Por los tajos de Ronda ya se conoce la noticia. Y en la serranía de Cazorla, bastión hasta hace poco de los Aguilares, también. Ha votado la tierra de María Santísima, la del Cristo de los Gitanos, la de la Virgen del Mayor Dolor y de la Esperanza Macarena.

La de aquél trueno, vestido de nazareno, que era diestro en manejar el caballo y un maestro en refrescar manzanilla. La de los recuerdos de un patio de Sevilla, donde flocere el limonero y se espera la presencia de don Guido, de jóven muy jaranero, muy galán y algo torero, parásito hasta las trancas desde que su madre lo parió, vago y facha por naturaleza, que busca hembra para poder seguir viviendo sin deformar sus manos con callosidades proletarias.
 
Y en los pueblos blancos, apéndice de los cortijos, también se supo que el señorito mandaba, desde San Telmo, un poco más que de costumbre. Y en el Puerto de Santa Maria, tierra de Alberti, la paloma se volvió a equivocar y no fue ni al norte ni al sur, sino que permaneció quieta, esperando que el amo le descerraje un tiro el plena pechuga y la sirva como aperitivo para celebrar su victoria. Y en Sierra Morena, donde las viejas almas errantes de «Tragabuches», «El tempranillo» o » El Pernales», han entregado sus trabucos incondicionalmente a los nuevos Migueletes, otra hornada de  entusiastas servidores del Rey, del orden y del incienso de los púlpitos.
 
Y desde las volutas de ese incienso que se eleva a las alturas, los obispos del señorío andaluz se sienten más seguros. La Giralda de Sevilla y su catedral, la Mezquita de Córdoba y un largo rosario de robos legales, son ahora más suyos que nunca, aunque nunca fueron suyos. El cardenal Omella da gracias al Altísimo desde el Patio de los Naranjos, saludando a los incrédulos de este singular expolio con un mayestático corte de mangas. Si la ciudadanía torera y cañí da el visto bueno con su silencio, la paloma de Alberti tiene muy dificil encontrar el norte o el camino de casa. Todo es ahora más del señorito y menos del «probe Manué».
 
Por cierto, ¿qué ha sido de él? Ahí viene de votar. Se caló hasta las cejas su sombrero cordobés. Se enfundó en su traje campero y calzó sus botos reclamentarios de Ubrique. A lomos de su » Mobylette», él y su parienta, María de la Soleá, han ido a votar muy de mañana. El señorito, a caballo o en coche; ellos subidos en un ruido de escape libre. El señorito se votó así mismo; ellos, al señorito.
«¡Ele la grasia, que no se pue aguantá», dice él, antes de arrancar la «amoto». «Ahí vamos, Manué», dice ella, asegurándose de que los volantes de su traje de faralaes no se enreden en la cadena del «vihiculo».
 
El «probe Manué» ha querido ser, por un día, como su señorito. La entrada en el colegio electoral fue soberbia, como la del amo. Su salida, desafiante y triunfal, como la de su señor. Mañana se presentará ante él, servil, domesticado y con una fidelidad enfermiza escrita en su frente. No se cruzarán palabra. Su patrón sabe a quien votó, y él sabe que a su dueño le consta. Con eso basta.
Se oye un «quejio». Silencio, palmas sordas. El burro Platero no quiere volver. La paloma de Alberti ya no tiene palomar. El «probe Manue» está satisfecho. Ya todos saben la noticia: Andalucía vuelve a ser de los amos. ¿A dónde vas, Federico? «A que me fusilen otra vez». Palmas sordas, se oye un «quejio».
Milana bonita…
EXTRAIDO DEL FACEBOOK DE ALBERTO GRANADOS
https://www.facebook.com/rigoletto.bloguero
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