En Granada el tiempo transcurre siempre con un suspiro de hojas amarillas que son añoranza de lo que pudimos ser y no fuimos. Y, de fondo, los murmullos de café y el silencio en las tribunas, que es lo que nos frena, este miedo a nombrarlo todo.

Dieciocho años hace que veo pasar la vida desde este mirador mañanero y sigo sin comprender esos silencios de los que Cicerón afirmó que corrompen tanto como una mentira. Por eso parece surrealista que se responda a la renuncia de Sebastián Pérez a su cargo como primer teniente de alcalde por parte de sus compañeros de lista -la que él encabezó- y de partido (ese mismo partido que ha dirigido quince años y al que le ha dado victorias tan significativas como la de Diputación en 2011) con un silencio tan rotundo.

Sebastián ha ejercido como relaciones públicas y fontanero -dependiendo del momento- de un Partido Popular que, en Granada, ha tenido que batirse el cobre para ganarse los apoyos de muchos ciudadanos alejados de la centroderecha. Y, mientras, también sacó tiempo para buscar personas valiosas capaces de conformar una nueva generación de gestores públicos con voluntad de compromiso verdadero con Granada; esos que precisamente ahora mismo están dando la dimensión de su capacidad, como Marifran Carazo en Fomento o Rocío Díaz en La Alhambra, por poner dos ejemplos. Evidentemente, con otros se equivocó rotundamente.

Porque al anterior líder del PP, se coincida o no con él, podrán echársele en cara algunas cosas pero nunca la de no estar entusiasmado con Granada y pensarla a lo grande sin ignorar nuestras señas de identidad. Y cuando las urnas le dieron la posibilidad de desarrollar el proyecto con el que se comprometió en campaña, no lo han dejado. El equipo de gobierno ha preferido menospreciar y colocar en una estantería a quien capitaneó hace diecisiete meses la candidatura mayoritaria de los que hoy ocupan la zona noble en Plaza del Carmen. Como si fuera un jarrón chino. Pero resulta que Sebastián ha mostrado tener esas cosas tan infrecuentes en esta época que se llaman dignidad y pundonor. Lo cual que no ha entrado por el aro de callar y seguir cobrando mientras se le pretería en la tarea para el que le habían elegido. Era, obviamente, la única manera de salvarse del descrédito personal. Desde hace meses sus declaraciones evidenciaban que tal decisión era probable, pero parece que las consideraciones del nuevo presidente del PP, Francis Rodríguez, acusándole de dejación de funciones han rebosado el vaso. O que no le cojan el teléfono desde que García Egea mueve los hilos del PP granadí.

No me imagino yo al PSOE esquinando a Paco Cuenca, Teresa Jiménez o María José Sánchez Rubio, porque sería vergonzante no respetar lo que representan para los votantes. Mientras, a Sebastián Pérez lo desdeñan con un intento de ostracismo que oscila entre lo absurdo y lo temerario para cualquiera que entienda que, en la tierra del chavico, nunca ha sido lo mismo trece más uno que catorce. Parecen olvidarse de que, en ocasiones, el silencio puede acabar resonando con la fuerza inmensa de la que avisaba Federico: “oye, hijo mío, el silencio./Es un silencio ondulado,/un silencio,/donde resbalan valles y ecos/y que inclina las frentes/hacia el suelo”. Y, ya puestos, la semana que viene hablaremos del gobierno.

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