Hace tiempo que me vengo planteando en cómo enfocar este artículo. Y no es porque no se me ocurra nada, sencillamente pretendo que quien lo lea, sepa comprenderlo y no haya lugar a malas interpretaciones.

La opinión que sostengo desde que ocurrió la pandemia es que hubo un antes y ahora hay un después. Es como si estuviésemos asistiendo al final de un ciclo histórico y al nacimiento de uno nuevo, si repasamos la historia de la humanidad observaremos que hay muchos elementos coincidentes, y este fenómeno se traduce en la situación de caos, desánimo, tristeza, crispación y un
largo etcétera de sensaciones negativas que estamos experimentando.

Todo este cúmulo de sentimientos, hace que en la sociedad se estén dando una serie de actitudes, incluso mucho antes de la pandemia y originadas incluso por una profunda crisis de valores. Por
decirlo de alguna manera, la sociedad era ya un polvorín y el virus ha sido la cerilla que ha provocado que todo salte por los aires y salga lo peor de nosotros. Difiero de esos iluminados, de esos falsos profetas, que dijeron que la pandemia sacaría lo mejor de cada uno.

Sí, sacamos lo mejor al balcón de nuestras casas, pero al bajar a la calle, más de lo mismo, sacamos la fiera que llevamos dentro, una cuadrilla de inconscientes, de irresponsables, de zafios y de imbéciles. Siempre hay excepciones y afortunadamente no toda la gente es igual, aunque también, y no es menos cierto, son una minoría silenciosa.

Por todo lo expuesto, me planteo la pregunta que encabeza este artículo, ¿maldad o locura?

Que la sociedad esta gravemente enferma en su espíritu y su mente es manifiesto, pero cómo  delimitar la frontera de la maldad y la locura, nada tan fácil como acudir a la definición de una y otra. La maldad para la ética es una condición negativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de principios morales, bondad, caridad, empatía o afecto natural por el entorno y las personas que figuran en él. La locura es el trastorno o perturbación patológica de las facultades mentales o la acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria.
Una vez definidos ambos conceptos, la frontera entre un término y otro queda bastante claro.

Recuerdo que en mis años de infancia y adolescencia en Atarfe, había personas que padecían trastornos mentales. Unos desaparecían del pueblo una temporada y volvían al cabo de un tiempo y
no recordaban donde habían estado, otros, la mayoría, recurrían al suicidio, o se ahorcaban en los olivares o se arrojaban a las vías del tren. Pero jamás, jamás hicieron daño ni a familiares, amigos o vecinos.

Ahora bien, esta maldad a la que estamos asistiendo como espectadores estupefactos e indignados, la habíamos vivido de forma esporádica. Ahora ha pasado a formar parte de nuestras vidas de forma bastante habitual, como si esta degradación moral de muchos individuos formarse parte del paisaje habitual de nuestra convivencia.
Llevo habitando en este mundo bastantes, demasiados años y nunca había asistido a un espectáculo de tanta miseria moral del ser humano. Esto no es locura, esto es atravesar la línea e instalarse en la maldad. Esto no es libertad, es un absoluto desprecio a la libertad y la vida de los demás. ¿Puede el ser humano ser más miserable y caer más bajo?

Padres que matan a sus hijos, personas que matan a sus parejas, agresiones homófobas salvajes, individuos que bajo los efectos del alcohol y las drogas conducen un vehículo y matan a otro. Esto
por señalar unos cuantos ejemplos de un largo etcétera.Los animales matan por instinto de supervivencia, el ser humano mata por puro placer de hacerlo.No le veo otra explicación más razonable ni más lógica. Amparados en una falsa política social y jurídica, se apela al respeto de los derechos humanos.

Veamos, ¿no hemos vuelto imbeciles? Una persona que viola los derechos de otro, no tiene derecho a que se respeten los suyos. En el Antiguo Testamento se hace referencia a la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente” o el más reciente “el que la hace la paga”, de ahí hemos pasado a un sistema jurídico en el que todo el mundo es presuntamente inocente, hasta que no se demuestre lo contrario. Entre un extremo y otro hay un término medio donde dicen que se haya la virtud.

Es inadmisible esta imbecilidad, esta hipocresía jurídica. Por poner un ejemplo, si el primero que mató a su mujer hubiese recibido un castigo ejemplar, el segundo ya se lo hubiese pensado dos
veces. Lo que es un asesinato lo consideran un homicidio. A lo que se añaden las atenuantes de enajenación mental transitoria, actuar bajos los efectos del alcohol y las drogas y otra serie de
etiquetas. Ahora lo que ya es el descojone, que el juez ordene tu puesta en libertad siempre que te comprometas a no delinquir en un plazo de dos años. Si señoría, con un par.
Ya se pueden celebrar manifestaciones silenciosas, guardar minutos de silencio, efectuar siempre las mismas declaraciones políticas de repulsa y condena de cara a la galería que hasta que no se
garantice un sistema jurídico justo y sólido, esto será el cuento de nunca acabar.

Una verdad es incuestionable, por la que se lucha desde hace muchos siglos y no se acaba de consolidar en la sociedad, sin justicia social no habrá igualdad.
Francisco L. Rajoy Varela
prajoy55@gmail.com

 

FOTO : AMERIDIA

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