Juanma Moreno le toca hacer historia con su partido y gobernar para todos desde el centro. Y sin perder el norte.

Pues ya está, otro domingo electoral donde todo ha resultado previsible, esta vez con treinta y cinco grados a la sombra y la constatación de que la mejor pitonisa de España es una vaca a la que le cae simpático Juanma Moreno. La marca ‘Juanma’ ha ganado las elecciones y eso nos obliga a repetir que ya lo avisamos hace meses, no tanto porque seamos mejores analistas que otros (que también, para que negar lo evidente) sino porque Espadas es un señor gris y anodino, un tecnócrata de la vieja escuela que no suscita entusiasmos ni para presidir su comunidad de vecinos. Lo mismo que muchos de sus candidatos provinciales, estos novísimos que no han sido capaces de crear ilusión porque les falta carisma. Pedro Sánchez quería en el sur a gente que no le robara foco y lo ha conseguido, aunque eso le cueste perder al PSOE las primeras elecciones andaluzas en cuarenta años. Es lo que tienen las venganzas: que puede uno acabar pegándose un tiro en el pie. Pero la culpa no es únicamente de Espadas porque, a su lado, confundía mucho el batiburrillo de una izquierda que se ha convertido en un puzle irresoluble entre por Andalucía podemos seguir adelante,  arsa y olé viva la verdiblanca cuando canta IU a Blas Infante el 28F.  Lo cual que, ayer, por estos lares, en vez de partido, se eligió entre campo o playa por el hartazgo ante tanta voluntad de personalismo, de ambición de poder.

Por eso Juanma (porque han vencido Moreno Bonilla y sus consejeros, no el PP de Génova, esto debe constar)  se presentaba tranquilo a los debates y los ganaba sin triunfalismos ni perder la sonrisa de quien tiene un as en la manga, aunque los otros no acaben de entenderlo. Y el as era Juan Marín, que se ha llevado todas las bofetadas y no ha podido comerse ni una torrija a pesar de haber hecho una buena campaña. De ahí la cara relajada de los líderes del PP en sus visitas a los pueblos más escondidos de la Andalucía plural, esa que nunca habían pisado antes que ellos otros señores (y señoras) de centroderecha arremangados y repartiendo abrazos. Pero lo trascendental, lo importante del votante andaluz es  que ha sido capaz de frenar el avance de la ultraderecha en España evitando que toquen poder Vox y una histriónica Macarena de Graná, que queda claro que ni es de Graná, ni de Salobreña, ni es el cambio real, ni nada asimilable aunque haya subido en un par de diputados. Le bastó a la alicantina  afirmar -con su soberbia característica- en su discurso de cierre trianero que había que votar con rabia y hambre para que la respuesta de los andaluces haya sido que en nuestra hambre mandamos nosotros y no los radicalismos. Lo cual que ya puede buscarse un taxi de vuelta para regresar a los Madriles pasando a saludar en Castilla y León, a ver si allí le cunde más la reconquista, que parece que no, porque el personal se ha caído del caballo, como San Pablo.  Y ahora le toca a Juanma: la calle ha hablado y le ha dado mayoría absoluta, la oportunidad única de no ser Díaz Ayuso. De hacer historia con su partido y gobernar para todos desde el centro. Y sin perder el norte.

 

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