La presión en las fronteras no va a remitir en los próximos años y Europa debe acordar de forma firme nuevas estrategias para gestionarla

El año pasado, la cifra de inmigrantes en situación irregular se situó por encima de los niveles previos a la pandemia. Seguirán llegando a Europa, como lleva años sucediendo y como seguirá sucediendo en el futuro. Es una legítima aspiración casi siempre de jóvenes procedentes de países en situaciones adversas y es también una cuenta pendiente que Europa debe encarar para reducir alguno de sus efectos más indigeribles entre la ciudadanía europea. Según la agencia europea de control de fronteras, Frontex, en 2021 llegaron a la Unión Europea 196.000 migrantes, 54.000 más que en 2019. El incremento del 57% durante 2021 no se debe solo al levantamiento de las restricciones por la pandemia en 2020, sino a la confluencia de varios factores que incrementan la presión migratoria sobre Europa. El primero es el aumento de la pobreza y la desigualdad, agravadas por el virus. La intensificación de conflictos regionales, como los que afectan a Etiopía o Afganistán, impulsan también a la migración a otros muchos, como lo hacen fenómenos asociados a la emergencia climática, impredecibles en gran medida y que están adquiriendo un volumen considerable.

El desafío no ha sido nunca coyuntural, pero lo es ahora menos todavía: no puede abordarse únicamente desde la perspectiva de la seguridad. El actual modelo de gestión coloca a la Unión Europea en situación de debilidad frente a estrategias de chantaje por parte de países fronterizos a los que se ha externalizado el control de los flujos, como Turquía y Marruecos, y ante nuevas formas de instrumentalización como la practicada por Bielorrusia en junio pasado. El escenario que se abre obliga a acelerar las negociaciones del Pacto Europeo sobre Migraciones y Asilo anunciado en septiembre de 2020. Es urgente consensuar una política unitaria y duradera que priorice la solidaridad entre Estados, con un reparto equitativo de responsabilidades, y a la vez respetuosa con los derechos humanos.

Nada es fácil en este terreno porque los flujos seguirán siendo mixtos. Habrá demandantes de asilo y migrantes económicos, y será necesaria una forma ágil de distinguirlos sin que esa dificultad penalice, como ocurre ahora, a los demandantes de asilo. Pero también la migración económica requiere un nuevo enfoque. La mayor parte de Europa está inmersa en una crisis demográfica aguda y prolongada. La incipiente recuperación europea necesitará nuevos ciudadanos, procedentes de otros países, para consolidar el crecimiento y ofrecer a la vez una oportunidad de desarrollo personal a un número considerable de migrantes. La combinación paralizante de miedo y prejuicio es letal tanto para las aspiraciones de un futuro mejor en Europa como para crear canales de integración social y laboral. Solo Alemania estima que necesitará 400.000 trabajadores extranjeros cada año para poder hacer frente a las necesidades productivas. Puede ignorarse la cifra o tomarse como indicador de la necesidad de cambiar el enfoque ante una migración que seguirá mientras la desigualdad entre Europa y los países de origen siga siendo abrumadora.

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