El catolicismo pierde fuelle social, en una sangría constante desde hace décadas, que se refleja de forma inequívoca en los barómetros mensuales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El avance de resultados de julio ha vuelto a arrojar un nuevo máximo histórico de personas no religiosas en España, que ya representan el 38,7% de la población. Desde principios de año, en apenas siete meses, el segmento de no creyentes se ha incrementado en 4,5 puntos. Si persiste la intensidad de esta progresión, en poco más de un año, la sociedad española no religiosa habrá superado claramente a los creyentes y traspasará por primera vez en su historia el simbólico umbral del 50%.

El informe número 3332 del CIS también refleja un mínimo histórico de católicos practicantes, cuyo porcentaje cae por primera vez al 16,7%. El registro representa un desplome de tres puntos en solo siete meses. Los católicos no practicantes (39,9%) también retroceden con respecto a enero pasado (41,6%) pero se quedan a 1,2 puntos de su peor registro de mayo (38,7%).

Examinados en perspectiva, los datos de julio pasado revelan un deterioro imparable de la religiosidad en España. En el año 2000, el grupo de personas no religiosas apenas alcanzaba el 13,1% de la población. Es decir, el número de ateos, agnósticos o no creyentes se ha triplicado en apenas dos décadas. Los católicos entonces (83,1%) exhibían todavía un protagonismo social hegemónico, aunque, si bien, los practicantes representaban una minoría de ese grupo (21%). Diez años después, en 2010, la población no religiosa ya había experimentado un salto notable. Se incrementó en 7,1 puntos hasta situarse en el 20,2% de los españoles. Desde entonces, el descreimiento religioso no ha hecho sino aumentar de forma sostenida mes a mes.

En la franja de 18 a 34 años, los datos son particularmente abrumadores: el 60% se declara no religioso, mientras que solo el 30% dice sentirse católico. Todo indica, por tanto, que el proceso de secularización en los próximos años se intensificará notablemente. España se acerca cada vez más al perfil europeo. Un estudio de la Universidad de St. Mary de Londres, realizado entre 2014 y 2016, constató que en doce países del continente la mayoría de los jóvenes ya no eran creyentes. La República Checa lideraba entonces el ranking de los incrédulos, con una cuota del 91%. Polonia, en cambio, era el país más religioso, con tan solo un 17% de ateos y agnósticos.

 

El teólogo Juan José Tamayo asegura que los datos del CIS son «reveladores» del profundo cambio que afronta la sociedad en las últimas décadas. La religión ha perdido su función social y cultural. La modernidad y la ciencia la están arrinconando«, reflexiona. En su opinión, la religión se ha reducido a un «fenómeno emocional» incapaz de competir con el «carácter cognitivo» y «racional» del pensamiento contemporáneo.

A todo ello hay que añadir, abunda Tamayo, la falta de presencia de los dirigentes religiosos en los grandes problemas sociales que preocupan hoy a la humanidad. «Las instituciones eclesiásticas están dando respuestas del pasado a preguntas del presente», argumenta de manera gráfica. «Si las religiones siguen recluyéndose en su propio ámbito», razona el teólogo, «y no están atentas a los desafíos de hoy, su irrelevancia social será cada vez mayor. Son las propias instituciones las que se están haciendo el harakiri».

Para el presidente de Europa Laica, Juanjo Picó, la caída de la religiosidad es «brutal» con respecto a los registros de hace tan solo dos décadas. Y avisa: «Cada año batimos la máxima histórica». Desde su óptica, la secularización está activada por la modernidad, la adopción de nuevos hábitos sociales y el desfase del magisterio religioso, que «ya no responde a la sociedad de su tiempo«. Picó se refiere específicamente a cuestiones relacionadas con los anticonceptivos, el divorcio, las relaciones prematrimoniales, la cuaresma o las bodas, cuyos preceptos «ya no cumplen ni siquiera los católicos«.

«Los elementos dogmáticos de la religión», argumenta el presidente de Europa Laica, «van contra la razón». «Y, en la modernidad, la razón y la ciencia priman sobre la fe. La religión ya no es un código de referencia«, zanja. Otros factores también refuerzan el escepticismo religioso, según Picó, como han sido todos estos años el escándalo de la pederastia o la controversia de las inmatriculaciones, «que contravienen claramente el mensaje evangélico«.

Ahora bien: el evidente corrimiento sociológico detectado desde hace años por todos los sondeos de opinión, ¿empujará al Gobierno a profundizar en la laicidad del Estado? Tanto Tamayo como Juanjo Picó se muestran escépticos al respecto. Los hechos demuestran que ni los ejecutivos conservadores ni los progresistas han tomado decisiones de calado para acomodar la realidad social a la legislación vigente.

«Estoy muy cansado ya de las promesas del PSOE», admite sin circunloquios el conocido teólogo, autor de una prolífica obra ensayística. «Cuando está en la oposición defiende posiciones laicistas propias de su tradición política, pero luego en el Gobierno mantiene los privilegios de la Iglesia católica, que, en mi opinión, son claramente inconstitucionales y van en contra del principio de igualdad. Todos los Gobiernos han sido rehenes de la jerarquía católica«, lamenta.

El presidente Rodríguez Zapatero enterró su proyecto de Ley de Libertad de Conciencia en 2010 por temor a perder votos, según recuerda Tamayo. Y el teólogo advierte: «Esa política de concesiones a la jerarquía católica, esa pervivencia del nacionalcatolicismo no solo no le da votos sino que les hace perderlos por los sectores progresistas«.

El presidente de Europa Laica no es mucho más optimista. Juanjo Picó considera que las fuerzas políticas no tienen en su agenda «hacer efectivo lo que ya existe en la calle» para que la secularización social se convierta en ley. «El PSOE no solo ha incumplido sus continuos compromisos de derogar los Acuerdos con la Santa Sede«, lamenta, «sino que ahora en su próximo congreso habla de revisarlos en consenso con la Iglesia católica. Es decir, que va a compartir la soberanía del Estado con la cúpula eclesiástica. Y eso significa mantener sus privilegios o extenderlos a otras confesiones, en un multiconfesionalismo que va en contra de la Constitución«.

Con todo, los datos desagregados de la franja más joven despejan el horizonte no muy lejano. «La juventud de hoy son los dirigentes de mañana y serán más proclives a aceptar cambios razonables·, argumenta Picó. Aunque subraya: «No es cuestión de esperar otra generación más. De hecho, ya se han organizado funerales de Estado civiles y se ha cambiado la toma de posesión del Consejo de Ministros [sin crucifijos] y no ha pasado nada. Se podría avanzar en otras cuestiones simbólicas y en temas de fiscalidad, financiación o la religión en las escuelas. La unión del trono y el altar no debe seguir en simbiosis como en el Antiguo Régimen. Es una cuestión de democracia«.

Aristóteles Moreno