El premio Nobel que quiere acabar con París… y Kioto y Copenhague. Los tratados climáticos firmados en esas ciudades fracasan, según Nordhaus, porque no abordan correctamente el problema. Y asegura que ha encontrado la solución para que dejemos de emitir masivamente CO2. Escuchemos con atención: es Nobel de Economía y Premio BBVA Fronteras del Conocimiento.

Se lo considera el padre de la economía del clima. Fue el primero en crear modelos matemáticos para calcular el impacto que tiene la emisión de gases de efecto invernadero en la economía. Y lo hizo cuando muy pocos reparaban en estos temas, en los años setenta. Por ello recibió el Premio BBVA Fronteras del Conocimiento en Cambio Climático en 2017 y el Nobel un año después.

Nordhaus -doctor en Economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts y catedrático en la Universidad de Yale- ha sido criticado por muchos medioambientalistas por no ser radical en sus planteamientos. Pero tampoco es santo de la devoción de conservadores y negacionistas, que rechazan su propuesta de imponer un impuesto al carbono. Nordhaus habla con increíble calma. Y no, no parece catastrofista. Cree que estamos a tiempo de frenar el calentamiento global si se toman «las medidas adecuadas».

XLSemanal. Usted es un pionero en analizar los efectos del cambio climático en la economía. Y lo hizo ¡hace 40 años! En 1972, casi nadie hablaba de calentamiento global.

William Nordhaus. Pero ya estaba ahí… La causa principal son las emisiones de gases invernadero, que han aumentado de forma muy pronunciada desde los años cincuenta. Siempre me han interesado los subproductos que, en mi opinión, no están bien cuantificados; uno de esos subproductos son las emisiones. En 1974 fui a trabajar a un instituto en Viena donde había un grupo extraordinario y diverso de gente. Yo compartía despacho con un brillante climatólogo. Y ahí empecé a pensar en serio en el asunto.

“El daño al clima no es porque estemos creciendo. Es porque estamos usando mal nuestros recursos. Que haya demasiados zapatos y camisas en el planeta no es el fin de la civilización”

XL. Sin embargo, desde entonces se han firmado un montón de tratados y no se ha logrado que ninguna propuesta de reducción de emisiones funcione…

W.N. Es un hecho: el clima continúa calentándose y las emisiones siguen creciendo. Los procedimientos que han adoptado los países no han sido efectivos. Ni el Protocolo de Kioto ni el Acuerdo de Copenhague ni el último: el Acuerdo de París. No hemos doblado la curva de emisiones. Es un asunto global y, a falta de una legislación global, cada país actúa por su cuenta; algunos han dado pasos, pero el 80 por ciento no ha hecho nada.

W.N. Sí, pero no han sido eficaces. Son acuerdos voluntarios y es entendible que los países no se sumen si les supone un coste.

XL. ¿Y usted qué propone?

W.N. Lo fundamental es reducir el consumo de combustibles fósiles. Para lograrlo, puedes o usar menos energía o usarla de otro tipo: las renovables. Eso implica dos cosas: primero, debemos tener esas nuevas tecnologías, lo que requiere el apoyo de los gobiernos a la ciencia y la investigación. Y, segundo, tenemos que conseguir que todos los sectores de nuestra economía evolucionen hacia las energías bajas en carbono, lo que requiere incentivos.

XL. ¿Y cómo puede lograrse eso?

W.N. Elevando el precio del carbono. Y eso puede hacerse mediante un impuesto o por el sistema de cap and trade (‘tope y comercio de emisiones’). Solo si emitir CO2 cuesta dinero los gobiernos, las empresas y los individuos cambiarán su comportamiento.

XL. Ya, pero al final los productores repercutirán ese sobrecoste en la factura y lo pagaremos los consumidores.

W.N. Hay que pensar a largo plazo. La energía eólica y la solar son hoy mucho menos caras que hace 40 años. Pero al final, sí, efectivamente, lo tendrán que asumir los consumidores.

“Un impuesto al carbono desalentaría a los productores que trabajan con combustibles fósiles y le daría una oportunidad no solo a las renovables, sino a energías que ni conocemos”

XL. ¿La energía nuclear es una alternativa?

W.N. Yo no estoy ni a favor ni en contra de ningún tipo de energía; solo estoy a favor de la energía baja en carbono. No soy yo quien debe elegir ‘a los ganadores’. Estos emergerán cuando pongamos los precios en su sitio. Un precio que refleje la tonelada de carbono emitida desalentará a los productores que trabajan con combustibles fósiles y entonces la energía nuclear o eólica o solar o geotermal resultarán favorecidas. Por ejemplo, si elevas el precio de la gasolina, le darás una oportunidad a los coches eléctricos. Y no solo eso, le darás una oportunidad a tecnologías que ni conocemos.

XL. Está claro que el problema es global, pero no parece fácil encontrar una solución global cuando están implicados países tan dispares…

W.N. Yo creo que es posible; es difícil, pero es posible. Si el objetivo de los tratados es cuantificar las emisiones, eso acaba siendo muy difícil de llevar a cabo porque tienes que negociar la reducción con cada país. Es mejor negociar un precio mínimo del carbono para todo el mundo. Digamos que 50 dólares por tonelada. Así sabes a qué atenerte. La ventaja de esto es que es fácil de entender, relativamente fácil de medir y muy fácil de negociar porque solo tienes que pactar una cifra. Mientras que, si te centras en las emisiones, tienes que negociar una cifra diferente con cada país. El Tratado de París es un ejemplo: tienes cifras diferentes, diferentes conceptos, diferentes objetivos y agendas… y no va a ningún lado.

“Tú como individuo tienes un efecto casi nulo sobre el cambio climático”

XL. Usted propuso ya hace unos años crear una especie de ‘club climático’ como alternativa al Acuerdo de París. Ese club, además de fijar un precio internacional para las emisiones de CO2, penalizaría a los no integrantes del club con un arancel sobre las importaciones.

W.N. Sí, es algo así como la Unión Europea: un grupo de naciones que tienen ciertas obligaciones y ciertos beneficios. En este club aceptas un precio mínimo al carbono y, si no lo aplicas, tienes penalizaciones. Esto es diferente a todos los acuerdos firmados hasta ahora porque es el único en el que hay consecuencias si no cumples con tus obligaciones. Por ejemplo, Estados Unidos salió del Tratado de París con Trump y no hubo consecuencias. Pero si el Reino Unido deja la Unión Europa tiene consecuencias.

XL. Y usted, que tiene acceso a los expertos y a los políticos, ¿cree que este tipo de iniciativas puede llevarse a cabo pronto?

W.N. En esto ocurre como en casi todo: primero es la idea. Y tiene que ir madurando. Para que esa idea del club se materialice, antes hay que aceptar que estamos fallando. Sin embargo, no parece que John Kerry, el zar del clima, vaya a proclamar que el Tratado de París es un fracaso. Lo que dice es «trabajemos un poco más», «tenemos que asegurarnos de que la India se una», así no vamos a ningún sitio. Es una estructura fallida y, si insisten en ese modelo de tratados, seguirán fracasando.

XL. ¿Cree que la pandemia puede acelerar la transición energética?

W.N. No lo sé. Me gustaría pensar que hemos aprendido que necesitamos cooperación global y escuchar a los científicos. Eso ya sería algo…

XL. Algunos -entre ellos, Vaclav Smil– proponen, para frenar el cambio climático, el decrecimiento de la economía, que consumamos -y produzcamos- menos. ¿Qué opina sobre estas propuestas?

W.N. Hay buen crecimiento y mal crecimiento. Parte del crecimiento son nuestros sistemas educativos y sanitarios, y eso es bueno y es lo que me gustaría ver. No me gusta ver la cantidad de basura que tenemos alrededor, no tenemos que producir tanto desperdicio, es cierto, pero decir que tenemos que dejar de crecer es una propuesta vacía.

XL. Creo que la propuesta del decrecimiento se refiere al consumo compulsivo, a que dejemos, por ejemplo, de comprar tanta ropa de usar y tirar.

W.N. Yo creo que comprarme un nuevo par de zapatos o una camisa y meterla en el armario no va a hacer mucho daño. Son cosas mínimas. Pero hay cosas que hacemos que son realmente dañinas y debemos centrarnos en esas. Y no es porque estemos creciendo. Es porque estamos usando mal nuestros recursos. Probablemente hay demasiados zapatos y camisas en el planeta, pero no es el fin de la civilización.

XL. Suena a dar alas a los que no reciclan.

W.N. No he dicho nada sobre reciclar. Lo que digo, respecto al clima, es que tú como individuo, por tu cuenta, vas a tener un efecto casi nulo sobre el cambio climático. Si decido no volar nunca más en avión el resto de mi vida, ¿qué efecto tendrá? 0,0000… añade los ceros que quieras y luego puedes poner un uno. Lo que quiero decir es que necesitamos una acción colectiva, como comunidades y naciones, si queremos solucionar el problema. La acción colectiva, global, es la única forma de resolver esto. Es demasiado grande para los individuos.

“Los tratados no funcionan porque son voluntarios. Hay que cambiar de mentalidad. Tienen que ser un ‘club’ en el que, si no cumples o te vas, pagas las consecuencias”

L. Si necesitamos acciones colectivas, la responsabilidad recae sobre todo en los políticos, y no son tiempos de grandes estadistas. Además, es tan impopular hablar de impuestos que pocos impulsarían cambios.

W.N. Yo no digo que sea fácil, pero es la única forma. La única manera de tener esas reducciones masivas de emisiones es teniendo gobiernos abocados, con algún mecanismo de mercado, a hacerlo. Y tenemos que vivir con los políticos que tenemos, debemos convencerlos.

XL. ¿Es usted optimista respecto a la Administración de Joe Biden?

W.N. No sé cómo será, pero hemos salido de la edad de las tinieblas y volvemos al siglo XXI.

XL. ¿Y qué opina de la Unión Europea respecto a su gestión del cambio climático?

W.N. Los países europeos son los únicos que están tomando medidas sustanciales. Ese club del cambio climático que propongo es como la Unión Europea. Es un ejemplo de cómo esto puede funcionar. Los mecanismos se podrían mejorar, claro, pero deberíais estar orgullosos de ser europeos.

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