Era mediados de Marzo, de este año de desgracia. Por las esquinas del invierno, asomaba la primavera. Cuando se esperaba una avalancha de luz, color y calor por calles y plazas, se truncó la primavera y nos envolvió el virus de la pandemia. Todo se llenó con la luz oscura de la soledad, del silencio y de la tristeza.

Al igual que nos ocurre con el fenómeno de la muerte, que creemos que es algo que ocurre a los demás, pero no a nosotros, hasta que la sentimos de cerca. Igual ha ocurrido con esta pandemia que, debería significar un antes y un después en nuestra forma de vida.

Vivíamos instalados en una falsa y débil torre de marfil mal llamada calidad de vida. Navegábamos en un barco hecho de falsos sueños y fantasías, llamado internet, atravesando el océano de la imbecilidad y la mentira. Creíamos que estábamos por encima del bien y del mal, que habíamos llegado a las más altas cimas de la sabiduría y la felicidad. Y de repente, este virus nos ha dado un baño de realidad y humildad. Seis meses después, nos miramos estupefactos y pensamos que esto no es más que un mal sueño. Que esto, a nosotros, falsos dioses de este mundo, no puede ocurrirnos.

Hace mucho tiempo que la codicia, la ambición desquiciada del ser humano, rompió el equilibrio con la naturaleza y ésta, por efecto búmeran, nos ha devuelto toda suerte de desgracias naturales, de todos conocidas. Y la última, en forma de pandemia. Originada, según dicen, por un virus desconocido. Una mentira como tantas otras en las que vive envuelta la sociedad de hoy. Lo cierto, mientras no se demuestre lo contrario, es que no interesa decir la verdad para no ocasionar la cínicamente denominada, alarma social.

Lo que está ocurriendo, y lo que está por venir, no es una novela o una película de ciencia ficción. Es una realidad muy cruel que nos cuesta bastante asumir. Y más, si la información viene falseada y manipulada por la demagogia de oscuros intereses partidistas de uno u otro signo. Desnudémonos de nuestro traje de la soberbia y pongámonos la túnica sencilla de la humildad y la coherencia.

De una parte, y como ciudadanos, cada uno tenemos nuestra cuota de responsabilidad y culpa o acierto, tanto en lo malo como en lo bueno que ocurre alrededor nuestro. El llamado fenómeno de “causa y efecto”.

De otra parte, los que se dedican al oficio de hacer política y no por vocación de servicio a la ciudadanía, sean del signo político que sean tanto a nivel nacional como autonómico o local, tienen también su cuota de responsabilidad. No es de recibo que actúen de forma tan irresponsable y partidista, con la mentira sistemática por norma habitual y la falta de transparencia absoluta por bandera. Esta deslealtad cotidiana, y más en la situación actual, es un delito de alta traición hacia los ciudadanos que han depositado su confianza en ellos para la defensa de sus intereses y los han instalado en el poder. Y hablo de políticos en general, de una ideología u otra. Nadie se salva de la quema.

Al principio del confinamiento, de forma bastante errónea, estúpida y optimista, los falsos profetas políticos de este troceado país llamado España, nos endosaron las consignas ya sabidas, de esta situación saldremos más reforzados y mejores y otras similares. Pues bien, hoy en día, y en esta travesía de seis meses a bordo de un barco llamado pandemia que enarbola una bandera con los colores de las incertezas, inseguridades, miedos y mentiras, ¿y esto es democracia y libertad?, la nave pilotada por la gente más inepta e incompetente y con la soberbia propia de los tontos que se creen listos, pilotan dando bandazos y conducen el barco hacia los acantilados de la ruina moral y física de la ciudadanía que llevan a bordo.

Como ciudadanos, este tiempo de confinamiento tendría que habernos servido para reflexionar que sólo desde el convencimiento de una conciencia colectiva y la unidad, es necesario crear un orden nuevo, un sistema de vida más sostenible con la naturaleza que nos rodea. Una vida más austera en que la codicia y la ambición queden arrinconados y disfrutemos de la vida efímera que nos ha tocado vivir con aquellas cosas que tienen sentido. No con aquellas cosas inútiles que hemos hecho útiles y con el falso bienestar por el que estamos pagando un alto peaje que nos hace menos libres y más esclavos. Recordemos que, venimos a este mundo desnudos y nos iremos de la misma forma.

Y en cuanto a los políticos, hora es de dejar de contaminar el aire ciudadano de mentiras, demagogias, y odios revanchistas. Cuesta entender su falta de empatía y sentido común. Ha sonado la hora de la unidad y remar todos en la misma dirección y sacar a este país de la ruina y la oscuridad que conducen al precipicio de la tiranía. Los ciudadanos no pueden sentirse libres ahogados por el miedo, las dudas y las incertidumbres. Es cruel e inmoral el genocidio que se ha producido y se está produciendo en esas residencias de ancianos, donde esas personas, referentes de una generación, mueren solas y sin el cariño de sus familias.

Hora es, mientras llega la ansiada vacuna que, en la conciencia de políticos y ciudadanos, suene potente un aldabonazo que nos haga reaccionar a la llamada de la unidad, la igualdad, la justicia social y el sentido común.

En estos tiempos aciagos y oscuros, es hora de olvidarnos de lo individual y pensar y actuar en lo colectivo. Sólo desde la firme convicción de una fuerte concienciación colectiva, alcanzaremos la libertad y la luz. En caso contrario, estamos abocados a la oscuridad y el caos.

Puedo parecer negativo o pesimista, pero nada más incierto. Esta triste realidad que me ha tocado vivir históricamente, no quiero que me arrastre hacia un falso optimismo.

TRISTEZA

Lo triste no es

este arresto domiciliario.

Lo más triste es

que no me devolverán,

que no volveré a vivir,

este tiempo que me han hurtado,

Lo más triste es,

asomarte al balcón

de este florido Mayo

y ver que las rosas

se han marchitado.

Lo más triste son

estas calles en llanto,

estas calles de silencio,

donde a los niños no oyes

cantando y jugando.

Lo más triste es

este genocidio de abuelos,

en ese viejo desván

de una residencia abandonados.

Tanto como nos han dado

y a cambio se han llevado

soledad, tristeza y llanto.

No los mató la enfermedad

sino el desamparo.

Lo más triste es

que esto que llamamos

ser humano

sigue siendo un lobo

feroz para su hermano.

Lo más triste es

que, por enésima vez,

se repite la historia.

La de la moneda

de sabor amargo.

La de la moneda

de la victoria y el fracaso.

¡Que siempre caen

del mismo lado!

Francisco L. Rajoy Varela

prajoy55@gmail.com

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