Los organismos internacionales alertan de las consecuencias de la guerra sumadas a los rescoldos de la crisis sanitaria

La invasión rusa de Ucrania ha supuesto un enorme retroceso para la recuperación de la economía mundial. Es una crisis —la guerra— encima de otra crisis —la pandemia—, como el jueves explicaba la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) Kristalina Georgieva, que se traducirá, que se está traduciendo ya, en menor crecimiento y más inflación, y en un golpe al bolsillo de los ciudadanos. La combinación de una crisis geopolítica, que no se resolverá con la rapidez que algunos imaginaban, y otra sanitaria, que se resiste a desaparecer, puede resultar verdaderamente explosiva, y los organismos internacionales empiezan a alertar de sus consecuencias a medio y largo plazo.

Uno de ellos, el Banco Central Europeo (BCE), ratificaba también el jueves sus planes para dejar de comprar deuda de los Estados seguramente desde julio y de subir los tipos de interés en algún momento a partir de entonces. Eso significa que los Estados van a tener que pagar más —ya han empezado a hacerlo— por sus emisiones de deuda en un momento en el que la respuesta a la pandemia los ha dejado en niveles de endeudamiento históricos. Y que los millones de consumidores que durante años no se han preocupado por lo que sucedía con la cuota mensual de su hipoteca —si acaso, se iba reduciendo en cada revisión— volverán a seguir la evolución del euríbor y a empezar a hacer números. Esta semana, dicho índice, al que están referenciadas la mayoría de las hipotecas en España, ha vuelto por primera vez en seis años a terreno positivo.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, apuntó que por ahora la subida de la inflación —que en marzo se situó de media en la eurozona en el 7,5%, frente al objetivo de estabilidad del 2%— no se está trasladando a los salarios, por lo que confía en que se vaya moderando según avance el año. En el caso español, los convenios firmados hasta marzo apenas recogen una subida de salarios del 2,36%, según las estadísticas del Ministerio de Trabajo a partir de 1.892 convenios que se aplican sobre casi cinco millones de trabajadores. Eso supone que los sueldos crezcan cuatro veces menos que la inflación.

Hace unos días, era la Organización Mundial del Comercio (OMC) la que alertaba del frenazo, por la guerra y por la política de confinamiento absoluto que impone China cuando descubre un brote de covid, de los intercambios comerciales y de nuevos cuellos de botella en las cadenas de suministro, algo que afecta especialmente a fabricantes de coches, la energía y los abonos y que produce severas consecuencias sobre la oferta de alimentos.

Este miércoles, precisamente, los responsables de los organismos internacionales alertaban del riesgo de que la guerra en Ucrania acabe causando una gravísima crisis alimentaria en los países más pobres. La amenaza es real: según los cálculos del Banco Mundial, por cada punto porcentual que aumenta el precio de los alimentos, 10 millones de personas más caen en la pobreza extrema, una situación que se ve agravada con el coste de la energía básica y de los fertilizantes.

En este contexto, puede que sea menos urgente, pero no menos importante, el diagnóstico que el jueves ofrecía el FMI sobre los temidos efectos colaterales que puede tener el conflicto en Ucrania: la fragmentación de la economía mundial en bloques geopolíticos, con diferentes normas comerciales y tecnológicas, sistemas de pago y monedas de reserva. Quizás sea esa la “próxima normalidad” de la que empiezan a alertar los expertos y frente a la que gobiernos e instituciones deben ir preparando respuestas que frenen sus impactos más negativos.

EL PAIS

 

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