Andalucía funciona cuando hay consenso político, cuando los que mandan dejan de jugar a las ideologías con las cosas trascendentales y se concentran en el bien mayor, que ahora mismo es la salud de la ciudadanía.

Dickens. No sé por qué pero siempre hay que volver a Dickens para entender enero y su túnica de nieve abrazando media España, igual que acompañaba el espíritu a Ebenezer Scrooge a visitar su pasado de podredumbre moral y avaricia en ‘Cuento de navidad’. Lo mismo que el fantasma de las navidades pasadas que nos visibiliza ahora que los actos, la irresponsabilidad y el desprecio de las normas, tienen unas consecuencias.

La primera, el aumento exponencial de contagios por COVID. En Granada nos hemos situado ya a niveles de primeros de diciembre y, analizando la perspectiva global del país, estamos ya con la segunda cifra más alta de la pandemia, con más de 350 positivos por cada cien mil habitantes. De ahí que parezca un chiste malo que los opinadores de todo signo y condición sigan cuestionándose si estamos ya cerca de la tercera ola; porque no es que estemos cerca, es que andábamos surfeándola y nos ha pegado un golpetazo que nos ha dejado atontados, más de lo que ya estaban algunos. Y es que había que pagar la estulticia patria que ha supuesto llenar los centros comerciales sin guardar distancias como si no hubiera un mañana (como sigamos así, veremos a ver si lo hay) y de abarrotar las calles agolpados para recoger los caramelos que lanzaban las carrozas de los reyes magos. Ahora los reyes magos van a tener que ser, otra vez, los sanitarios.

Y en este contexto, entre vergonzante y surrealista estábamos cuando han llegado los primeros datos de cómo avanza la vacunación y, por una vez, hay algo de lo que podemos sacar pecho. Mientras Ayuso ha situado a Madrid en una situación cercana a lo dramático con su habitual falta de capacidad y aptitud (léase ineptitud) en esa búsqueda de que la empresa privada saque beneficio de una vacunación que perfectamente podría llevar a cabo la sanidad pública, la Junta de Andalucía está dando un claro ejemplo de eficacia en la coordinación y rigor comprometido que supone una esperanza en el sistema, una posibilidad de que recobremos el aprecio a la gestión pública.

Resulta tranquilizador percibir que los Delegados de Salud de cada provincia están sincronizados con las administraciones superiores para que el resultado sea que encabecemos las cifras de vacunación. Y digo percibir porque, por ejemplo, el Delegado de Salud en Granada, Indalecio Sánchez-Montesinos, no ha salido a los medios para apuntarse el tanto provincial, lo cual es un gesto más que revela que transitamos por el buen camino. No me sorprende. Sánchez-Montesinos, a quien conozco desde hace casi una década, ha hecho de la elegante discreción un modo de ejercer los diferentes cometidos que se le encargan y el hecho de que sea médico es un plus que también agrada al ámbito sanitario granadí. Es decir, que todo suma en un momento histórico donde nada puede fallar porque cualquier pieza del engranaje es importante para no fracasar como los mandamases madrileños. La gente normal, quienes respetan las normas porque saben que protegerse es cuidar de los demás, necesitan una esperanza. Y esa esperanza pasa obligatoriamente por la certeza de constatar que Andalucía funciona cuando hay consenso político, cuando los que mandan dejan de jugar a las ideologías con las cosas trascendentales y se concentran en el bien mayor, que ahora mismo es la salud de la ciudadanía.

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