Pasado ya prácticamente el tiempo gris y desolador de la pandemia, la Administración procede a convocar plazas para reponer los puestos de trabajo que han quedado vacantes y los de nueva creación en todos los sectores productivos del ámbito público. También en el educativo, uno de los pilares en los que se fundamentan las sociedades del bienestar, y la nuestra lo es. El pasado viernes dio comienzo en Andalucía el proceso selectivo para ingresar en el cuerpo de maestros a través de las oposiciones.

En nuestra ciudad, según información de IDEAL, se han presentado 3.850 aspirantes repartidos entre siete especialidades, de las que solo dos (Infantil y Primaria) se imparten en la Facultad de Educación como Grado universitario. Aquellos que superen el proceso pasarán a formar parte de este colectivo bajo la categoría profesional de funcionarios de carrera. De esta manera se incorporarán a la escuela para impartir su especialidad con la ilusión, las dudas y las expectativas del principiante. Quiero significar que la intención de este artículo es la de resaltar la relevancia del trabajo de estos profesionales, que con una frecuencia mayor que la deseada, no es reconocido por nuestra sociedad a pesar de la misión que cumplen: transmitir los conocimientos implícitos en el currículo a los niños comprendidos en las edades de 0 hasta los 12 años. También, y en el campo actitudinal, dotarles de los comportamientos y valores para desenvolverse en la sociedad como ciudadanos responsables.

Los maestros desempeñan su trabajo en Educación Infantil (0-6 años) y Primaria (6-12 años). Creo que no me equivoco si digo que todos tenemos ‘in mente’ a ese profesional que, por su forma de trabajar, nos dejó cierta huella y nos marcó con su comportamiento. Y esto desde que asistimos al parvulario para adquirir los conceptos básicos de las cosas que conformaban nuestro pequeño mundo: la exploración del entorno familiar, natural y social; la iniciación en el lenguaje lógico-matemático y la familiarizaron con los aspectos básicos que conforman la lecto-escritura: este es el aprendizaje más importante de todos los que conforman la trayectoria académica de los alumnos.

Los maestros desarrollan su trabajo desde la ciudad más cosmopolita de nuestro país donde en sus escuelas los niños están agrupados por cursos y edad (lo que facilita su trabajo), hasta la pedanía más recóndita ubicada en espacios geográficos inaccesibles cuyos centros acogen a alumnos de edades y conocimientos diferentes. Es aquí, y dada la heterogeneidad del aula, donde estos profesionales implementan estrategias didácticas imaginativas para que su labor sea lo más eficiente posible. Maestro, profesión complicada, lejos de la opinión de gran parte de la sociedad que considera que enseñar a niños y a adolescentes está al alcance de cualquiera.

Bajo mi criterio, la situación de los maestros en la actualidad viene conformada por cinco vectores: escaso reconocimiento social; poca consideración de la Administración que les paga y para la que trabajan; sueldos escasos en disonancia con la misión que cumplen; generalización de la idea de que disfrutan de muchas vacaciones; y situaciones de conflictividad con los padres con una frecuencia mayor que la que ellos desearían.

No es casualidad que nuestro Gobierno autonómico los haya investido de Autoridad con la promulgación de una ley de Reconocimiento de Autoridad del Profesorado. Esta, solicitada reiteradamente por los principales representantes del profesorado, tiene como objeto «reconocer la autoridad docente y destacar su figura como pilar fundamental del sistema educativo con la finalidad de procurar un adecuado clima de convivencia en los centros educativos, y para que contribuya a garantizar el pleno ejercicio del derecho a la educación de todo el alumnado».

Las conflictos, desavenencias o discrepancias con los padres casi siempre proceden del hecho de que se resisten a aceptar que sus hijos suspendan, cuando todos sabemos que desde siempre los suspensos como lo sobresalientes han sido de los estudiantes. Pero de un tiempo a esta parte, bien porque no estudian lo suficiente, porque son despistados o porque para ciertas asignaturas tienen menos capacidad… la realidad es que, como toda la vida, los alumnos han suspendido, suspenden y suspenderán. Cuando esto ocurre, la culpa casi siempre se la achacan al maestro. «Pero si mi niño, además de que estudia, sabe mucho, ¿cómo es que no ha aprobado?» Esta es la frase que se repite en las tutorías cuando los padres piden explicaciones del porqué su hijo no ha superado un examen o ha sacado malas notas. Los hay incluso que sacando sobresaliente demandan una matrícula de honor… y así hasta el infinito. Y lo peor es que en ocasiones tienen que resolver estas situaciones bajo la espada de Damocles, dado que el afectado les advierte que reclamará ante la Inspección educativa; advertencia esta que con demasiada frecuencia se cumple.

Los padres, saben que la notas finales no son producto de un solo examen, sino de la valoración que a lo largo del curso realizan los maestros sobre otros aspectos significativos de su formación: tareas realizadas en la clase, deberes en casa, trabajos individuales o en equipo, lecturas de libros, pequeñas investigaciones sobre temáticas concretas, esfuerzo, o interés por las asignaturas. Todo cuenta; y es que en esto consiste la evaluación continua que ellos tienen siempre presente. No; la nota final no es producto de un solo examen.

¿Este panorama descrito, que por supuesto tiene mayor complejidad, puede mejorar? Estoy convencido de que sí. Explícito algunas consideraciones. Desde el Gobierno se debe lanzar el mensaje del valor que tiene la educación para una nación y la consideración de sus profesionales. Los bachilleres con mejor nota de corte son los que deben llenar las aulas de las facultades de Educación. En dichas facultades, recibirán una formación teórica muy potente y realizarán prácticas con docentes que trabajan en escuelas con marchamo de calidad. Igualmente, el sistema de acceso a la función pública debería contemplar un temario mucho más potente que el actual. Los ¡veinticinco temas! que conforman la parte teórica de las diferentes especialidades de Magisterio han de pasar ya a mejor vida: elevar su cuantía es una necesidad ineludible. Una vez en la práctica, no pueden descuidar su cualificación para no quedarse desfasados en unos tiempos donde las innovaciones educativas se producen a una velocidad de vértigo: me estoy refiriendo a la formación continua. También sus sueldos deben ser más altos. El dicho popular de «pasas más hambre que un maestro-escuela» debería haberse quedado ya en la memoria de nuestros bisabuelos. Por último, los padres han de practicar una efectiva y sincera colaboración con los maestros en la formación de sus hijos evitando los conflictos. Esto pasa, entre otros aspectos, por no meterse en aquellas cuestiones técnicas que solo competen a estos profesionales por la autoridad que le otorga el cocimiento de su profesión. Y es que para ejercerla han tenido que cursar un Grado universitario de cuatro años de duración y superar un concurso-oposición. En todas las demás temáticas, bienvenida sea esta colaboración y participación que, por otra parte, viene amparada y reconocida por ley.

JOSÉ A. DELGADO

FOTO: BBC

https://www.ideal.es/opinion/maestros-20220627180954-nt.html#vca=modulos&vso=ideal&vmc=lo-mas-leido&vli=opinion

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