Abril y una vientecillo amarilleando el horizonte con ruido de campanas de fondo. Hay nidos alborotando los árboles verdes de las aceras ciudadanas y un aroma diminuto al azahar primero, ése que anuncia primavera en los balcones y que se percibe en algunos jardines de la memoria. Mientras, las gentes, cansadas de silencio, empiezan a explicarse, a decir verdades necesarias que sabíamos muchos y que condicionan nuestro presente, aunque evidentemente tengan fecha de caducidad.Mientras, la ciudad aún duerme. Porque Granada es un gigante que se ha dormido en el espacio-tiempo abrazado a la Alhambra, pero que un día tendrá que despertarse y reubicar las cosas en su sitio como quien ordena su biblioteca, la ropa del armario, los barrios con sus calles, sus tesoros más valiosos.

Y ese día tengo la impresión de que se va acercando irremediablemente, porque el gigante está hartándose de que le claven alfileres en los pies, de que intenten robarle el alma imitando sus gestos aunque resulte evidente que son una mera copia. Es inadmisible que se perpetúen mucho más las afrentas, este habitar un limbo edulcorado mientras Málaga y Sevilla nos adelantan por la derecha y por la izquierda.

La paciencia está rebosándose porque, aunque Federico decía que Granada ama lo diminuto, en este momento necesitamos también pensar una estrategia global a lo grande para el porvenir que podamos dejar con orgullo, como una antorcha en una serie de relevos, a las siguientes generaciones. La herencia de la tierra que nos acoge y nos da la identidad.

Debe saberse que ser granadino no es una procedencia, ni siquiera es un lugar de nacimiento, sino un modo de estar en el mundo. Es la melancolía que no se resigna (aunque se abandone al quejío ocasionalmente), una nostalgia de lo no vivido, que tiene que llegar el momento en que se convierta en una fuerza sobrenatural capaz de desviar el curso de un río, de mover una montaña, de atravesar con la potencia del talento de quienes deben liderar el porvenir esa capa de soberbia y de ausencia de estima que nos rodean a menudo; apoyándonos, eso sí, en el báculo de la experiencia, en los que vienen trabajando sin arredrarse y conocen el paño. Porque, es evidente: existe una competencia entre Granada y otras capitales andaluzas señeras por un espacio real que permita un desarrollo socioeconómico continuado basándose en los puntos fuertes de cada una.

Y las potencialidades granadíes son la cultura, el patrimonio y la ciencia. En esas tres áreas, si fuésemos capaces de armar una estructura sólida trabajando unidos para forjarla, tendríamos todas las posibilidades del mundo para progresar al margen de los vecinos de los cruceros masivos y los museos múltiples o aquellos otros que, entre el Palacio de San Telmo y la Torre del Oro, lo tienen todo hecho. No se trata de imitar: se trata de crear oportunidades desde nuestra idiosincrasia, desde el granadinismo militante que trasciende el autobombo personal o esa política zafia que nos da la razón en privado pero perpetúa luego la inercia. En Granada tienen que empezar a suceder cosas ya, sin más demora. Y quienes tengan un compromiso verdadero están obligados a dar la cara por nuestro pasado y, especialmente, por nuestro futuro. Si no, cuando se despierte el gigante para ir a votar, que nadie se sorprenda de los resultados.

foto: https://www.turismodeobservacion.com/foto/panoramica-de-la-alhambra-y-granada/64640/

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