tocado una pandemia, otra manera de destruir la esperanza y las posibilidades de una ciudad como Granada, que resiste aferrada al pasado y que tiene que tomar conciencia de que vivir sólo mirando a La Alhambra como motor turístico es la más acabada definición del fracaso futuro. Ya sé que esto debo tenerlo escrito en 2002 y en años sucesivos, pero es que andamos siempre dándole vueltas a lo mismo, como en un bucle interminable que esta ciudadanía no se merece. Ahora, con la crisis que se avecina, todos tenemos la obligación de arrimar el hombro, de defender Granada por delante de ideologías o intereses y no perder tiempo viendo enemigos donde existen contrincantes (o compañeros, que de todo hay) con una buena propuesta. Ésta tiene que ser ahora la ciudad de las ideas, reinventarse para no morir de un ataque de nostalgia. Porque Granada y sus líderes tienen la obligación de salvar una economía vinculada al patrimonio y a la cultura en todas sus expresiones que han sido los motores del sector servicios desde hace décadas. No nos engañemos: somos herederos de nuestra historia que no se puede revertir de golpe porque, además, tampoco lo pretendemos.

Por eso sorprende que sigamos sin tener ubicación clara para ese gran museo de la ciudad que tanto se necesita; porque no requerimos quince museos como Málaga, sino un par de grandes espacios donde se exponga adecuadamente un patrimonio rico y heterodoxo, ése que se guarda en los sótanos municipales o en los domicilios de quienes tienen voluntad de donarlo a esta tierra. Cuando la campaña electoral, recuerdo a todos los grupos políticos hablando de ese museo; a Cuenca, que por fin recuperó Ágreda (un asunto que, dicen ahora, está dilucidándose en el Supremo mientras el edificio se cae) o a Sebastián, hablando con la antigua ministra de Defensa para la cesión del antiguo convento de la Merced, que reúne todas las características, a falta de adaptarlo. Si ambos proyectos se lograron (me consta), mi pregunta ahora es por qué somos incapaces de avanzar partiendo de ésas mimbres puestas, por qué siempre estamos en la casilla de inicio.

Evidentemente, se necesita inversión en ambos edificios, pero también sabemos que la Junta de Andalucía, a través de Marifrán Carazo y Rocío Díaz, ha librado 23 millones del remanente de La Alhambra para rehabilitar nuestro patrimonio. La cuestión es seleccionar prioridades en esta Granada que se cae a pedazos, pero en la que resulta esencial crear una estructura museística verdadera capaz de atraer un turismo de calidad y visa oro que fomente ese empleo que tanta falta nos hace, especialmente en este momento en que resulta obligado avanzar. Pensar otra cosa es quedarse únicamente en buenas intenciones. Y ya sabemos que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

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