El 20 de marzo de 2001, la periodista Lourdes López, publicaba en IDEAL este reportaje sobre nuestro paisano Miguel Rivera. Lo transcribimos a continuación, acompañándolo con una de las fotografías que ilustraba el artículo.

“La mañana amaneció inundada por un deslumbrante sol de primavera. El día nos invitaba a proseguir llenando de recuerdos nuestra infinita mochila del tiempo. Un guía de excepción nos esperaba al otro lado de Granada, y sin más dilaciones iniciamos nuestra ruta a una bella fortaleza musulmana. Como buenos aventureros llegamos hasta allí en autobús y en la última parada, impaciente, Miguel Rivera nos indicaba la llegada. Un universo por descubrir se desplegaba ante nuestros ojos, y nosotros, ahora convertidos en arqueólogos de la bella tradición granadina, teníamos que excavar en los recuerdos de Miguel para conocer sus raíces, indisolubles a los orígenes de su lugar de nacimiento, Atarfe. Nuestra principal herramienta para descubrir nuevos tesoros es sin duda la palabra, y qué mejor lugar para el intercambio de experiencias que un casino a la vieja usanza situado en el centro de nuestra nueva ruta. Subiendo unas escaleras embellecidas con objetos que nos retraen a tiempos pasados, llegamos al salón y nos acomodamos en una de las grandes mesas que lo presiden. Su infancia fue el punto de partida, meditativo y emocionado rememoró sus tiempos de escolar. «Estudié en el colegio Doctor Jiménez Rueda, aquí en Atarfe, y lo que más recuerdo de esa etapa es la plazoleta de Santa Adela, porque allí jugaba con mis amigos al fútbol; con el bocata en las manos daba patadas al balón y el tiempo se me hacía de segundos».
 
Desde el lugar donde charlábamos tranquilos podíamos vislumbrar el contorno de esta fortaleza musulmana, su vieja iglesia, sus calles estrechas y alargadas… Por un momento permanecimos en silencio pensando, quizás, en las tertulias y sensaciones que se habrían tejido en este lugar a lo largo de los años. Retomamos la charla y Miguel narró sus excursiones a la ermita que atenta vigila el pueblo. «Los fines de semana solíamos hacer excursiones a la Ermita de los Tres Juanes, a la Atalaya o al Pantano del Cubillas, porque desde allí podíamos contemplar la grandeza del paisaje granadino». Al escuchar estas palabras no pudimos resistirnos y exhortamos a nuestro compañero para que nos enseñase este lugar tan idílico. La Ermita de los Tres Juanes Una canción de Enrique Morente dio ritmo a nuestra expedición a lo más alto de Atarfe. Introducidos en el corazón de la montaña contemplábamos extasiados el paisaje del que sólo nuestros ojos podían ser dueños. En el camino, el guía de este viaje nos comentaba las especies que habitan tan fantástico lugar: avestruces, loros exóticos, cacatúas…
 
En un principio escépticos, pensamos que se trataba de una broma de nuestro alegre amigo. Pero cuál fue nuestra sorpresa que al llegar a la cúspide nos topamos con semejante paisaje. Una vez hubimos contemplado las especies que viven en este rincón, Miguel nos invitó a otear las llanuras montañosas granadinas que desde el lugar se pueden observar. Unos cuarenta municipios se rinden ante la magnitud de la ermita. El día era caluroso y la sed se había apoderado de nuestras gargantas, así que decidimos pararnos en el restaurante que se asienta en esta zona. Un mosaico situado en la entrada incitaba a su lectura. En él, unos versos describían la esencia de Atarfe: «Es un singular conjunto donde los relojes se paran para inspirar con su belleza los sentimientos del alma». La poesía que dimana este singular pueblo congeló el tiempo y cuando quisimos darnos cuenta el sol apuntaba la llegada del mediodía. El momento apropiado para degustar los exquisitos platos que se cocinan en este lugar. Un gazpacho fresquito y de postre las famosas flores, un dulce tan especial como su nombre.
Salmorejo Cortao.
 
Miguel es un gran amante del arte gastronómico; tal es su pasión que con la compañía de un grupo de amigos decidieron construir los cimientos de una peña gastronómica cuyo nombre, Salmorejo Cortao, tiene una anecdótica historia que sonriente nos relata: «Teníamos dos opciones para denominar la peña, salmorejo y palo cortao. Hubo una votación y como salió mitad y mitad, al final se quedó con Salmorejo Cortao. Desafortunadamente, y por motivos laborales, en la actualidad ya no formo parte de ella». Para seguir dibujando nuestro peculiar mapa de Atarfe necesitábamos conocer los días en los que este lugar se colorea de tradición con sus fiestas típicas. En la estación estival, cuando Santiago y Santa Ana celebran su santoral, las calles se llenan de lugareños y visitantes que disfrutan de las actividades organizadas para tan importante evento. Las fiestas se viven más sobre todo cuando eres niño y Miguel de pequeñito las vivía intensamente: «Jugaba a la cucaña, me embelesaba con los gigantes y cabezudos y sobre todo disfrutaba en los campeonatos de baloncesto». Pero un pueblo tan vinculado al mundo taurino no podía prescindir de la fiesta nacional por excelencia el día de su celebración. Dos novilladas, una con picadores y la otra sin estos, perfilan y engrandecen la conmemoración de sus patrones.
 
La tarde nos sorprendió en la antigua ermita y tomando un sabroso café continuamos nuestra andanza por las galerías de la existencia de nuestro acompañante. Una vida que alcanzó su plenitud hace un año, al nacer su primogénito, también llamado Miguel. Su voz se llena de ternura y orgullo cuando nos describe a su hijo: «Es muy dormilón y tranquilo; ahora está descubriendo el mundo y tiene a toda la familia loca corriendo detrás de él». Además, confesó que «ser padre ha sido para mí una experiencia que no se iguala a ninguna otra; es algo que forma parte de ti y de la persona a la que quieres». Con estas dulces palabras nuestro viaje llegaba a su final, con la satisfacción de haber encontrado el tesoro que estábamos buscando, un paraje arábigo en el que el tiempo se eterniza. Cerramos nuestra mochila e iniciamos nuestro regreso a la ciudad convencidos de que en nuestro álbum de recuerdos Atarfe tiene un lugar más que privilegiado.”
 
Curiosidades elvirenses
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