«El trabajo es como un mal amor. Ni te dignifica, ni te da la vida que creías que ibas a tener»

«El trabajo es como un mal amor. Ni te dignifica, ni te da la vida que creías que ibas a tener»: retrato de los millennials quemados y atrapados entre la precariedad y la expectativa

Cuatro amigos cualquiera en la terraza de un bar conversan sobre el trabajo. Todos millennials. Todos con estudios superiores. Todos precarios. Sin expectativas. Cansados. Agotados. Hartos. Conversamos con ellos y entrevistamos a Anne Helen Petersen, autora de ‘No puedo más: cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada’ para entender cómo afecta el agotamiento a una generación que después de años de esfuerzos solo tiene precariedad

Una de las premisas que Anne Helen Petersen sostiene en su libro ‘No puedo más: cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada’ es que para esa generación cada vez es más complejo separar vida profesional de la personal. Y supongo que preparar temas como este para la radio, para este periodista, es buen ejemplo de ello. Solo uno más. ¿Qué caracteriza a esta generación? Para Petersen, «los millennials son esa generación que piensa que tiene una edad en la que deberían haber encontrado ya una estabilidad y no sentir esta precariedad».

En mayo de 2019, la Organización Mundial de la Salud reconoció oficialmente el “desgaste” (burnout) como una enfermedad fruto de “un estés crónico en el lugar de trabajo que no se ha gestionado de manera satisfactoria”. Petersen matiza todavía más, y se refiere al caso millennial como una sensación que combina “un intenso anhelo por el estado de realización con el sentimiento torturado de que, en realidad, se trata de algo inalcanzable” y que no desaparece ni cuando se duerme ni cuando se está de vacaciones. En algún momento del frenesí en el que vivimos, se desconectaron las grandes cifras macroeconómicas y la salud mental y física de quienes alimentamos el sistema: «Las generaciones de nuestros padres y abuelos tenían hobbies. Lo que ha ocurrido es que muchas personas han crecido creyendo que solo tienen que hacer cosas que les van a servir para ser mejores en su trabajo», señala Petersen durante la entrevista.

Para muchos millennials el trabajo es algo más que una obligación, es parte de su identidad. Seguramente porque muchos de sus padres han criado “currículums andantes en lugar de hijos». En el libro, Petersen señala que esta generación, que va, aproximadamente, de los 25 a los 42 años, quiere trabajos que respondan a las expectativas de sus padres: estables, con salarios decentes e identificables como buenos empleos; que sean “impresionantes” de cara a sus compañeros y que “cumplan con lo que se les ha vendido como objetivo”. La precariedad es un tema del que, desgraciadamente, estamos mucho más acostumbrados a debatir de lo que nos gustaría. Y va mucho, muchísimo, más allá de las meras condiciones económicas. Tiene que ver también con la sensación de poder perder todo lo poco que se tiene en cualquier momento, de tener miedo a caer y de que ninguna red de apoyo te pueda recoger. La inseguridad es una seña de identidad de nuestra generación y, posiblemente, sea un chip, un lastre, del que sea muy difícil librarnos a estas alturas. ¿O no?

El discursito de que la generación boomer vivió mejor, tan de moda entre mucho millennials, se queda bastante corto y peca de lo mismo que hacen los boomers con los millennials: una falta de empatía intergeneracional absoluta. Lo boomers tuvieron los mismos problemas que ahora tienen los millenials. El principal: el desprecio de la generación que los precedió. La pregunta es ¿por qué la generación boomer no es capaz de pensar en su propia experiencia vital para empatizar con la generación de sus hijos y por qué les llaman “generación de cristal”, “generación de la piel fina” o “unos flojos”?

De lo que no hay un sentimiento generalizado de que la vida va a peor. No solo por los dineros, que también. Sino porque nos hemos acostumbrado a estar agotados, física y mentalmente. Demasiada gente se siente estafada por un sistema que prometía meritocracia a base de una “optimización” personal constante de cara al interés del mercado y que, como siempre ocurre, se queda en agua de borrajas. Un sistema que encubre el trabajo con el lenguaje de la pasión y que pervierte las vocaciones para hacerte más explotable. Es el chollo perfecto para cualquier empresa: aprovechar la coyuntura para ofertar puestos de trabajo que cubren a cambio de una miseria porque saben que cuentan con un número (casi) infinito de solicitantes, posiblemente sobrecualificados y, desde luego, increíblemente motivados. Lo dicho, un chollo para cualquiera.

La propia Petersen señala que hay industrias enteras que prosperan gracias a un exceso de trabajadores dispuestos a pedir menos por trabajar más siempre y cuando puedan decirse a sí mismos, y a los demás, que tienen un trabajo que aman. «Hay trabajos que quieres hacer con tantas ganas que al destacar que lo que hacen es un trabajo, se encuentran con la reacción de que no están suficientemente comprometidos con su arte, con la práctica del periodismo, por ejemplo (…) Hay que pensar que las empresas pueden seguir subsistiendo, pero con esa precariedad queda un grupo poblacional que no tiene ahorros, que vive al día (…) Tendríamos que acordar como sociedad que, si tienes un trabajo, este debería permitirte vivir». Los trabajos de mierda provocan desgaste Y el desgaste, falta de energía y recursos para oponerse a las condiciones de mierda, lo que ayuda a mantener los trabajos de mierda. ¿Están los millennials en un callejón sin salida?

Daniel Sousa  dany_agld

FOTO: Todo por un engaño: retrato de los millennials quemados y atrapados entre la precariedad y la expectativa

A %d blogueros les gusta esto: