Ilegales, conflictivos y desarraigados: la emigración española a Europa no fue idílica

Los emigrantes españoles de los 60 no iban con machete, ha declarado Santiago Abascal, pero no todos fueron con papeles. Los alemanes decían que acosaban a sus mujeres y les costó mucho integrarse, eran ‘Spanische Gastarbeiter’

«La llegada de emigrantes a las estaciones centroeuropeas es un espectáculo al que no se puede asistir indiferente. Hombres de aspecto campesino, con equipajes voluminosos, muchas veces con pintorescas provisiones alimenticias. El desconcierto más total sumado al desconocimiento del idioma, funcionarios que les interrogan severamente, aduaneros que les confiscan embutidos y licores, revisiones médicas, papeles que se les piden y no tienen o no saben si tienen y cuáles son».

Así describía en ‘La condición emigrante’ (1974) el escritor Guillermo Díaz-Plaja la llegada de los españoles a Alemania, Suiza, Bélgica… Y a eso habría que añadir las acusaciones en Alemania de ser conflictivos, de que acosaban a sus mujeres, de ser ‘Spanische Gastarbeiter’, un término despectivo para etiquetar a esos trabajadores temporales que nadie quería que se quedaran. Trabajadores con invitación, mano de obra barata.

Y no todos llegaban con papeles, con contratos y con la aprobación de los dos países, un mito franquista perpetuado durante décadas. «Los españoles tuvieron que emigrar, iban legalmente, con papeles, a trabajar, respetando las leyes. No ha habido ningún español ni en Alemania, ni en Inglaterra, ni en Suiza cogiendo machetes, lo que ha habido es un español cogiendo un patinete —Ignacio Echevarría— para defender a unas personas que estaban siendo víctimas del terrorismo yihadista», ha dicho estos días Santiago Abascal, pero también es cierto que al menos los que fueron en las décadas de los 60 y los 70 no conocían el idioma ni las costumbres, que se los señalaba y que tardaron muchos años en integrarse. Ni fue idílico, ni tan ordenado. En cambio, hay similitudes con la inmigración en España que denuncia a menudo Vox y no tantas diferencias.

Conflictivos latinos

Se lo explica a El Confidencial el experto Carlos Sanz Díaz, del departamento de Historia Contemporánea de la UCM. «El estigma social contra el inmigrante español existía igual que el de ahora, los alemanes pensaban que la gente del sur, es decir, los italianos, los españoles, los griegos, yugoslavos y portugueses, eran potencialmente más conflictivos y que acosaban a las mujeres alemanas, porque se tenían muchos prejuicios en bases a ideas preconcebidas y tópicos como el de la ‘sangre latina’. Se esgrimía, además, que su presencia aumentaba la delincuencia y la inseguridad».

 
placeholder La patria en la maleta de cartón.
La patria en la maleta de cartón.

Son prácticamente los mismos argumentos que exponen ahora contra la inmigración en España sus detractores. «Es verdad que concretamente en Alemania los españoles estaban mejor vistos que los italianos, esto se debía en parte a que, como venían de una dictadura, tendían a ser más disciplinados, lo que no evitó que existieran prejuicios y actitudes xenófobas, exactamente igual a los que hay ahora entre los que denuncian la inmigración ilegal en España».

«El idioma era una barrera tan grande como lo es para un senegalés ahora que llega a España»

Por otra parte, estaba la cuestión de la integración, que no fue en absoluto fácil, ya que también existía un choque cultural importante. «El hecho de provenir de un país de tradición católica, limaba otras diferencias, de forma similar a lo que ocurre ahora aquí con los latinoamericanos, que son el grupo más numeroso. Sin embargo, el idioma era una barrera tan grande entonces como lo es para un senegalés ahora que llega a España», apunta Carlos Sanz.

No es el único de los mitos sobre la emigración española. Durante décadas, la propaganda franquista impuso la idea de que todos iban con papeles y de forma pactada por el régimen con los países de destino como Alemania, Bélgica, Suiza… Se basa en que, a partir de 1956, tal y como explica Blanca Sánchez Alonso, catedrática de Historia Económica en la Universidad San Pablo CEU, el objetivo declarado de la política emigratoria franquista era que «el flujo migratorio español se canalizase en su totalidad a través del Instituto Español de Emigración, la llamada emigración asistida». Sin embargo, el volumen de españoles que emigraron a Europa durante los años 60 al margen de los canales oficiales fue muy numeroso: «La emigración real entre 1960 y 1973 fue un 50% mayor que la recogida en las estadísticas oficiales del Instituto Español de Emigración», Blanca Sánchez, ‘Los mitos de la emigración española’.

Los ‘sin papeles’

Existían dos realidades, la emigración planificada por parte del régimen franquista con el IEE, al que hay que reconocer que hizo un gran esfuerzo entre 1956 y 1960 para lograr una equiparación entre el sistema de Seguridad Social Española con el alemán, que brindaba una cobertura a los españoles que iban con papeles. La otra es la de los que llegaban allí como turistas, un porcentaje muy superior al 50%, según la investigación de la experta en migraciones de la UCM, Ana Fernández Asperilla y José Babiano coautores de ‘La patria en la maleta’ (Marcial Pons), para intentar luego quedarse enganchando trabajos sin ninguna red de protección social. Muchos vagabundeaban hasta encontrar trabajo y un lugar donde asentarse.

«A Alemania me fui solo, sin contrato laboral, sin saber el idioma y sin tener un oficio»

Según Ernesto Fernández, uno de aquellos emigrantes españoles: «A Alemania me fui solo, sin contrato laboral, sin saber el idioma y sin tener un oficio, a lo que hay que añadir que el dinero que llevaba era bien escaso. Aparte de eso, mi cuerpo no estaba hecho para manejar herramientas pesadas ni para acarrear seras de carbón» —Historias Matritenses—.

placeholder Emigrantes españoles se despiden en Sevilla.
Emigrantes españoles se despiden en Sevilla.

No solo era la barrera idiomática, la integración era muy difícil, para empezar, porque esos acuerdos del Instituto Español de Emigración eran temporales. Es más, estaban pensados para que no durasen más de un año en muchos casos, aunque la mayoría eran de cinco, de forma que se pudiera sustituir a los trabajadores que ya habían hecho un papel en la economía por el de otros nuevos emigrantes que pudieran traer divisas a España. La paradoja residía en que los sin papeles, sin mediación del IEE, podían, en cambio, buscar más oportunidades, aunque fuera clandestinamente.

«El haberme ido a Alemania sin contrato, es decir, de ‘turista‘ y por ello asumiendo todos los riesgos, me permitía cambiar de empresa siempre que me apeteciera. No así los compatriotas que se habían acogido a la seguridad del contrato, que si, por un lado, les garantizaba trabajo y derecho a habitar en una barraca, por otro lado, tenían que atarse a la empresa por cinco años». La experiencia quedó retratada también en la película ‘Vente a Alemania, Pepe’ (1971) de Pedro Lazaga, en la que se mostraba la otra cara de esa emigración —Joaquín Riera, ‘Maletas de Cartón’—.

Contratos temporales

Esa temporalidad, que fue un punto esencial del acuerdo entre España y Alemania, provocó que no hubiera tampoco un interés, ni una red específica para esa integración —como el aprendizaje del idioma— y que tuvieran que buscarse la vida. Solo la segunda generación se integró realmente, recalca Carlos Sanz, y con el tiempo la primera, que fueron poco a poco mejor valorados en el país a diferencia, por ejemplo, de los turcos, con quienes existían aún más diferencias socioculturales.

«La precariedad, el hacinamiento, la falta de confort y de calor humano suelen ser lo habitual»

Sanz es tajante sobre la cuestión de la mano de obra cualificada, que también se suele mencionar en el caso de la emigración española: «Tenían los peores trabajos, unos salarios por debajo del de los obreros alemanes y unas condiciones de vida muy precarias». Lo contó Guillermo Díaz-Plaja ya en 1974: «Lo más probable es que vaya a parar a una residencia en una vieja casa, a barracones de aire provisional, pero que fueron construidos hace bastantes años o, en el mejor de los casos, a residencias de aire espartano. La precariedad, el hacinamiento, la falta de confort y de calor humano suelen ser características definitorias de los atributos de tales viviendas. Una vez instalado allí —y tras las amargas reflexiones que indefectiblemente debe provocar el verse embarcado en esa aventura—, está dispuesto para, a lo sumo 24 horas más tarde, ponerse a trabajar. A producir».

Sin garantías

Toda la cuestión relativa a las garantías de los trabajadores ‘Spanische Gastarbeiter’ se omite también a menudo del relato más benévolo con los acuerdos de emigración del IEE. Tal y como recoge Félix Santos en ‘Exiliados y emigrados (1939-1999)’.

«Ninguno de los trabajadores extranjeros que llegábamos a Alemania sabíamos que existía en el país una Ley de Extranjeros que protege al Estado contra el trabajador extranjero —que tendría que ser al contrario, pero que es así—. Según esta ley, el trabajador extranjero no tiene ningún derecho, los derechos los tenía solamente el Estado. Por esa misma ley resultaba que un trabajador en cualquier momento puede tener que abandonar el país. Esto nadie se lo dice al emigrante y entonces viene y dice: yo pienso organizar mi vida en Alemania, formar un hogar, etc.; pero él no sabe que le falta la base jurídica para eso».

Ni la emigración española fue toda legal, ni en unas condiciones tan favorables como las que se han querido mostrar en ocasiones, pero más importante aún es que, durante muchos años, fueron estigmatizados como es común en todos los procesos migratorios. A fin de cuentas, los motivos de los que salieron de España fueron en esencia casi los mismos de la mayoría de los que llegan a España ahora —salir de la pobreza— y que a la RFA, por ejemplo, le traía sin cuidado la integración, ya que, durante muchos años, no fueron ni ciudadanos de segunda clase por más que hubiera un programa estatal.

Por Julio Martín Alarcón

https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-02-20/emigrantes-espana-europa_3377976/

FOTO: Emigrantes españoles ante la indiferencia de una ‘Fraulein’. (Ernesto Fernández)

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