Nosotras, las mujeres, seguiremos alzando la voz, desvelando esas verdades que muchos desprecian y otros quieren esconder debajo de la alfombra de un olvido inaceptable.

Gerardo Diego y la primera antología del 27, la publicidad franquista, la necesidad de conseguir la firma del marido para cualquier gestión hasta los años setenta, la diferencia de sueldos haciendo el mismo trabajo, los tópicos desgastados con los que juegan los chistes de barra de bar, la vulgarización renovada de las relaciones humanas hombre-mujer o las faltas de respeto que llegan al asesinato y son desolación, llanto y sangre. Es la historia de un siglo, el último, donde el papel de la mujer española estaba en la cocina, preparando almuerzos y cenas, a la espera de la llegada del marido, rey del hogar. Y la que no mantenía estas normas era repudiada socialmente y acababa por pagarlo con el ostracismo. Mujeres adelantadas a nuestro tiempo tenemos muchas; en humanidades, Emilia Pardo Bazán, jamás aceptada en la academia por su condición femenina mientras otros con peor currículum eran admitidos (lo mismo ha sucedido en academias municipales hace menos de quince años con escritoras de tan alta dignidad que ensombrecían la mediocridad imperante); María Moliner, autora del imprescindible ‘Diccionario de uso del español’ escrito en la cocina familiar; o Concha Méndez, quien, con claridad, le dijo directamente al mentado Gerardo Diego cuando no incluyó ninguna mujer en la antología generacional aquella frase tan rotunda: “Mira, tú nos excluirás, pero yo debajo de la falda llevo un pantalón”. La afirmación no es sino la metáfora del silenciamiento al que se ha sometido a mujeres imprescindibles, a las que han ayudado a construir la verdadera identidad de un país, el nuestro, que necesita ponerles rostro, saber su esfuerzo en aras de la igualdad, reconocer su valía y su talento. Son sólo tres ejemplos de una nómina extensísima. Por eso sigo pensando que la clave está en la educación y en la cultura y en eso seguimos fallando, con esos manuales con los que se forman las nuevas generaciones que, en lo literario -por ejemplo-, no contienen más de un 13% de mujeres; el resto, varones, muchos de ellos intrascendentes. Y nuestra juventud, téngase en cuenta, replica lo que ve y lo que escucha, lo que se le enseña. Tengo la impresión de que tampoco ha ayudado que las mujeres que nos han antecedido hayan desarrollado su trabajo (que va desde sostener una casa a ser ingeniera de la NASA, tanto da) con absoluta naturalidad y una mayor mayor discreción que los hombres, sin sentirse protagonistas de nada.

Cuando llega el 8M, siempre me acuerdo de dos mujeres de Granada: Elena Martín Vivaldi, que cada vez que escribía un nuevo poemario, era recibido en los corrillos literarios masculinos con un despectivo “las cosicas de Elena”; y de Mariluz Escribano, que tuvo que llegar a superar los setenta años para que esta ciudad se rindiera ante el talento de una de las poetas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Precisamente hoy se inauguran las actividades en torno a su poliédrica figura como Autora Clásica Andaluza 2021. Veremos -y contaremos- si existe un compromiso verdadero en la reivindicación de su figura o es un brindis al sol. Esa ausencia histórica de compromiso real con la igualdad es la que hace imprescindibles manifestaciones, ensayos teóricos, foros. Mientras, nosotras, las mujeres, seguiremos alzando la voz, desvelando esas verdades que muchos desprecian y otros quieren esconder debajo de la alfombra de un olvido inaceptable.

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