Anteayer, cuando la atardecida llenó de sombras y la luna de nieve abrazó el horizonte, se suicidó políticamente Pablo Casado

Antes, con el cierre en falso del expediente de Ayuso, había dinamitado la sede de Génova, convertida ya en la casa de los líos, en una clara constatación de que los sucesores no estaban preparados para tomar el poder por la fuerza de sus pocos años, de su juventud arrolladora/arrollada y de saberse de memoria los juegos sucios de las series del tipo ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Eso no significa obligatoriamente que Isabel Díaz Ayuso haya ganado nada, porque lo mismo que hubo un tiempo en que el PP nacional sabía cómo vencer (o al menos convencer a sus afines), ahora la única duda es saber qué eligen estos chicos que se unieron únicamente para alcanzar los sillones entre perder o perder más, porque ni eso está claro ya; existe la duda de hasta dónde quieren arrastrar por el lodo al partido del que viven desde que acabaron la EGB en beneficio de sus egos personales, de sus ambiciones frustradas, de sus ansias de venganza del enemigo que, en política, normalmente suele compartir las mismas siglas.

El tándem Casado/García Egea lleva derrochando su crédito desde que llegaron a la cúpula. Dilapidando el pasado y perdiendo la dignidad hasta alcanzar el fondo del abismo. Y todo a mayor gloria de Vox porque -y que nadie se equivoque- los que más disfrutan este momento no son los mandamases del PSOE de Pedro Sánchez, sino las huestes de Santiago Abascal, que únicamente tienen que esperar sentados y en silencio para recoger los frutos del trabajo ajeno.

Pero conste que su fracaso se lo han buscado ellos solitos cuando jugaron con las elecciones municipales como quien intercambia cromos y luego, para salvarse de la quema, se apuntaron los tantos de las victorias de Feijóo, de Moreno Bonilla o de la propia presidenta madrileña que tampoco puede quedar ahora impune, porque de la clase política se espera una ejemplaridad que ella no ha tenido y que se va a ir filtrando por capítulos, como las radionovelas de los años sesenta. Sólo que aquí es imposible el final feliz a pesar de que Isabel tenga detrás mejores estrategas (Miguel Ángel Rodríguez) y estos años le haya acompañado una suerte capaz de salvarla de cada metedura de pata en mitad de la desgracia colectiva. La cuestión es que ya se ha disipado la niebla que implicaba la angustia del COVID-19 y es difícil ocultar lo evidente: que el hermanísimo de la política española ha dejado de ser Juan Guerra para llamarse Tomás Díaz Ayuso. Y esto obliga a adoptar decisiones drásticas a los barones/baronesas territoriales de la derecha si no quieren convertirse en irrelevantes en sus respectivas regiones; la primera es un congreso extraordinario del que salga un liderazgo fuerte y obligar a estos chicos a buscar su primer trabajo, convertirlos en sociedad civil/civilizada. Porque el problema que han creado trasciende lo interno para afectar al modo tradicional de entender España en la realidad europea, con dos partidos fuertes representando a la izquierda liberal (PSOE) y a la derecha democristiana moderada (PP). Si no efectivamente la muerte no va a ser el final porque todos van a comprender lo que supone habitar una larga temporada el infierno.

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