El valor de la memoria: Historias  que fueron verdad y que ocurrieron hace muy poco tiempo.

Recuerdo verlos venir del «extranjero», un lejano lugar al que el infortunio, el hambre y la desesperanza los había conducido. 
Nos decían que cuando llegaron hasta allí, desconocían el idioma y las costumbres, que tenían miedo y que  no llevaban más pertenencias que las que le  cabían  en una vieja maleta de cartón. 
 
Nos decían que se habían tenido  que alojar con emigrantes de otros países, gentes tan humildes como ellos con los que compartían lo poco que tenían.
Cada cuatro, cinco o seis años volvían en verano al pueblo, volvían nerviosos e ilusionados, esperando el abrazo de los familiares y amigos que habían dejado aquí y sintiendo la emoción de volver a pisar la tierra de un país que nunca los había querido lo suficiente. 
 
Pese a todo, cuando supieron que llegaba el final de sus días, volvieron a su pueblo porque ya no querían  irse nunca más de él.
 
Fueron grandes hombres y grandes mujeres, honrados ciudadanos de a pie, trabajadores incansables, españoles de verdad cuyo único delito fue ser pobres o querer ser libres.  
 
Tan ingratos fuimos que, pese a no haber cometido  falta alguna, nadie se acercó a ninguna estación para tenderles una alfombra u ofrecerles la mano cuando, cansados,  temblorosos y muy ancianos, bajaban las escalerillas de último tren que iban a coger en  su vida.
 
F.M.R.
 
NOTA del Mirador: Nuestro pueblo no tiene ningún monumento a estas grandes personas que levantaron nuestra economía. ¿Hasta cuando?
 
foto: https://atalayar.com/blog/memoria-hist%C3%B3rica-y-emigraci%C3%B3n-espa%C3%B1ola
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