El fin de la Eco-ansiedad: en tiempos de emergencia climática, sobrevivir al estrés verde es posible (y te decimos cómo)

Si el mundo se te viene encima cada vez que piensas en el futuro del planeta, hay soluciones para no sucumbir al estrés verde.

 

Entre el 60% u 80% de la huella ambiental que provoca nuestra actividad proviene del consumo de los hogares, según el estudio How your personal consumption affects climate, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. Pero cuatro quintas partes de esa huella no son impactos directos de los consumidores, sino secundarios, generados por las industrias que fabrican los bienes y servicios. Es decir, si no son más sostenibles, aunque los ciudadanos seamos pluscuamperfectamente verdes, la crisis climática no se reducirá. “

«El cambio climático es un problema global y sistémico que emana de la forma de funcionar de nuestra sociedad, no de cada uno de nosotros por separado –explica el ambientólogo Andreu Escrivá, autor de Y ahora yo que hago (Capitán Swing)–. Para solucionarlo, tenemos que poner el foco en lo colectivo. Toda acción individual suma, pero solo la colectiva transforma. Puedo querer ir en transporte público al trabajo, pero acabaré yendo en coche si no hay o si implica perder tres horas».

El «estrés climático» parece el espíritu de los tiempos en un planeta donde se han multiplicado por cinco los eventos climatológicos extremos. La inminente Cumbre del Clima de Glasgow COP26, que arranca el 31 de octubre, se perfila como una de las más disputadas desde la de París de 2015, donde se acordó el primer acuerdo vinculante (firmado ya por 195 países) para frenar el cambio climático. De hecho, los litigios relacionados con el clima han aumentado de 884 en 2017, a 1.550 en 2020, según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Universidad de Columbia. Y cobran protagonismo la recuperación verde y justa, el Plan Verde Europeo, el Green New Deal norteamericano, o las nuevas leyes climáticas.

Recientemente, la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) analizó una decena de desastres ocurridos en 2020 y 2021 (ciclones, inundaciones, olas de frío, plagas) y concluyó que, pese a ser distintos y estar alejados entre sí, están interconectados. Se basa en el sexto informe del Grupo Intergubernamental de la ONU de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) publicado en agosto, que constata cómo la influencia humana afecta al clima a un ritmo sin precedentes los últimos 2.000 años. Una situación que António Guterres, secretario general de la ONU, calificó de «código rojo para la humanidad».

Antes de autoflagerlarnos ambientalmente, conviene tomar perspectiva sobre el origen de los mayores impactos y la ambición en su resolución. Según el estudio Banking on climate chaos, desde el Acuerdo de París los 60 bancos más grandes del mundo han destinado 3,8 billones de dólares a empresas de combustibles fósiles (gas, carbón, petróleo), principal causa del cambio climático. El IPCC estima que, para cumplir el objetivo de no elevar la temperatura más de 1.5 grados, se requiere invertir anualmente 2,38 billones de dólares en energías renovables. Una cantidad que está muy lejos de los 282.200 millones invertidos en 2019.

El último informe de la Agencia Internacional de Energía para una transición energética a las cero emisiones en 2050 aconseja acabar con las inversiones en energías fósiles este año, reducir drásticamente su consumo, no vender automóviles nuevos que utilicen combustibles fósiles en 2035 y elevar notoriamente las inversiones en renovables, entre otras metas que ningún país alcanza, incluso implementando todos los objetivos climáticos a los que se han comprometido.

El problema, además, es la desigualdad en las emisiones: el 1% más rico de la población mundial emite más del doble de carbono que la mitad más pobre, 3.100 millones de personas. Así lo asegura un estudio publicado el pasado año por Oxfam Intermón y el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo, que evaluó las emisiones entre 1990 y 2015, años en que se duplicó la cantidad de CO2 en la atmósfera. Solo el multimillonario Bill Gates, cuyo placer culpable son los aviones, generó una huella de 1.600 toneladas de CO2 con los 59 vuelos que tomó en 2017, según la investigación del profesor Stefan Gössling. Si un avión comercial entre Londres y Nueva York emite tres tonelada de CO2 por persona, un jet privado supone hasta 40 veces más. Y cada pasajero de un viaje espacial (como los que han hecho Jeff Bezos o Richard Brandson) deja una huella de entre 50 y 75 toneladas de CO2 en minutos. Y las perspectivas no son halagüeñas: en 2030, las multinacionales y los milmillonarios habrán adquirido unos 7.600 jets más y el turismo espacial podría haber crecido un 17,15%. Ese año deberían alcanzarse la mitad de los objetivos climáticos y todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. ¿Pueden los actos individuales (como coger menos el coche) contrarrestar semejante crecimiento? “

«Las acciones individuales no son suficientes para frenar el ritmo al que avanza la crisis climática y ecológica, pero son la semilla para que den fruto los cambios a gran escala que necesitamos –detalla Irene Baños–. Si nunca vamos en bicicleta, no nos daremos cuenta del mal estado o de la falta de carriles. Si no viajamos en tren, no sabremos su frecuencia»

. Andreu Escrivá sugiere a las personas ecoestresadas «no agobiarse, ni intentar hacerlo todo bien a la primera. Lo importante es realizar cambios que vengan para quedarse y se incorporen desde el convencimiento. Además de permitirse incoherencias, contradicciones y compartir ilusiones, frustraciones o trucos«.

La ecoansiedad parece inevitable cuando Global Foorprint Network, organismo que mide la huella ecológica global los recursos terrestres necesarios para producir–alerta que consumimos y producimos por encima de la capacidad del planeta para renovarse: cada año gastamos el equivalente a 1,7 tierras. Y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) apunta que, de seguir así, serán dos tierras en 2030 y tres en 2050. Además, la ONU afirma que el mundo pierde una superficie de bosque equivalente a un campo de fútbol cada tres segundos. Y el estudio The projected timing of abrupt ecological disruption from climate change publicado en abril de 2020 sitúa el colapso climático en 2040, si se deforestan las selvas tropicales al ritmo actual. Solo en la Amazonía brasileña se devastaron 8.500 km2 de selva (1.100 campos de fútbol) en 2020.

 
FOTO: Ana Abril
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