Entre los amantes de los insectos, particularmente de las mariposas o lepidópteros, Sierra Elvira es un lugar sobradamente conocido.

Como si de un oasis  se tratara, esta pequeña sierra situada al noroeste de la ciudad de Granada a muy escasa distancia, de topografía suave y con una vegetación propia de
encinar mediterráneo, está rodeada por un mar de olivares, urbanizaciones y canteras; constituyendo un valioso reducto donde subsisten, generación tras generación, una rica fauna de mariposas. Sería arduo y prolijo hablar de todas las especies, tanto diurnas como nocturnas, que la habitan y que por otra parte, aún no se tiene un inventario completo de la diversidad de especies.

Pero baste con destacar aquéllas que han entrado a formar parte de esas listas rojas por la precaria salud de sus poblaciones, que se ven amenazadas e incluso en peligro de extinción por las consecuencias de la acción humana. Concretamente son dos las especies a considerar como joyas de este paraje, bien conocidas en la literatura  conservacionista referida a los lepidópteros y que convierten a Sierra Elvira en un “punto caliente” de la conservación de la biodiversidad.

La primera de ellas responde al nombre científico de Plebejus pylaon. Ahora bien las mariposas granadinas fueron estudiadas por el médico francés Rambur en 1837 y las encontró distintas a las que volaban en el resto del continente europeo y decidió que se trataban de una raza distinta que merecía el nuevo nombre de hesperica, circunstancia que recientemente los investigadores reafirman y efectivamente las poblaciones granadinas constituyen una especie distinta con un claro aislamiento
geográfico de sus parientes europeos y que por tanto debe llamarse Plebejus hespericus. Tras este galimatías de nombres y llamémosla como la llamemos, el insecto
en cuestión es una pequeña mariposa que no llega al centímetro y medio de envergadura, de color azul celeste si es macho, ya que la hembra es de un color castaño
uniforme que la hace menos llamativa: es lo que los entomólogos llaman dimorfismo sexual.

En primavera, no es difícil observar a estas mariposas revoloteando alrededor de los astrágalos (Astragalus alopecurioides), leguminosas de bonitas flores amarillas que crece en los claros y las zonas alteradas del encinar, sobre las cuales las hembras depositan sus huevos de donde eclosionan pequeñas orugas que se alimentan de sus hojas hasta que éstas empiezan a angostarse a principios de julio, lo que obliga a las orugas a entrar en un período de inactividad de ocho meses que comprende una estivación seguida de invernación; para volver en el siguiente mes de marzo a alimentarse de los brotes tiernos de la planta, desarrollándose rápidamente para crisalidar y emerger nuevamente las mariposas dos meses después en mayo y junio para reiniciar una vez más el ciclo de vida.

Pero lo realmente curioso en la vida de estas larvas es la estrecha relación que establece con distintas especies de hormigas, en lo que los biólogos llaman simbiosis o también mirmecofilia. Efectivamente se trata de una relación de mutuo beneficio entre ambos insectos donde la oruga de la mariposa se alimenta y crece protegida por las
hormigas de depredadores y parásitos, mientras éstas reciben como recompensa a sus desvelos una secreción azucarada que producen las orugas en unos órganos
especiales situados en su dorso.

También en primavera, pero más tardía, vuela otra escasa y localizada mariposa llamada por los científicos Iolana iolas. Se trata de una magnífica mariposa de color azul con una envergadura cercana a los dos centímetros, que la coloca entre las mayores de su familia a nivel europeo. E incluso los ejemplares de Sierra Elvira suelen ser de un tamaño ligeramente mayor que el resto de sus congéneres, lo que ha valido para que el granadino Fidel Fernández-Rubio describiera una nueva subespecie que nombró como saritae en 1973. Esta codiciada mariposa vuela alrededor de los espantalobos (Colutea atlantica), arbusto con característicos frutos en forma de vaina que encierra las nutritivas semillas que sirven de alimento a sus orugas, las cuales prefieren pasar los rigores invernales en forma de crisálida para emerger como mariposas en la primavera siguiente.

El porqué de la vulnerabilidad de estas mariposas hay que buscarlo en el hecho de ser especies monófagas, es decir, que sus orugas se alimentan de forma exclusiva de un solo tipo de planta y por tanto su supervivencia está estrechamente ligada al futuro de dicha planta. De ahí, la sensibilidad de estas especies a la alteración de su hábitat y en consecuencia la importancia de proteger Sierra Elvira y porqué no, propugnar la creación de una reserva entomológica. Tanto una especie como otra viven en los mismos biotopos y van a sufrir los mismos tipos de amenazas.

La vulgarmente conocida como niña del astrálago, Plebejus hespericus, la principal amenaza que ha sufrido y puede sufrir en Sierra Elvira son las repoblaciones forestales, que aunque no extinguirían a la especie, sí reducirían sus poblaciones. Aunque realmente, aún no sé conocen con exactitud los requerimientos ecológicos de esta especie y el porqué de su baja densidad. De hecho, es inexplicable que en Sierra de Alfacar la especie no haya vuelto a ser observada desde que Rambur en 1837 describiera su raza hesperica. La zona ha sido batida por entomólogos locales, pero no se ha encontrado la mariposa. De demostrarse que realmente ha desaparecido de esta zona, éste sería el
primer caso documentado de extinción de una especie de mariposa en una localidad de la Península Ibérica, sin motivos conocidos, pero aún se carecen de datos en este sentido.

Para Iolana iolas, la categoría de amenaza ha sido aún mayor y ha sido considerada en peligro de extinción. Si bien recientemente se están descubriendo nuevas localidades para la especie, siempre es escasa y sus biotopos son bastantes vulnerables. Fernández-Rubio en 1973 describía como el desuso del espantalobos como material para hacer cucharas por el incremento del empleo del plástico y como leña por la aparición del butano estaba regenerando la planta y asegurando así la supervivencia de la especie. No obstante, las zonas de espantalobos siempre se han visto mermadas por una mala gestión forestal; así no es raro encontrar a estos arbustos como parte del monte bajo en los bordes de zonas de repoblación de pinos. Además de que actualmente, las principales amenazas son dos: los incendios y la ganadería ya que la planta contiene un alto
nivel proteico y es muy apetecida por el ganado.

Artículo editado por Corporación de Medios de Andalucía y el Ayuntamiento de Atarfe, coordinado por José Enrique Granados y tiene por nombre «Atarfe en el papel»

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