A los 25 años, Enrique ya es un profesional requerido en las mejores plazas. Es un cantaor ortodoxo que atesora todo el bagaje histórico del flamenco. A partir de este conocimiento, intuye, crea, innova, arriesga. Esa actitud inquieta va a dar luz a su carrera y la hará trascender.

Los flamencólogos («flamencólicos», diría él) le atacaron con dureza, pero el tiempo le dio la razón. Morente es puro y ajustado a los cánones; es la evolución ideal del cante (no inventa quien quiere, sino quien puede). Es capaz de cantar por derecho, como le enseñaron sus mayores, pero no se abandona a la ortodoxia sin más. Investiga, crea y se supera. Según Agustín Gómez, «la interpretación de Morente es una auténtica renovación de los elementos tradicionales sin derribarlos, audaz, atrevida, que originará el desprecio de los que se las saben todas y el interés de quienes sienten la llamada del flamenco con la mente libre de prejuicios formales». Su método consiste en una mirada hacia atrás y dos pasos hacia adelante. «No podemos repetirnos continuamente, por muy bien que nos repitamos», declarará.

Tras un par de discos ajustados a la ortodoxia, edita ‘Homenaje a Miguel Hernández’ (1971), donde empieza a frecuentar a los poetas, a crear sobre lo establecido y a romper los esquemas tradicionales. De Hernández pasó a los hermanos Machado, a Lorca, a San Juan de la Cruz, a Almutamid y a infinidad de autores. «Al principio creía que hacían falta versos de tantas sílabas, luego ya daba igual. Mientras sean buenos, todos valen. Yo mismo he escrito algunas letras, pero siempre he tenido más facilidad para crear música, y hay tanta poesía, y tan buena, que es mucho más fácil cogerla y ya está», decía. Es posiblemente el intérprete español con la nómina más extensa de poetas en su haber. En 1977 apareció ‘Despegando’, una declaración de intenciones para advertir —más que justificar— su progresión creativa. Así, discos como ‘Omega’ (1996), ‘El pequeño reloj’ (2003) o ‘Pablo de Málaga’ (2008), se pueden considerar obras maestras del flamenco por venir.

M de Puchero

«Estuve 15 años con él. Para mí ha sido uno de los mejores de la historia»

Fernando, Cheyene y Coco recuerdan a Morente. / Pepe Marín

Fernando Rodríguez entra en la Escuela Municipal de Flamenco con una sonrisa nostálgica. «Yo trabajé aquí, construyendo el edificio. Y es la primera vez que vengo», dice nada más atravesar la sala Enrique Morente. Él forma parte de M de Puchero, junto a Miguel Ochando, Antonio Fernández, Salvador ‘Coco’ y Miguel ‘Cheyene’. «Estuve con Enrique quince años –recuerda Fernando–, yendo de un sitio a otro. Para mí ha sido uno de los mejores de la historia. Mira que era gran artista, pero como persona era mucho mejor». En uno de sus viajes juntos, por Santiago de Compostela, al salir de comer de un restaurante, vieron a una muchacha vendiendo muñequitos. «Me quedé mirando a Enrique y no hacía más que observarla. En media hora larga allí nadie se acercó al puesto. Entonces, Enrique fue y le dijo ‘me pone este muñequito, por favor’. Y sacó un billete de las antiguas 10.000 pesetas. La chica le dijo que no tenía cambio. Y Enrique respondió no, no, quédate con ellas… Esa escena se me quedó aquí –golpea el pecho, con los ojos vidriosos–, aquí, esa era la clase de persona que era».

Enrique Morente es la inspiración de M de Puchero. Su nombre, de hecho, esconde el sincero y sentido homenaje de la banda. Así lo explica Cheyene: «La gente nos pregunta mucho esto. Verás: un puchero lleva muchos ingredientes y la ‘M’ es de Morente. Así que somos como un puchero de Morente. Todos somos amantes de Enrique y queremos que su música siga enamorando a más gente». Su último disco, ‘Flamenco a voces’, triunfó en la Bienal de Sevilla y ha sido acogido por público y crítica con entusiasmo. Estarán también en el Festival Suma Flamenca, en Madrid, dedicado este año al genio granadino.

Y así, sentados en tres sillas azules de anea, Fernando, Cheyene y Coco recuerdan a Morente entre palmas, puños y voces quebradas. Cantan, precisamente, ‘Sembré una esperanza’, pensando en esa semilla que les hizo crecer: «Yo pensaba haber cogido la naranja y el azahar, con hacer leña del tronco me tuve que conformar…».

José Sánchez Montes

«Desde su profundo conocimiento del flamenco quiso cambiar el rumbo»

El director de cine recuerda a Morente como un hombre «fascinante». / Pepe Marín.

José Sánchez Montes fue uno de los compañeros de tareas creativas más importantes de Enrique Morente. Suyos son ‘Morente sueña la Alhambra’ y ‘Omega’. El primer encuentro de ambos tuvo lugar en la sede original de la productora Ático 7, en la calle Ángel Ganivet, allá por los años 80. «Estaba una tarde solo, trabajando, y oí que llamaban a la puerta. Era Enrique, con su chándal y todos sus perejiles… (risas). Me dijo que le habían contado que había un grupo de jovencillos haciendo videoarte, y quería conocer nuestro trabajo. Se quedó un buen rato conmigo, viendo algunas de las videocreaciones que habíamos hecho, y me dijo que teníamos que buscar la oportunidad de trabajar juntos».

Ambos tardaron un tiempo en reencontrarse. Y entonces surgió su primer gran proyecto, ‘Federico García Lorca: de Granada a la Luna’, del que Morente fue director musical, y en el que participaron artistas muy diversos, de Imperio Argentina a Michael Nyman. «Aunque venía del hábitat flamenco, y había ejercido oficios variopintos, como él dijo en algunas de sus entrevistas, y leía poco, fue un hombre culturalmente hecho a sí mismo. En un momento determinado quiso cambiar el rumbo, y con su inteligencia y conocimiento profundo del flamenco decidió hacer ‘otra cosa’. Era un ser fascinante; pasar tiempo con él era un lujo».

Con ‘Morente sueña la Alhambra’, su gran trabajo juntos, «le propuse mostrar el encuentro entre una persona que formaba parte del patrimonio vivo de la ciudad y su monumento patrimonial más identificativo». Del rodaje recuerda que «para un artista como él, trabajar en el cine podía ser muy latazo. Pero creo que este trabajo constituyó el arranque de la etapa de madurez de Enrique, cuando estaba empezando a cantar muy bien, y durante un año y medio estuvimos rodando. Incluso cuando ya habíamos terminado, me pidió grabar el ‘Chiquilín de Bachín’ de Piazzolla y Ferrer, y lo hicimos con los niños del taller del compás de Almanjáyar. Nunca tuvo pereza, y nunca se quejó por nada».

Antonio Arias

«Derribó muchos muros desde joven; la libertad era su patrimonio»

El vocalista de Lagartija Nick recuerda al artista como un «políglota» de la música. / Pepe Marín

Antonio Arias también mantuvo una estrechísima amistad con Enrique. Guarda en sus memoria muchas vivencias. Vivencias que hablan de una buena persona y de un cantaor que marcó un antes y un después. «Recuerdo que, estando en su casa de Madrid, en plena promoción de ‘Omega’, estuve curioseando en su discoteca y vi que tenía una gran colección de flamenco, pero también de otros estilos y, sobre todo, de jazz, que es la expresión de la libertad y la improvisación que él mismo profesaba cada vez que subía al escenario y que representaba su propia forma de ver la vida». «Era –explica Arias– un auténtico políglota de la música, dominaba todos los lenguajes musicales».

Un acervo que, según Antonio Arias, gustaba de compartir con los amigos y que, además, lo hacía de una manera muy pedagógica. Sus influencias flamencas estaban claras –Aurelio de Cádiz, Cobitos, Pepe el de la Matrona–, pero su inquietud, sus ganas de innovar y sus ganas también de dejarse influir se hicieron patentes en su propia trayectoria artística ya a mediados de los setenta, cuando realizó colaboraciones con bandas tan míticas del rock andaluz como Guadalquivir, con el propio Carlos Cano o en una performance sobre el Quijote en Santa Fe donde salía boca abajo. «En los setenta ya apunta esos rasgos vanguardistas», dice Arias. «Desde joven había derribado muchos muros y tenía esa libertad, que era su patrimonio».

Aunque, sin duda, esa ‘ruptura’ con el flamenco más canónico se hace más patente en ‘Omega’. «Él pensaba que la potencia y la cantidad de armónicos de una banda de rock como los Lagartija proporcionaban ese punto de amplitud emocional que siempre buscaba con su voz». Consideraba que era una expresión cercana a la que podía proporcionar toda una orquesta. «Él nos decía que quería ser el cantante de un grupo, y nosotros queríamos introducirnos en el flamenco. Entonces surgió algo distinto, como una especie de sublimación», refiere Antonio Arias.

Pepe Luis Habichuela

«Tuvo críticas y las respetaba, pero no había nada que lo parase»

«Fue una persona valiente porque hacía lo que le salía del corazón«, asegura el cantaor. / Pepe Marín

Pepe Luis Habichuela abre la puerta de Casa Juanillo, en el Sacromonte, como si fuera el párroco de la Catedral. En sus paredes cuelgan algunas fotografías míticas de Enrique Morente y él, reflejado en el cristal, viaja atrás en el tiempo, hasta el Madrid de los 80. «Mi padre fue el primer guitarrista que tocó a Morente. Ellos eran hermanos. Un día vinieron a verme a la sala Caracol. Estaba yo cantando y Enrique le dijo a mi padre ‘qué bien canta el niño, cantando por soleá me lo como’. Y ahí empezó a llamarme».

Aquellos primeros años, «unos años maravillosos», Morente fue amigo, maestro e ídolo. «Era muy recto y muy cachondo, todo al mismo tiempo. Enrique preparó mil y un espectáculos y daba igual si iba con setenta personas o él sólo con una guitarra: sabía que o hay una disciplina absoluta o no sale ni a tiros. No podías llegar cinco minutos tarde, pero adoraba a todos lo que íbamos con él. Siempre nos daba oportunidades». Habichuela ríe al vislumbrar aquella tarde de invierno, en Nueva York, cuando entraron al Waldorf Astoria para participar en un evento de la ONU, presidido por Kofi Annan. «De repente, Enrique me mira y me susurra: ‘Pepe Luis, tira pa lante y canta un fandango’. Y claro, si Morente te dice que cantes, tienes que cantar».

En una de las fotos de Casa Juanillo, Enrique, en un primerísimo plano, cierra los ojos con fuerza y casi se escucha su voz saliendo por la boca. «Llegó tan lejos –dice Habichuela, casi sin parpadear– por su absoluto conocimiento del flamenco. Tienes que amarlo, tienes que cuidarlo y pasarte muchas horas pensando en él para hacer lo que hizo. Fue una persona valiente porque hacía lo que le salía del corazón. Tuvo críticas y las respetaba, pero no había nada que lo parase».

Con vistas a la Alhambra, Habichuela deja que el aire salga de sus pulmones, como un resorte, dando forma a la música. «Y aquella eterna fuente está escondida…», canta, aprisionado entre la pena y el homenaje: «Para el tito Enrique Morente, con todo el cariño». Y mira al cielo.

ES`PECIAL IDEAL

COORDINA : MARIA VICTORIA COBO

https://www.ideal.es/culturas/musica/recordando-enrique-morente/genio-20201213130431-nt.html

 

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