Hay que ver cómo se está poniendo la plebe en este país, que ya no se le aguanta nada a la gente bien de toda la vida.

Ni a los señoritos de jaca jerezana y caseta centenaria de la Feria de Sevilla  ni a los aristócratas de sangre azul a los que ha santificado durante décadas el papel couchè mostrándonos la realidad de la sociedad de clases, a ver si nos dábamos cuenta de donde estábamos cada cual en el escalafón. Las señoras se entretenían viendo en el ‘Hola’ sus casoplones, las bodas de tronío, los natalicios posteriores, las tardes de mantilla en los toros, las vacaciones en Saint-Moritz, las monterías en la finca familiar o los entierros multitudinarios que cerraban el ciclo de una vida descansadamente glamourosa. El marqués ha muerto, larga vida al marqués, o como se diga.

Luego, cuando Alfonso Guerra dijo que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió, la alta burguesía quiso asemejarse a estos grandes de España, compartir sus privilegios y así la ‘beautiful people’ de los ochenta-noventa remedó chabacanamente (toda imitación siempre tiene mucho de farsa) a esa nobleza venida a menos, confundida con los roles sociales donde había que codearse con el hijo millonario del jornalero venido a más. Era lo inaudito, lo inconcebible, después de una eternidad de privilegios que tocaba compartir. Lo cual que unos y otros se entremezclaron en un experimento del que ahora padecemos sus consecuencias.

Por un lado, los caseteros sevillanos no comprenden cómo el personal no pueden trabajar más de ocho horas por contrato, cuando allí la juerga de fino manzanilla, pata negra y modelaje de faralaes dura el día entero; por otro, la Delegada del Gobierno en Ceuta resume el cambio de relaciones con Marruecos en la tranquilidad que le da que el servicio ya pueda cruzar la frontera para hacerle las faenas del hogar; y, por si faltaba algo, se acaba de destapar que Luis Medina, marqués de Segorbe, uno de los retoños de la ilustrísima casa de Medinaceli, se dedicó a ejercer de comisionista de productos sanitarios en los inicios de la pandemia (cuando se nos morían más de mil personas diarias) y, por conseguir que Madrid se llenara de mascarillas y guantes defectuosos, le soltaron unos cuantos milloncejos.

Nada, lo justo para comprarse un yate nuevo,  unos cuantos Rolex y renovar el parque automovilístico, que la jet-set no entiende de pandemias, hospitales públicos desbordados o pobres moribundos. Lo suyo es ir de guapos por la vida, salir en prensa y jugar al golf en el club. Un escalón por debajo están tanto la Delegada ceutí como los confusos señoritos sevillanos de gomina y coche de caballos pagado a plazos, que no conciben que los empleados no acepten las condiciones laborales que se aplicaban a sus bisabuelos. A ellos les basta con que Macarena Olona les dé la razón; así que nadie les hable de derechos de los currantes, estando por medio una jarana histórica.

Todos, unos y otros, esta alta sociedad nacional y municipal, antañona o sobrevenida, se siente herida en su dignidad, en sus derechos seculares. Tantos siglos forjando una manera de vivir del cuento para que ahora vengan a desmontarles el chiringuito.  Un despropósito. Así, cómo no van a votar a Vox. Ay, Dios. Si hubieran sabido que la democracia era esto…

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