La placeta del Chicote estaba repleta de gente, la mayoría esperaba el momento del chocolate con churros. Desde un extremo sonaba la música de Ricky Balance con Tell Laura I love her y Stand by me de Ben E. King, dando a la noche un ambiente romántico.

 
Los niños más impacientes se levantaban de sus sillas y correteaban entre las mesas. Llegó un momento, donde la espera se hizo insoportable. Unos cuantos niños se escondieron entre la pared y la caseta del tranvía; al parecer discutían sobre qué camino tomar antes de que avanzara más la noche. En el encendido debate la mayoría decidió irse a los columpios, y el resto prefirió quedarse con sus padres para no tener ningún altercado por su ausencia.
 
El niño de la calle Jardines se dirigió dónde estaban sus tíos y su madre; pero unas mesas antes de llegar, dobló la esquina de la cafetería dirigiéndose sigilosamente hacia la plaza del Ayuntamiento.
 
En la esquina de la barbería de Arsenio, un grupo de personas se agolpaban junto a una caseta de feria que mostraba a su paso todo tipo de golosinas, dejando en el ambiente un olor muy agradable. De un altavoz colgado en el techo sonaban los Herman’s Hermits con “No milk today”.
 
Un matrimonio de la calle Nueva se paró para comprarle a su hija unas cuantas chucherías… Al ser tan pequeña, la madre le puso objeciones a los chicles porque, si se tragaban podían cerrarle la tripa. El marido advirtió la presencia del niño y le ofreció algunas golosinas…, la niña tiraba de la madre:
-Lleva toda la noche pensando en los columpios, – dijo con cierta resignación.
 
El padre al darse la vuelta pellizcó la cara del niño. La madre estilizada llevaba un vestido de color con florecitas claras alrededor del cuello:
– ¡Ten cuidado, no hagas de las tuyas porque después tú madre se entera de todo! –
El niño se guardó las bolas de chicle en los bolsillos y se acercó a la misma puerta de la Caseta Municipal.
De entre tanta gente mayor que entraba, el muchacho reparó en dos parejas vestidas con atuendos muy llamativos para la época.
Mientras uno de los hombres se dirigió a la taquilla, el otro portaba en la mano una llave brillante; las dos mujeres animosas le daban conversación moviendo sus cuerpos esbeltos.
– ¿Chaval sabes donde venden tabaco? -. El hombre con decisión sacó un billete de veinte duros.
– ¿Tú nos reconocerías entre tanta gente? -.
Soltó esas últimas palabras con cierto aire de incredulidad.
El niño abrumado contestó:
-Ustedes han venido en un Cadillac azul y lo tienen aparcado en la calle de los Civiles-.
Las mujeres clavaron sus miradas en el pequeño sin salir de su asombro, mientras el hombre le extendió el billete. Unos minutos después, tenía en sus manos dos paquetes de tabaco rubio americano, y la vuelta de cuatro duros.
 
La plaza del Ayuntamiento en estas ocasiones rodeaba todo su perímetro con una valla de cartón piedra de unos tres metros de altura.Por los alrededores de la caseta se dejaban sentir músicas versionadas por un conjunto con títulos como: Hill you still love me tomorrow ó Runaway.
 
Por la fachada del secretario, a veces, los tablones dejaban hueco suficiente para observar parte del recinto.
Lo primero que saltaba a la vista era la cantidad de colores en los vestidos que se transformaban a veces, cuando un foco les iluminaba directamente. Al fondo, en el escenario un conjunto moderno tocaba canciones melódicas. Gran parte del público se agolpaba en la pista bailando con sus parejas. Una joven que se hallaba tomando un refresco de cola en una de las mesas de madera miraba de un lado hacía el otro algo inquieta. En un momento determinado dos miembros del conjunto tomaron unas trompetas y el cantante a través del micrófono indicando algo a la concurrencia, cambió el ritmo; efectivamente, a partir de ahora la música subió de tono, escogiendo unos derroteros mucho más alegres y desenfadados, los músicos empezaron a tocar “Lets Twist Again” y “Dance with me”.
 
En ese preciso momento la joven dio un trago largo al refresco y poniéndose la rebeca en la cintura se dirigió a la pista. Al principio la gente no observó las evoluciones de la chica; pero en seguida el ritmo frenético y acompasado penetró en su cuerpo y poco a poco le fueron haciendo un círculo para ver mejor cómo bailaba…
 
A los pocos minutos, de entre el público salió un joven que intentaba seguirle el paso… El batería, que había observado la jugada, no quitaba ojo a la pareja, se tocó la gorra de plato y se enfrascó si cabe aún más en el ritmo. En una de las evoluciones, el joven puso sus dos manos en sentido horizontal, como si fuesen plataformas. Sin dudarlo un momento, la chica de un salto subió a las palmas de las manos poniendo sus pies en los hombros del joven y todo ello sin perder el compás. La gente al ver ese despliegue de equilibrio pensó: “estos muchachos son miembros seguramente del circo que está instalado en la placeta del Señorito Don Gonzalo”. (Mariano Poyatos Augustín)
Atarfe, julio, años 60.
 
Fotografía de nuestra plaza mayor, cortesía de Antonio Sánchez.
 
Curiosidades elvirenses.
 
 
 
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