Quiso ser torero, pero un viaje a Nueva York en 1965 determinó su carrera, imparable y renovadora para el flamenco. Quienes lo conocieron le rindieron homenaje en un especial con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento hace dos años.

Más que un cantaor de flamenco, Enrique supuso el culmen de la creación e intelectualidad musical en una tierra de talentos. Enrique Morente Cotelo nació en Granada el 25 de diciembre de 1942 y quiso ser torero antes que flamenco. Se había estrenado como semiprofesional en un colegio mayor y en 1964 había debutado con picadores en Córdoba, pero la bailaora Mariemma lo oyó cantar y se lo llevó a Nueva York, a la Feria Mundial de 1965. Este primer viaje al extranjero determinó su carrera como cantaor y su renuncia a ser torero.

A los 16 o 17 años llegó a Madrid, donde se empapó del jondo clásico de la mano de los que habrían de ser sus grandes referentes (Pepe de la Matrona, Aurelio Sellés, Bernardo el de los Lobitos). Su vocación integral, activa y verdadera sorprendió a muchos estudiosos y entendidos.

El 5 de febrero de 1970, con Manolo Sanlúcar a la guitarra, culminó la conferencia ‘En torno al cante flamenco’ del flamencólogo Manuel Ríos Ruiz en el salón de actos del Ateneo de Madrid, que por primera vez abría sus puertas a algo que no fuera la sesuda exposición académica. El maestro declararía entonces: «Quienes entraron y asistieron a la totalidad de la conferencia, salieron convencidos de que esto del flamenco es más serio que una chusma de señoritos pagando a gitanos para que les canten y bailen».

A partir de ahí, emprendió una carrera imparable de conservación y renovación del flamenco, dignificando a los clásicos y acercando a su cante los textos más variados de los vates latinos.

Francisco Manuel Díaz

«La voz de Enrique ya destacaba cuando se metió en los Seises en la Catedral»

 

Díaz recuerda los orígenes de Morente. / Pepe Marín

El guitarrero Francisco Manuel Díaz, un año menor que Morente, compartió juegos de infancia, confidencias y arte con el maestro. «En los cincuenta, nuestras madres coincidieron vendiendo pan en Marqués de Gerona, la mía, y en Pescadería, la suya», recuerda. Por aquellos barrios correteaba la chiquillería. Entre ellos, Antonio. Y entre ellos, Enrique. Un chavea que ya apuntaba formas cuando ingresó en los Seises en la Catedral. «Su voz ya destacaba», explica. «No tardó en despuntar y tampoco tardó en aprender de ‘Cobitos’ el fandango albaicinero que hacía Frasquito Yerbagüena».

Después Enrique se fue a Madrid, aunque siguió manteniendo contacto con Francisco Manuel y sus trayectorias volvieron a coincidir en los setenta. La primera vez que actuaron juntos, Enrique al cante y Francisco Manuel a la guitarra, fue en la azucarera de Motril. Aquel Enrique aún defendía los cantes que aprendió de los mayores, aunque no tardaría en explorar otros caminos, cuenta Francisco Manuel Díaz, que también era el encargado de arreglarle las guitarras.

Antonio Gallegos

«Desde niño, iba de taberna en taberna para escuchar flamenco»

Gallegos, expresidente de La Platería. / Pepe Marín

Antonio Gallegos, flamencólogo y expresidente de la pena la Platería, recuerda perfectamente el día que conoció a Enrique. Fue el Miércoles Santo de 1970, viendo una procesión. «Yo ya sabía de él de Madrid y se puso a mi lado; ‘cucha’, si es Morente, le dije a mi novia». Morente sonrió y empezaron a hablar. Fue el inicio de una gran amistad que se intensificó cuando Enrique, siete años mayor que él, regresó a Granada convertido ya en un grande.

Gallegos explica que la vocación de Morente por el cante le vino de chiquitito. Era habitual verlo en tres tabernas. En la de Antonio ‘el Malagueño’, muy cerca de su casa natal, en la de Molina, cerca de la iglesia de San Pedro, y en la de Pepe ‘el Palanca’ en Carrera del Darro. «Iba de una a otra» para escuchar flamenco.

Antonio y Enrique se veían con frecuencia en la Tertulia de Tato Rébora en López Mezquita, en la peña la Platería, en el bar La Fuente que regentaba Jaime el Parrón y en el Provincias. «Era listo, muy vivo, nunca daba puntada sin hilo y sobre todo era un ser libre, aunque paradójicamente también era muy tradicional en la educación y la crianza de los hijos».

Juan Mesas

«Pese a ser un genio, no tuvo abiertas las puertas flamencas en sus inicios»

 

Juan fue siempre el ‘tío Juanico’ para los hijos de Morente. / Pepe Marín

La relación de Juan Mesas, forjada a principios de los años setenta, era mucho más que una amistad. «Enrique era como mi hermano», asegura. Tanto es así que Estrella, Soleá y Enrique, los hijos del maestro, lo llaman ‘tío Juanico’. «Tengo un millón de anécdotas que contar», refiere. «Enrique, pese a ser un genio, no tuvo abiertas las puertas flamencas de Granada y Andalucía en sus inicios», recuerda. Pero ahí estaba Juanico, para defenderlo a capa y espada. Juan y Enrique siempre hablaban con sinceridad y con guasa. «Enrique tenía un acentuado sentido del humor a lo granadino, muy inteligente».

Vivencias, mil. Como aquella en que un aficionado criticó a Morente en la Peña Flamenca de Jaén porque, según él, había cruzado unas malagueñas. «Enrique observó que estábamos discutiendo y cuando bajó del tablao, se dirigió a mí y me comentó: ‘No te he enseñado que con la gente no se discute, que hay que darle la razón’. Siempre hay que decirles que sí, y así les sobrestimas». Entonces Juan, que acompañó a Morente por toda España y el extranjero, aprendió que «mejor no entrar al trapo de los ‘enteraos’».

Manuel Lorente

«Tuve el privilegio de escucharle mano a mano con Camarón en Almuñécar»

Lorente compartió con el cantaor sus primeros años de festivales por España. / Pepe Marín

Una noche de luna llena, en Almuñécar, un joven Manuel Lorente presenció un mano a mano entre Enrique Morente y Camarón. «Tuve el privilegio de escucharlos a los dos, en la playa, durante horas». Cantaor y antropólogo, Lorente compartió con Morente sus primeros años de festivales y rutas por España. Ahora, en su faceta de investigador, recuerda que la primera actuación de Enrique en el Festival del Paseo de los Tristes «fue como maletilla, porque no era reconocido en su tierra».

Para Manuel la trascendencia de Morente está en su «liderazgo en la modernidad». « Se formó como cantaor clásico –sigue–, lo que le dio autoridad para experimentar después. Él empezó a utilizar poesías largas y cantó a San Juan de la Cruz, a Miguel Hernández, a Bergamín… y siempre que pudo cantó a García Lorca».

A finales de los 80, Morente consolidó su figura en Granada, tal y como recuerda Lorente: «Organizaron un concierto Camarón y él, en los jardines de Neptuno. Hubo un ambiente extraordinario durante varios días y para Enrique fue muy importante porque se vio que estaba al nivel de Camarón, que era lo máximo».

Carmen Linares

«Nunca se subía al escenario para cumplir. Se subía para aportar»

La artista tenía a Morente como referente. / Manuel Montaño

Carmen Linares es una de las personas que han conocido más de cerca al Enrique Morente artista, tanto como al ser humano. «Éramos como familia –recuerda la cantaora jienense–, fuimos los padrinos de Soleá y hemos compartido desde la boda al nacimiento de sus hijos. Al margen, claro, de compartir escenario». En este último terreno, Linares considera a Morente «un genio, un creador, que en el arte es algo muy importante. Dejó un legado muy importante, e hizo grandes aportaciones al flamenco». La cantaora destaca también su honestidad, su maestría. «Fue una referencia para el cante, con unos conocimientos inconmensurables, y desde ese conocimiento musicó, por ejemplo, a poetas que no eran conocidos por el común del público, siempre asumiendo riesgos en ese afán por divulgar lo que merecía la pena».

Esa capacidad para abrir camino constituye, en palabras de la artista, «uno de los principales puntales de su legado. A pesar de ser coetáneos, siempre me fijé en su forma de hacer las cosas, y le tomé como referencia para saber cómo debía hacerlas yo».

Linares destaca igualmente la importancia de su magisterio para los cantaores que han brillado en los carteles tras su fallecimiento, y que, en buena medida, son sus herederos, como Miguel Poveda o Arcángel, además de sus hijos, «tres grandes».

«El artista —añade– no debe dormirse nunca en los laureles, aunque tenga una gran calidad y sea capaz de conectar con el público. Debe hacer crecer su arte, y Enrique lo consiguió, de múltiples maneras. Cuando, en nuestros primeros años de carrera, actuábamos en los tablaos de Madrid, e íbamos unos a vernos a los otros, nos dábamos cuenta de que él nunca se subía al escenario para cumplir. Él se subía para aportar».

Desde que se conocieron en una actuación en el Ateneo, Linares y Morente han seguido, y seguirán, conectados por siempre.

IDEAL

COORDINA : MARIA VICTORIA COBO

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