En estos días en que todo el mundo habla de la crisis municipal esperando a ver si se deshoja la margarita o bien si la corta y se la coloca en el ojal de la americana Sebastián Pérez, vienen pasando muchas otras cosas importantes por Granada y que nos van a afectar a medio plazo casi tanto como lo que suceda en la Plaza del Carmen. Me refiero, naturalmente, a las primarias del PSOE andaluz, donde, aunque no tocaba ahora, desde Madrid, han intentado aprovechar el momento para presentarle un contrincante a Susana Díaz a ver si la cogían echando una siesta. Pero resulta que no, que Susana estaba bien despierta y, cuando desde Ferraz le han pedido a Juan Espadas que diera un paso al frente (rodeado mayoritariamente por mandamases que le tocan las palmas al ritmo que marca Pedro Sánchez), Susana ya había visitado la mitad de las Casas del Pueblo que es donde se debiera dirimir la elección. A no ser, claro, que lo que se pretenda sea convertir al socialismo verdiblanco en una sucursal sanchista monolítica y uniforme, sin posibilidad de discrepancia ni de debate. Es decir: que sea esto un quítate tú, niña, para ponerme yo, que soy más amigo de Pedro, más gris y disciplinado, y juro por la Giralda que nunca se me ocurriría disputarle la silla a un hombre con tanto talento como para vendernos que nos favorece subiéndonos la luz. Si eso no es tener arte, que venga Picasso y lo diga. Y es que vaya ocurrencia tuvo Susana: presentarse a unas primarias nacionales contra el guapo de Madrid, intentar romper el techo de cristal que tienen las mujeres dedicadas a la política y pensar que luego la iban a dejar trabajar liderando la oposición en un Parlamento donde -nadie lo olvide- la suya fue la candidatura más votada.

Como a la que suscribe no le gusta opinar sin conocimiento de causa, el otro día me planté con mi libretilla de tomar notas en el encuentro en el Zaidín de la candidata con militantes; y me percaté de que, o Susana es otra, o nos habían vendido una imagen bastante manipulada. Allí se percibió, sin parafernalia y solamente con un micrófono en la mano, la razón por la que esta mujer es la líder socialista andaluza. La clave me parece que está en que, las bases, esas personas que tienen carnet sin ser ni cargo ni carga presupuestaria (ojo, son cosas bien distintas), la aprecian y la valoran; tal vez porque ella evidenció respetarlos al no haber aceptado el puente de plata de un ministerio o la presidencia del Senado. Pero lo más importante para los granadinos en general es que fue capaz de dar el triple salto mortal que supone reconocer que se había equivocado con Granada fiándose de quienes desde aquí la orientaron. Hoy, dos años y una pandemia después, tengo la impresión de que actuaría de manera distinta, pero lo que toca esta semana es seguir esforzándose para dar a conocer a los protagonistas (la militancia) su proyecto, ese que ha construido exento ya de compromisos y de herencias con puesto parlamentario fijo. Para que luego, en libertad, cada socialista pueda decidir qué le conviene más a un partido necesario, con 142 años de historia, cuyo porvenir está vinculado al futuro de España.

 

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