Los reclamos y defensa de una sanidad pública que principalmente viene de una izquierda que ve sus vidas en juego, como es lógico, tienen como objetivo una lucha que permita la vida.

La adopción de un sistema público lleva implícita el bien común y no la rentabilidad económica. Un sistema, en este caso el sanitario, que no pretende obtener beneficios económicos de los ciudadanos en su utilización porque se entiende que es un derecho que tienen las personas por el hecho de ser personas. Un servicio orientado a salvar vidas y a mantenerlas con una mejor calidad que permita vivir sin preocupaciones como «¿tendré dinero para pagar insulina este mes?» y que deja imágenes impactantes como el datáfono en el mostrador de la taquilla para aquellos que siempre hemos usado y defendido la sanidad pública.
El sistema sanitario público es un derecho que permite, además de ayudar en la estabilización de la desigualdad social —las personas con menor renta también tienen una menor esperanza de vida— que los ciudadanos que hacen uso de sus servicios puedan tener una calidad de vida mayor. Un sistema público que funciona mucho mejor que en manos privadas, aunque tan sólo sea su gestión, tal y cómo ha quedado demostrado en los múltiples servicios cedidos a la patronal a cambio de sobres y demás favores concedidos, principalmente, a los neoliberales del hemiciclo. Y aquí que cada uno entienda lo que quiera.

Los reclamos y defensa de una sanidad pública que principalmente viene de una izquierda que ve sus vidas en juego, como es lógico, tienen como objetivo una lucha que permita la vida. Algo que no debería ni discutirse cuando todavía nos encontramos en una pandemia que ha mostrado la necesidad de un sistema sanitario público que pueda hacer frente a un desastre de tal calibre, especialmente cuando la COVID-19 ha dejado un vacío en cientos de millones de familias por todo el mundo, la necesidad de inversión en una sanidad que nos proteja a todos es urgente.

Uno de los grandes logros de estas últimas décadas: que haya espacios en los que, independientemente del dinero que tengas en el bolsillo, puedas hacer uso de sus servicios sin tener miedo de no poder pagar las facturas cada mes. Todo esto sin olvidar, evidentemente, a los cientos de personas migrantes que vieron sus derechos reducidos cuando a la sanidad se le quitó su carácter universal.

Los efectos de la privatización

Por otra parte, el retraso en pruebas, diagnósticos y demás servicios que hospitales y centros de salud prestan traen consigo un mayor riesgo para los pacientes. Por ello, quienes pueden permitirse una detección temprana gozan de una mejor salud que las personas que no tienen otra opción a las largas colas de espera que llevan años llenando hospitales. Esto, ni mucho menos, sitúa a la sanidad privada por encima de la pública y los datos así lo demuestran: el coste de la sanidad privada es mucho mayor que la pública y determinados medicamentos y tratamientos son imposibles de costear para la mayor parte de la población. Como ejemplo, Estados Unidos es el mejor: un día de hospitalización en el país americano es doce veces más costoso que en la sanidad pública española. Por si no fuera poco, el objetivo principal de la privada es la maximización de los beneficios, al contrario que la pública, que pretende garantizar la vida por encima de cualquier coste.
Andalucía y Madrid ya son claros ejemplos de los efectos del saqueo de otro de nuestros servicios públicos que tiene, como intención, el fortalecimiento de la privada para un mayor beneficio económico y de quienes ejecutan las políticas de recorte. La defensa de la sanidad ha de ser continua para evitar que maten lentamente a quienes menos recursos tienen. Una sanidad de la que hace años presumíamos y que ahora se desintegra ante nuestros ojos y permisividad. Una lucha que ha de continuar más allá de la marea blanca que llenó calles hace años y que ahora se ve desgastada con la pandemia provocada por la COVID-19 junto al trato recibido por parte de las administraciones que hace meses les llamaban héroes.

Ir más allá…

Pero hemos de ir más allá de la defensa de una sanidad pública y comenzar los reclamos de una sanidad única que emplace a toda una ciudadanía a su defensa y cuyo desgaste suponga, también, una pérdida de calidad de vida de los ricos sin posibilidad de acudir a la privada. Sería entonces cuando veríamos un cambio de dirección que se enfocaría a la maximización de la calidad de la sanidad y no a los beneficios que pueda reportar el sistema privado. Precisamente porque son ellos quienes deciden el rumbo del sistema sanitario y dejan en manos de unos pocos euros el bienestar de su población. Una lucha que saque la angustia a las miles de personas que se ven en la incertidumbre por no saber qué pasará con su padre, madre, hijo, hija y, por encima de todo, cualquier persona que se vea obligada a acudir al hospital por cualquier problema de salud.
Viva la sanidad pública.

A %d blogueros les gusta esto: