El terremoto que ha sacudido España no es esta sucesión de sobresaltos que nos trae a los granadinos con los nervios de punta.

El gran terremoto -del que pocos hablan por aquello de que nunca queda bien mentar a la ultraderecha- ha sido ver cómo Vox se convertía así, como por ensalmo, en un partido de estado dispuesto a sumar sus diputados para que saliera adelante la propuesta del Gobierno a propósito de los Fondos de Recuperación Económica que nos manda mamá Bruselas para sobrevivir a las consecuencias del COVID. Lo cual que, esta vez, los diputados de Vox han propiciado que se agilice la recepción de ayudas que favorezcan la recuperación de la economía española y hay que decirlo porque nobleza obliga.

Luego vendrán los detalles de la negociación, los intereses de cada comunidad autónoma y los réditos electorales que cada cual saque de este compromiso referido exclusivamente a que los dineros se administrarán desde Moncloa; lo positivo es que no los controlará directamente, por ejemplo, Díaz Ayuso, que con su personal habilidad para pisar charcos y decir bobadas, lo mismo los hubiera destinado a construir un hospital de seísmos (quizá esta vez incluyendo un espacio de quirófanos y todo para que tenga utilidad completa) por aquello de que, si en Granada llevamos varios cientos de sacudidas, lo mismo ella necesita edificar otra policlínica estilo ‘13 Rue del Percebe’ porque más vale estar prevenidos en este porvenir que, a golpe de zozobra y decepción, nos conduce a no se sabe bien dónde.

Evidentemente, no tengo yo a Santiago Abascal por un bienhechor patrio, ni siquiera por un estadista, pero en esta votación se ha revelado como un tipo listo que anda agazapado con sus comparsas de bancada buscando que Pablo Casado se pegue el guantazo padre y así quitarle la silla; y que, mientras llega (o no) esa oportunidad, aprovecha para ir visibilizándose en los medios poco afines a ver si, por ejemplo, en las elecciones catalanas se produce milagrosamente el sorpasso que significaría dejar al PP con el trasero al aire. Un PP que necesita en Cataluña a referentes verdaderos, a personas prestigiosas que lo representen con dignidad, frente a los independentistas convertidos en mártires de la causa por la estulticia y la ineficacia de muchos. Evidentemente es complicado, pero cosas más extrañas se han visto que el hecho de que un grupo político pase de no tener representación a superar a partidos tradicionales. El ejemplo fue Podemos, aunque ahora resulte irreconocible en la foto de entonces; y no sólo porque Pablo Iglesias sea un vicepresidente de moño hipster dedicado a poner palos en las ruedas del gobierno que comparte con Pedro Sánchez. Si hace una década alguien nos hubiera contado esto, no lo hubiéramos creído. Pero aquí estamos, en esta suerte de apocalipsis (en minúscula) por fascículos, sin ocaso de ángeles con trompetas anunciando el fin de los tiempos ni jinetes cabalgando el crepúsculo del miedo. A nosotros, que nos habían vendido un fenómeno sobrecogedor, nos ha tocado padecer un momento bochornoso en política, un apocalipsis made-in-China para el que faltan piezas, que no resta dolor a las gentes, pero que tristemente sí lo vulgariza mucho con esta ausencia de liderazgos enérgicos en un instante clave de la Historia, no sólo de España, sino de la humanidad. Y, encima, con terremotos de fondo.

A %d blogueros les gusta esto: