En la última semana, Juan Bravo, Consejero de Economía de la Junta de Andalucía, ha dado a la prensa una de esas reflexiones gloriosas que no debieran olvidársenos a los granadinos cuando toque votar.

Afirma el responsable de los denominados “presupuestos de la transformación” que, gracias al nivel de inversión que está haciéndose en Málaga, y dado que ya no les queda mucho sitio, hay empresas que van a tener que trasladarse a Granada o Jaén. Es decir: que los granadinos debemos agradecer las migajas sobrantes  que nos alcancen para fortalecer nuestro tejido empresarial, ese al que cada día se le desgarra una costura. Porque claro, ¿quién va a querer montar una empresa en Granada estando Málaga ahí, con ese poderío que no se puede aguantar, cual Sevilla engominada del siglo XXI, protegida por don Juan con asignaciones presupuestarias que aquí suenan a ciencia ficción? Evidentemente, nadie, debe pensar este señor. Sólo cuando el terreno se les acabe, lo mismo algún inversor se despista y se viene por estos lares, pensando que somos un anejo malacitano.

Con esto se constata una vez más que, el problema que tiene Granada, es que no se toman en serio nuestro porvenir, que no creen en nuestro potencial y que, puestos a ser dadivosos, se centran donde más calor (léanse votos) les arrima el sector empresarial. Y en Granada nos estamos quedando sin estas clases pudientes por mor de esta desidia que rodea a demasiados mandamases. Conservamos, eso sí, la principal empresa de la ciudad que es la Universidad de Granada (el señor Consejero no debe saber que está entre las cuatro primeras de España); pero hasta a la UGR le quieren tapar la boca con una verborrea surrealista que es suma de populismo barato (afirma Bravo que, si nos suben la aportación, hay que restársela a sanidad) y de atribuir nuestra perpetua desgracia económica a Pedro Sánchez, que como todo el mundo sabe ya, es el culpable hasta de que se haya despertado el volcán de Cumbre Vieja.

Y, si insistimos, lo próximo será afirmar, con ese tono paternalista tan suyo, que la rectora Pilar Aranda pretende el despido masivo del personal sanitario andaluz por defender el estatus de una universidad casi cinco veces centenaria y ambicionar, además, que siga progresando como referente internacional. Menuda barbaridad la petición de Aranda, mayormente cuando se puede fomentar la privatización de universidades (privatizar, qué hermosa palabra en manos de un neoliberal) donde se explota a los trabajadores y los títulos se reparten al albur del prócer de turno. Está constatado que, tan brillantes son algunos egresados de tales instituciones, que aprobaron la licenciatura en meses.

Será por eso que, aquí, en la tierra donde sólo llegan los chavicos sobrantes, andamos siempre entre taciturnos y ofendidos viendo que los responsables políticos granadíes (empezando por los del propio partido del ideólogo Bravo) no salen en tromba a contestar tamaño despropósito y practican un silencio cómplice. Porque no darse cuenta de que Granada -o Jaén- requieren urgentemente más inversión que otras provincias que han avanzado con mayor agilidad en los últimos años es falsificarnos la realidad y potenciar el desequilibrio territorial. Como sigan así, yo aviso: llegará el momento en que nos planteemos qué lógica tiene despreciar las recomendaciones de los videntes televisivos de madrugada  y tomarnos en serio las recetas económicas del señor Bravo.

 

 

 

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