Con el auge de las nuevas tecnologías, parece que nos ha entrado la manía de hacer público lo que es privado. Hemos aprendido de los personajillos televisivos que, sin ningún pudor, exhiben su vida privada. ¿Somos conscientes del peligro que ello entraña? No pensamos que ofrecer nuestros datos a terceros, puede traernos consecuencias desagradables. Debemos asegurarnos de la identidad del destinatario.

Basta darse un paseo por la red para observar numerosos ejemplos que corroboran mi opinión: vídeos íntimos que destruyen la reputación de alguien, datos personales que circulan sin la autorización del interesado, datos falsos con el objeto de calumniar, injuriar, amenazar o hasta suplantar la identidad de alguien….

Los usuarios de las nuevas tecnologías debemos ser conscientes de ello, y respetar algunas normas que todos deberíamos cumplir. Entre ellas, podemos citar las siguientes: evitar la publicación de información personal íntima en las redes, sean datos o fotos de familiares, amigos o menores de edad, sin el consentimiento explícito de ellos o de los padres de los niños; controlar las publicaciones de nuestros hijos menores de edad que, sin saberlo, pueden ser víctimas de graves delitos, tales como la extorsión, la pornografía infantil, la pederastia o el tráfico de personas; almacenar, si es posible, nuestros datos, en los dispositivos de memoria interna o externa de que dispongamos. Nos aseguran que, encriptados en la “nube”, están seguros, pero debemos pensar que todo lo que es susceptible de encriptarse, también lo es de lo contrario. Un experto hacker podría conseguirlo. De hecho, existen empresas que han sido extorsionadas, amenazándolas con la publicación de datos sensibles.

No pretendo, con mis palabras, infundir miedo en el uso de las nuevas tecnologías, que han venido para quedarse, y que puedan usarse en multitud de aplicaciones concebidas para el progreso y el bienestar de la sociedad. Lo que sí reafirmo es que debemos utilizarlas de una forma racional, para no llevarnos sorpresas. Y siempre preservando el derecho a la intimidad. No todo vale en el uso del derecho a la libertad de expresión, que debe tener sus propias limitaciones, sobre todo cuando choque frontalmente con el aludido con anterioridad.

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