Hace unos días me largué de un evento cultural tras confirmar que uno de los protagonistas no se había vacunado. No tiene ninguna condición médica que le excuse, simplemente afirmó que no cree en las vacunas. Esto lo explicó con un alarde de desconocimiento que no voy a reproducir. Sus padres le niegan la entrada en casa hasta que se vacune. Ha perdido amigos. Ni con esas entra en razón. Al menos pudo trabajar porque nadie le pidió el justificante de vacunación para ello. Ni de vacunación ni de nada.

Hace un par de semanas presencié un acto público en contra de las vacunas acometido por un abogado y dos médicos en activo del Sistema Nacional de Salud español. Aquello formaba parte de un tour de manifestaciones negacionistas programadas en diferentes ciudades. Lo llaman libertad de expresión.

Cuando empezó la campaña de vacunación se priorizaron grupos de riesgo y profesionales fundamentales. Algunos reclamamos también prioridad para profesiones de riesgo, todas aquellas que requieren del contacto constante con otras personas, como taxistas, camareros, dependientes…

Quiero que todo el mundo se vacune. Por ellos y por todos; para que sigan descendiendo las muertes y las hospitalizaciones, para que contribuyan lo menos posible a la circulación del virus y, por tanto, a la aparición de variantes más peligrosas, algo que puede suceder si la incidencia se sigue manteniendo tan elevada; algo que seguirá sucediendo mientras no lleguen dosis suficientes a todos los lugares del mundo.

Dicho esto, es importante advertir que la pandemia no se ha terminado, que el riesgo existe y las personas vacunadas deben seguir manteniendo las medidas sanitarias hasta que no se alcance la inmunidad de grupo o hasta que no haya vacunas esterilizantes. Hay que recordar que las vacunas ofrecen una muy alta protección frente a la enfermedad grave y la muerte, pero no evitan el contagio ni protegen al 100%.

Aunque no se puede descartar la obligatoriedad de la vacunación sobre la base de criterios éticos o de salud pública (que viene a significar lo mismo) antes de llegar a ese punto habría que agotar otras posibilidades.

Algunos países de la Unión Europea, como Francia y Grecia, han anunciado que todo el personal sanitario tendrá que vacunarse obligatoriamente, de lo contrario será sancionado con multas y suspensión de empleo y sueldo. También es necesario disponer del certificado de vacunación para acceder al interior de algunos establecimientos de hostelería y ocio (cine, teatro…) lo que podría incitar a la vacunación de los indecisos.

Los estudios científicos apuntan a que la obligatoriedad de la vacunación podría tener un efecto contrario al deseado y que es preferible optar por la información transparente y las estrategias de persuasiónCuanto mayor es la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y mayor es su transparencia, mayor es la predisposición para vacunarse de forma voluntaria.

La Organización Mundial de la Salud identificó la reticencia a las vacunas como una de las diez principales amenazas para la salud mundial en 2019. En España, la confianza en las vacunas de la COVID-19 ha ido creciendo: en septiembre de 2020 el 35% de la población rechazaba la vacunación, mientras que encuestas más recientes sitúan el rechazo por debajo del 4%. En la actualidad el 69,4% de la población española está completamente vacunada.

Los principales factores asociados a la reticencia a la vacunación son la creencia de que las vacunas no son seguras, la complacencia (la percepción de que cuando la mayoría esté vacunada ya no será necesario vacunarse), el egoísmo (medidos como desvinculación de «me pondría la vacuna del coronavirus si con eso ayudo a proteger a mis mayores») y las creencias conspirativas en torno a la COVID-19.

Cabe esperar que, si en España se vacunan todos los que pueden, excepto el 4% que lo rechazan, podría llegarse igualmente a la ansiada inmunidad de grupo. Aunque en España los antivacunas no parecen contribuir de forma significativa a la evolución de la pandemia, ni parece buena idea obligar a la vacunación, el resumen podría ser: que se vacune quien quiera, pero el resto podemos exigir estar rodeados de personas vacunadas.

Ahora que el relativismo moral se preocupa más por no molestar a los malos, es momento de defender a los buenos. (Escribo «buenos» y «malos» con intención). Tengo la impresión de que hay más voces preocupadas por la libertad de quienes rechazan las vacunas que por la libertad de quienes nos hemos vacunado.

El relativismo moral nunca ha traído nada bueno. Es hora de combatirlo desde un realismo moral que asuma que el bien y el mal existen. Quienes deciden no vacunarse sin ningún motivo médico que lo justifique, haciendo uso de algo que vaciadamente llaman libertad, son los malos. Los buenos, los vacunados, que afortunadamente somos mayoría, necesitamos que las instituciones nos protejan. Para disponer de espacios seguros ni siquiera haría falta obligar a nadie a vacunarse, bastaría con aplicar restricciones a quienes no están dispuestos a aceptar las obligaciones de la vida en sociedad. De lo contrario, seremos la mayoría quienes limitaremos nuestra libertad, evitando algunos espacios, por la insensatez y el egoísmo de cuatro.

FOTO: Quién defiende la libertad de los vacunados | Archivo