Las palabras son los utensilios, las herramientas que utilizamos para comunicarnos oralmente o por escrito.

Para usarlas adecuadamente necesitamos conocer tanto el vocabulario como las reglas ortográficas y sintácticas que rigen su uso. El empleo de la palabra exacta, propia y adecuada al contexto o hecho relatado es una de las bases fundamentales del estilo. El orador, periodista o escritor siempre deberá perseguir la claridad y belleza de su texto con el menor número de palabras posible, porque no se puede hablar o escribir de cualquier manera.

En muchas ocasiones se sacrifica el encanto de la palabra a otros intereses. Pensemos en el lenguaje político. Descaradamente se utiliza la palabra como vehículo de servicio a una determinada ideología y, lógicamente, se producen discursos o escritos formalmente antiestéticos, cuando no ridículos, vulgares o grotescos. Hay muchos ejemplos, pero solo contemplaré dos que certifican mi opinión.

El primero es el abuso del desdoble artificial del masculino, el femenino y el neutro en los textos que contemplan la ideología de género. Lo de niños, niñas y niñes clama al cielo.

El segundo, que han puesto de moda algunos representantes de la ciudadanía que no voy a nombrar por no hacerles propaganda, es el empleo en el Congreso de los Diputados de expresiones tan groseras como las siguientes: “Me la suda”, “Me la bufa”, “Me la trae floja” o “Me la refanfifla”.

Como docente reivindico que la palabra sea utilizada para educar, y las instituciones públicas deberían dar ejemplo de ello. Los señores que se ufanan en el uso de estas toscas frases deberían saber que la política nunca debe estar reñida con la educación, sino todo lo contrario, el objetivo de cualquier política siempre debe ser la mejora de la educación de los ciudadanos.

También deben conocer que si lo que pretenden de esta forma es acercarse al lenguaje del pueblo llano, yerran en su empeño. Afortunadamente, muchas personas de este pueblo, de cualquier signo político, están en contra del uso ideológico y mediático de estas locuciones, simplemente porque creen que embrutecen y deseducan. Y la misión de la familia, la escuela y las instituciones públicas es educar y no adoctrinar.

José Vaquero Sánchez: «Palabra, ideología y educación»

A %d blogueros les gusta esto: