DVD1092 (03/02/2022) Celebraciones al final de la votación en el congreso de los diputados en Madrid. ANDREA COMAS

Entre la suerte y el abismo, entre la sátira y lo vergonzoso, en ese precario equilibrio teatralizado, vive la política española.

En los últimos años, partiendo de la nada, hemos alcanzado las más altas cotas de miseria, de ridículo, desde aquella Transición donde Adolfo Suárez, Fernández Miranda, Felipe González, Peces Barba, Herrero de Miñón o Rafael Alberti (poeta del pueblo abrazado de palomas, un Miguel Hernández sin fusil) dieron una pátina de prestigio coral a lo que quería ser la España del futuro. Para que ahora vengan estos muchachos a dinamitarnos el prestigio, a hacer el ridículo y a demostrar que no estaban preparados para ejercer los cargos que ostentan.

Porque la clave está en que se ha consensuado una reforma laboral por primera vez en cuarenta años entre sindicatos y empresarios (es decir, las partes interesadas); y, que tras ese milagro, en vez de asumir un perfil institucional, algunos señores -y señoras- diputados se han dedicado a intentar cargársela antes de nacer. Esto en un país normal esto no pasa, pero es que ‘Spain es different’, como presumía el eslogan de Fraga cuando era Ministro de Turismo allá por los años sesenta. España, está claro, es diferente porque sólo aquí puede suceder que un éxito casi se convierta en un prodigioso fracaso, si no fuera porque los rivales se olvidaron del factor suerte que ya sabemos que siempre acompaña a Pedro Sánchez.

Primero lo intentó Podemos, cuando los socios de legislatura (Esquerra Republicana, PNV o Bildu) decidieron que no estaban motivados para votar sí, y Pedro se arrimó a Ciudadanos. Pero Belarra y adláteres no querían esos apoyos aunque fuera a cambio de nada. Luego, cuando Sánchez se empecinó en que le daba igual de dónde vinieran los síes, fue el PP el que cogió carrerilla, enfrentándose a parte de sus votantes naturales (el empresariado), para oponerse con la rotunda ingenuidad que caracteriza a la actual ejecutiva de Génova, que parece sacada del vecindario de 13 Rúe del Percebe donde Casado podría haber ejercido como eficaz presidente de la comunidad. Así lleva una temporada, desde que se han echado al campo (en sentido figurado y literal, basta ver el entusiasmo con el que se agarran a la ganadería castellanoleonesa) y aplican la negativa por sistema sin darse cuenta de que, entretanto, no paran de pegarse tiros en los pies.

Europa, donde seguramente nunca habían visto algo igual (un líder de la oposición señalando la nefasta distribución de los fondos cuando desde la Comisión se había dado el visto bueno y, encima, se había felicitado al Gobierno) ya los dejó en evidencia hace una semana, pero no aprendieron la lección y han vuelto a la carga sin estrategia real. Indudablemente es legítimo defender un ideario, pero también hay que darse cuenta de cuándo hay que reformular el discurso y centrarlo. Lo que pasa es que este PP que representa Casado aplica el ‘mantenella y no enmendalla’ y fomenta este modelo en su equipo de confianza genovés, donde se privilegia a personajes del perfil del -todavía- diputado Casero, demostrando el nivel de incompetencia de sus favoritos. Y, por si no resultaba bastante bochornoso, después montan un cirio pascual mediático que ha sido muy útil para que la ciudadanía se plantee cuáles son los criterios de elección de algunos representantes públicos. Para muestra nos ha bastado un botón.

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