Es necesaria una regulación, al menos a nivel europeo, que permita supervisar esa utilización de las redes

Uno de los efectos más perniciosos de la revolución tecnológica en la que estamos inmersos es la polarización de la sociedad. Las redes sociales facilitan las relaciones sociales y el traslado de información en cuanto todos los usuarios somos potenciales emisores de mensajes. Permite, con ello, avanzar en el ideal de configurar una opinión pública libre e informada. Sin embargo, ese proceso ha resultado distorsionado desde el principio. Las redes no han permitido generar un debate público sosegado sino que se han convertido en campo de batalla en el que los bulos y las noticias falsas se expanden sin freno. En ello tienen mucho que ver las compañías tecnológicas que las gestionan. Estas compañías se mueven por un interés exclusivamente económico. En ese sentido, priorizan los mensajes más radicales pues suelen ser los más cliqueados, siquiera sea por pura curiosidad, y personalizan los mensajes que ven los usuarios atendiendo a sus preferencias, de forma que nos llega de forma prioritaria lo que refuerza nuestras creencias. El paisaje que resulta es el de una sociedad polarizada en la que, como decía Tony Judt en Algo va mal, formamos comunidades globales de afinidades electivas pero perdemos el contacto con las afinidades de nuestros vecinos.

Debemos buscar fórmulas que eviten esta situación. En principio, ni las instituciones democráticas, ni las compañías tecnológicas quieren un espacio digital en el que primen los mensajes de odio y sean utilizados por el populismo para la desestabilización política. Hemos tenido numerosos ejemplos en los últimos años para entender que esa situación sólo beneficia a los Trump, Putin o Abascal. Por ello, es necesaria una regulación, al menos a nivel europeo, que permita supervisar esa utilización de las redes.

Pero también la ciudadanía debe cumplir su tarea en esta lucha contra la desinformación. Es la destinataria de los mensajes, en muchos casos de forma personal, y tiene que saber reaccionar. Debemos ser conscientes de que estamos siendo sometidos a una campaña permanente de intoxicación por parte de quienes quieren imponer sus indignos principios xenófobos, racistas, machistas u homófobos. Por ello, cuando nos llega un mensaje diciendo que «los inmigrantes están robando en Canarias» o «los menas están violando en Madrid» a través de nuestro grupo de WhattsApp del cole de los niños, de la comunidad de propietarios o del grupo de senderismo no podemos quedar callados sino responder desenmascarando a quienes pretenden generar alarma y conflicto social con bulos. La ciudadanía responsable es el primer dique de contención frente a este neofascismo digital.

 

José Antonio Montilla

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FOTO: COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCIA

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